quarta-feira, 30 de dezembro de 2009

Un mito de la fotografía

Ernö Andrei Friedmann nació en 1913 en Budapest y murió en 1954 al pisar una mina en Indochina mientras seguía a los paracaidistas franceses. En Berlín conoció a Gerda Taro, que sería su amante colega. Ella le cambió el nombre por el de Robert Capa haciendo una síntesis de Robert Taylor y Frank Capra. Siempre crece la yedra de la leyenda en la biografía de estos dos monstruos que inventaron el fotoperiodismo moderno. Testimonios de la época suponen que Gerda era mejor fotógrafa que Capa, y que muchas fotografías firmadas por éste son en realidad de ella. Tras la II Guerra Mundial se descubrió en un hotel de Argel una maleta con negativos sin revelar que podía pertenecer a alguno de los dos.

Ambos descartaron las grandes máquinas de trípode para acercar sus objetivos con pequeñas cámaras manuales. Capa sostenía que, si la imagen te había salido mal, significaba que no te habías acercado lo suficiente. Gerda lo llevó al extremo durante la Guerra Civil española y, cuando se colocó detrás de un carro blindado soviético, desconociendo que tenía marcha atrás, fue aplastada por éste. La polémica imagen de un miliciano en el justo momento que abre los brazos recibiendo un tiro mortal ha sido ensalzada y denostada hasta el aburrimiento. Los fotógrafos más avezados siguen sosteniendo que, por el contraluz y la posición, Capa hizo un montaje.

Quizá huyendo de la atroz muerte de Gerda, Capa cubrió la invasión japonesa de China y saltó a Londres para involucrarse en el conflicto mundial. Walter Conkrite, el gran comunicador americano, se negó a acompañar a los bombardeos de Berlín o desembarcar con la primera oleada en Normandía. Debió de tener bastante con el blitz. Robert Capa, por el contrario, parecía un suicida militar y, para su gusto, le tocó desembarcar en la playa de Omaha con los «rangers». La artillería naval estadounidense erró el tiro miserablemente, bombardeando el interior de las líneas alemanas y dejando las defensas costeras intactas. Fue una carnicería que Capa registró magistralmente. Tras horas pegados a las arenas, con el general muerto de un infarto, un teniente coronel se irguió entre las balas gritando: «¡Aquí sólo hay dos clases de hombres, los que van a morir en la playa y los que morirán allí arriba, así que marchémonos de aquí!».

Steven Spielberg utilizó el trabajo de Capa para convertir en un documental los primeros diez minutos de «Salvar al soldado Ryan». En 1947, Capa fundó la agencia Magnum junto a Cartier-Bresson, David Seymour y George Rodger. La agencia Magnum celebra su 60 aniversario con la publicación de un libro, «Magnum-Magnum» (Lunwerg), que ha logrado una obra conmemorativa y de colección en este lujoso volumen de 150 euros ampliamente justificados. Cuando una fotografía está en un libro, en una camiseta o en internet, se produce un intercambio con quien la mira, algo que no ocurre con la televisión. La fotografía es como una voz compleja, un trabajo que no pertenece al fotógrafo.

Otra faceta de la leyenda de Capa fueron sus amores con Ingrid Bergman, fruto de la prensa del corazón, que arrasa con los conejos como la mixomatosis, enfermedad inventada por un médico loco francés. Capa y Bergman no pudieron coincidir en un mismo espacio físico. Acabada la guerra, ella estaba ya con Rossellini, huidos ambos de la furia asesina de Anna Magnani, que les obligó a exiliarse de Italia. Esa historia fue inventada por su apologetas.

Si no hubiera muerto a los 47 años sobre una mina de un vietcong, ¿qué habría sido de Capa como productor televisivo?

Martín Prieto

www.larazon.es

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