En 1934 y en 1936 se produjeron en España dos rebeliones que dieron lugar a sendos episodios bélicos, el primero muy corto, dos semanas, y el segundo más largo, cerca de tres años. |
La primera rebelión fue organizada por los principales partidos de izquierda con apoyo de casi todos los demás; la segunda, por una parte de los militares, respaldados enseguida por casi toda la derecha. Dos revueltas, por tanto, de carácter político opuesto, con ciertas semejanzas, como su disposición –lógica– a emplear al principio la máxima violencia a fin de paralizar al adversario, o la rapidez con que fracasaron ambas: en los primeros tres o cuatro días. Pero las diferencias son mucho más significativas. La del 34 fue concebida desde el principio como una guerra civil, mientras que la segunda lo fue como un golpe rápido y decisivo; la primera fracasó porque las masas no siguieron en casi ningún sitio los llamamientos de los dirigentes y porque la mayoría de los numerosos militares comprometidos se inhibieron a la hora de la verdad; la segunda, porque las principales ciudades e industrias, la mayor parte del ejército y la policía quedaron del lado del Frente Popular, dejando a los rebeldes en posición prácticamente desesperada. La izquierdista del 34 sólo se mantuvo, muy localizada, durante diez días más; la segunda consiguió sostenerse más tiempo y finalmente triunfar.
Una historiografía superficial suele presentar como antirrepublicanas las dos rebeliones, y así viene a sugerirlo Madariaga con su célebre y muy repetida frase sobre la falta de autoridad moral de una izquierda sublevada en 1934 para condenar a los sublevados de 1936. Sin embargo, la diferencia crucial entre una y otra consiste en que la primera sí fue radicalmente antirrepublicana, mientras que la segunda se produjo cuando y porque la legalidad republicana había sido arrasada. En efecto, los socialistas, guiados por su doctrina marxista, habían considerado a la república burguesa ya desde el primer momento, como un simple paso para llegar a un sistema socialista bajo la dictadura del PSOE (los documentos son bien claros al respecto); y el caos creado por el gobierno y los anarquistas en los dos primeros años convenció a la mayoría del partido de que se habían creado las condiciones necesarias para pasar revolucionariamente al socialismo, máxime cuando en 1933 ganaron las elecciones las derechas, por gran mayoría, después de la dura experiencia de gobiernos de izquierda. En cuanto a los nacionalistas catalanes, se pusieron, en sus propias palabras, "en pie de guerra" al conocer los resultados de dichas elecciones. El resto de la izquierda apoyó el movimiento por motivos diversos, ninguno democrático. He expuesto con bastante detalle el proceso en Los orígenes de la guerra civil,que no ha sido rebatido en ningún aspecto importante, y aquí no me extenderé.
La posición de la derecha fue la contraria: una minoría, fundamentalmente monárquica, quería derrocar a la república, mientras que la vasta mayoría optó por acomodarse en ella y reformarla por las vías legales. La oportunidad de hacerlo después de la derrota de la rebelión izquierdista fue echada a perder fundamentalmente por Alcalá-Zamora, y el resultado fueron las elecciones de febrero de 1936, no democráticas (aparte otros muchos datos, debe señalarse que las votaciones reales nunca fueron publicadas), las cuales llevaron al poder a las izquierdas agrupadas en el Frente Popular y otras asimiladas. A partir de ese momento, la legalidad republicana fue echada abajo sistemáticamente, desde el gobierno y desde la calle, como también he expuesto con detalle en El derrumbe de la república (véanse también los muy esclarecedores documentos de la Primavera Trágica, recopilados por Ricardo de la Cierva). La derecha (y mucha gente que no era de un lado ni del otro) se encontró ante el dilema de resignarse mansamente a la tiranía revolucionaria o de rebelarse, y una parte de ella, seguida después por el resto, decidió rebelarse.
Esta diferencia entre las dos rebeliones, absolutamente fundamental, es casi siempre ignorada por la historiografía de derecha y tergiversada radicalmente por la de izquierda, según la cual la del 36 se produjo contra "un gobierno y un régimen legítimos". La realidad es que la sublevación del 34 sí se produjo contra un gobierno plenamente legítimo, respaldado por una clara mayoría de votos, y que no alteraba ni pretendía alterar la legalidad, ni amparó ni protagonizó algo parecido a la oleada de asesinatos, incendios y violencias diversas que siguió a las elecciones del Frente Popular. En cambio, el gobierno de 1936 destruyó, en combinación con movilizaciones callejeras, la legalidad republicana, es decir, la república, y acabó con las reglas del juego más o menos democráticas de esta: tal era su legitimidad (para los revolucionarios, la legitimidad consiste en el triunfo de la revolución, por las buenas o por las malas). Así, en julio de 1936 ya no existía un régimen legítimo, sino un proceso revolucionario abierto amparado por un gobierno a su vez ilegítimo, por esa misma razón. Sí fue legítima, por contra, la rebelión contra semejante sistema. Sin la legitimidad de la rebelión contra las tiranías, jamás habrían existido otra cosa que estas.
Como es sabido, el golpe inicial de Mola era republicano; pero la lógica misma de la lucha y la experiencia caótica de la república orientó a los nacionales a intentar un régimen nuevo, una democracia orgánica, de hecho una dictadura autoritaria y evolutiva. Paradójicamente, los partidos del Frente Popular, que se habían alzado contra la república en 1934 y la habían demolido después de las elecciones del 36, adoptaron el título, perfectamente fraudulento, de republicanos con el fin de reclamar una legitimidad inexistente y ganarse el apoyo de las democracias (las cuales no cayeron en el lazo). Y la historiografía, de izquierdas y de derechas, sigue llamándolos así muy mayoritariamente, en un ejercicio, generalmente inconsciente, de perversión del lenguaje.
Las guerras del 34 y el 36 son esencialmente la misma. En el primer caso, las izquierdas asaltaron el poder y fracasaron; en el segundo, destruyeron la república desde arriba y desde abajo, provocando la reacción, un tanto a la desesperada, de quienes "no se resignaban a morir", en palabras de Gil-Robles.
Pío Moa
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