segunda-feira, 28 de dezembro de 2009

Sembrando el futuro, edificando el porvenir

El movimiento neocatecumenal estuvo muy presente en el acto. (Foto - Oscar del Pozo)


Sin ella no existe la fe. Menos aún la esperanza. Ni la caridad. Sin ella, el futuro es un bosque intransitable, y la vida es atravesar un océano encrespado y turbulento, navegar sin brújula y sin norte. Sin ella, apenas si se atisba el consuelo, el apoyo, ese hombro fraterno y siempre oportuno donde reposar una pena. Ella es el mejor subsidio en estos tiempos de crisis y penuria para tantos, porque sus prestaciones las ofrece con el corazón. Ella ilumina en la tiniebla, indica el solidario camino en estos días oscuros para quien no llega a fin de mes, para quien ve menguar su despensa y sus ahorros, quien vive en un mar de deudas y apreturas, de desasosiego.

Sin ella, sin la familia, la existencia se antoja un túnel sin salida, un callejón por el que apenas si queda tropezar un día tras otro. Miles de ellas, miles de familias madrileñas, españolas y europeas se volcaron ayer en la celebración de la Misa de la Familia Cristiana, oficiada por el cardenal Rouco Varela en la madrileña Plaza de Lima, surcada por cientos de banderas al viento (de España, claro, pero también llegadas y bienvenidas y bienamadas desde Italia, Polonia, Austria, Alemania, Portugal, Hungría, la República Checa, Francia, el Vaticano), el mundo hecho un pañuelo de miles de abrazos y miradas solidarias, miles de almas sostenidas y apoyadas en la misma Cruz, esa Cruz milenaria que redime.

Las del alba serían

En los bares en torno al Bernabéu, a primera hora de este día tremendamente frío pero felizmente soleado, grandes y chicos se aplican un cafelito para entrar en calor. Los voluntarios han llegado cuando las del alba serían y ya ponen las primeras piedras sobre las que se edifica la iglesia de este domingo. Lo saben todo, a todo contestan, no se les escapa detalle, ni escatiman palabras de ánimo para las primeras palabras que se van congregando en la avenida de Concha Espina.

La gente, las familias, empiezan a llegar. Primero con cuentagotas. En media hora lo hacen ya en oleadas. Carritos de niños por doquier, y más niños a caballito. Padres, hijos y nietos. Cristianos de aquí y de allá, del otro lado del Atlántico también. Mientras esperan las palabras del Papa y de Monseñor Rouco Valera, se aprietan las bufandas, intercambian sms, que también valen para traer y llevar la buena nueva. Manuel no lo suelta. Ha venido con la familia al completo desde Granada, pero no venían todos en el mismo autobús. A golpe de sms, la familia, su familia, como tantas otras, ya está junta, con los ojos fijos en la pantalla en la que pronto aparecerá Benedicto XVI, al filo de las 12. Manuel ya ha marcado la palabra clave, «FAMI», y el número mágico, 25323, que las colectas y los donativos hoy pasan por el ciberespacio.

Horas de autobús

Otros revisan sus cámaras digitales (éste sí que es un día para recordar), le echan un vistazo a su ABC, comparten un tentempié, esperan, pero no desesperan, en sus sillas plegables. Muchos llevan a la espalda ocho, diez horas de autobús, otros vienen desde todos los barrios madrileños, aquende y allende la M-30. «Para nosotros es un día muy especial, es un día de fiesta, de amor. Venimos todos». Todos son Juan y Pilar, sus tres hijos, Juan Carlos, Piluca, y el peque, Juan Pablo, 12, 9 y 6 añetes. Y con ellos, Matilde y José Juan, los abuelos. Ya vinieron el año pasado, ya estuvieron en la Plaza de Colón. Se nota la experiencia, porque repiten y porque vienen pertrechados: sillas de tijera para los yayos, y unos bocatas y un termo de café. Ellos, como muchos otros, como otros miles y miles y miles de familias, siguen el ejemplo de la primera, de la primerísima, la Sagrada Familia: aquel Carpintero, aquella buena mujer y Virgen, aquel Niño Bendito.

A la hora de la Comunión, cada uno entre la grey se encamina hacia la hostia redentora. El pan que siembra, consagra y edifica el porvenir una vez más. Luego, el día, como un Roscón de Reyes, viene con sorpresa. Este año, Melchor, Gaspar y Baltasar han adelantado su agenda y han aprovechado un hueco libre para pasarse por la fiesta de la familia. Hace dos mil años, ellos y un puñado de pastores fueron los primeros en entender aquel mensaje de amor, de paz y de vida que nació en un pesebre. Tantos siglos después, a pesar de los pesares, afortunadamente sigue entre nosotros. Que así sea.

El frío de la mañana obligó a las familias a abrigarse de pies a cabeza para asistir a la ceremonia.

Manuel de la Fuente - Madrid


Anecdotario la jornada
El buen tiempo acompañó hasta el final de la misa. Otro año, el cardenal Rouco Varela volvió a acertar con las previsiones meteorológicas. Ayer amaneció un cielo despejado y apareció el sol tras varios días de intensas lluvias. Una vez terminada la ceremonia, las nubes volvieron a cubrir Madrid.

El Samur atendió a 22 personas por mareos y caídas. No hubo graves percances. El Servicio de Asistencia Municipal de Urgencia y Rescate (SAMUR) atendió a 22 personas, por mareos y caídas sin importancia. La intervención más grave fue la de un hombre que sufrió un infarto.

El intenso frío agudiza la imaginación de los obispos. Las bajas temperaturas que se registraron ayer obligó a los prelados a poner a buen resguardo sus manos. Los tres obispos auxiliares de Madrid las escondían debajo de sus casullas y el cardenal Rouco apeló a un pañuelo blanco para proteger su garganta.

Un niño perdido en la multitud. Los niños fueron sin duda los grandes protagonistas de la misa de ayer, sobre todo Mateo Escobar, quien en un descuido perdió de vista a sus padres. Desde el altar, los organizadores le hicieron un par de preguntas para que sus padres se acercaran a recogerlo.

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