domingo, 6 de dezembro de 2009

Levi-Strauss y la fascinación del incesto

Ante sus ojos desfila una espectral procesión. En el castillo del Grial, en el recinto en que Perzeval se halla expectante, aparece un joven que lleva erguida una lanza de cuya punta brotan constantemente gotas de sangre. Detrás del joven, una muchacha con una bandeja de plata, y detrás suyo, otra muchacha con una copa (un «grial»). Perzeval presencia atónito y fascinado la comitiva. No osa pronunciar palabra pues le han recomendado discreción. No formula pregunta alguna en relación a esa escena incomprensible que contempla.

Fue invitado al castillo por el Rey Pescador, a quien una herida entre las piernas producida por una lanza, con incidencia en los genitales, lo convierte en inválido e impotente. Por efecto de ello la tierra se ha vuelto estéril, baldía. La compasión no induce al joven caballero Perzeval a preguntar por la infirmitas del monarca. El rey pasa las horas ante la orilla pescando, pues a causa de su herida no puede cabalgar ni dedicarse a la caza.

Perzeval sale del castillo sin saber qué significa ese extraño cortejo encantado. Nada ha hecho para enterarse. Por esta razón, quizás, el castillo no ha perdido su hechizo. El rey sigue enfermo, la tierra insiste en su esterilidad, la población muere de hambre. Personajes femeninos extravagantes se cruzan con Perzeval y le afean su conducta: hubiera debido interrogar, preguntar, interesarse por la enfermedad del rey, sentir compasión por su deficiencia física y por el miasma que contamina todas sus tierras. Esa grave deficiencia en la comunicación del joven Perceval, su culpable mutismo, sólo consigue perpetuar la esterilidad de la tierra y de sus habitantes.

Un escenario mítico en gran contraste con el relato inacabado de Chretienne de Troyes es el ciclo tebano de Edipo. Es, quizás, su inversión estructural. Frente al defecto de Perzeval, Edipo Rey personifica un verdadero exceso de comunicación. No es un exceso verbal: la abundancia comunicativa es sexual. Marca contraste con el mutismo de Perzeval y con la impotencia del Rey Pescador. En ambos casos -con Edipo y con el Rey Pescador- un miasma maldito se cierne sobre las tierras respectivas.

La hybris comunicativa de Edipo la constituye el incesto. Lo terrible de éste radica en la confusión y el caos que provoca en nombres y linajes: la madre es esposa, los hijos serán a la vez nietos y hermanos. Edipo, el liberador de la esfinge, se convierte en esposo de su propia madre. El miasma que produce esa infracción de la prohibición más universal es la peste que se propaga en Tebas.

La fuerza inconsciente del deseo se abre camino sin trabas en este escenario. La comunicación se interrumpe por desbordamiento: se genera el caos en las estructuras que regulan las normas de la convivencia. No hay límite en la comunicación: ésta socava los fundamentos del orden social, que es un régimen de alianzas sociales, económicas, matrimoniales.

Al silencio verbal de Perzeval se contrapone el exceso comunicativo sexual de Edipo. A la impotencia del Rey Pescador, la ceguera que Edipo se inflige, metáfora de la castración. Entre esos límites circula la comunidad humana y sus estructuras familiares más universales. Se prohíbe el incesto porque de este modo se invita a buscar fuera del circulo de la endogamia la conexión matrimonial. La prohibición del incesto es una prescripción positiva: la exogamia. El incesto atrae y fascina: por eso suele ser universalmente prohibido.

Entre esos extremos de castración o impotencia (el Rey Pescador), y de invasión en el cerco incestuoso (Edipo), o entre esos excesos y defectos -sexuales, verbales- de comunicación, pueden asentarse las estructuras elementales del parentesco (regulando alianzas e intercambios).

Ese fue, desde el principio, el gran tema de Claude Levi-Strauss, el antropólogo francés que acaba de morir a los 101 años, y de quien he sintetizado uno de sus más brillantes análisis comparativos. Recuerdo la devoción con la que un grupo de amigos, jóvenes estudiosos, nos dedicamos a estudiar, a finales de los años sesenta, en seminario privado, esa gran obra de Levi-Strauss, posiblemente su obra principal, Las estructura elementales del parentesco.

Descubrimos que casi todos sus libros giraban en torno al mismo foco: no sólo los estudios específicos de esas estructuras familiares; también las mitológicas, como las que convocan a figuras familiares de nuestra cultura, así por ejemplo Perzeval y Edipo. O bien las mitologías basadas en material latinoamericano: Lo crudo y lo cocido, De la miel a las cenizas, El hombre desnudo. O sus obras metodológicas como Antropología estructural.

Levi-Strauss, en polémica con Jean Paul Sartre al final de su gran libro El pensamiento salvaje, nos emancipaba de ese intelectual tan omnipresente entonces. Algunos preferíamos el compromiso del antropólogo con las ciencias humanas, su admiración de las obras pioneras de Siegmund Freud y de Ferdinand de Saussure, su consorcio con la lingüística estructural. Nos satisfacía mucho más que el engagement sartreano con una orientación política que cada vez nos disgustaba más.

Sartre declaraba su «existencialismo» como ideología parasitaria de la Razón Dialéctica. Levi-Strauss rebatía ésta al no poder dar cuenta de las estructuras principales de la sociedad, de la cultura. Eran tiempos esperanzados en la Europa de fines de los años sesenta. Pero algunos no queríamos quedar fuera del «nuevo festín de Esopo» (título de un libro sobre Levi-Strauss de Octavio Paz, siempre despierto en relación a los cambios de la opinión pública culta).

Levi-Strauss inició la expansión del estructuralismo más allá de la lingüística. Tras él siguieron su estela toda una gran generación francesa de pensadores de primera magnitud: Jacques Lacan, seguidor confeso de las teorías de Levi-Strauss, que fueron para él el eslabón necesario entre el magisterio freudiano y sus propias teorías sobre lo imaginario, lo simbólico y lo real.

Tras ellos siguieron el primer Michel Foucault, autor de obras imperecederas como la Historia de la locura o Las palabras y las cosas, o bien los acercamientos, más estrictamente filosóficos, de Gilles Deleuze a las categorías de Diferencia y Repetición, o de Jacques Derrida a su concepto de Differ(a)nce.

La grandeza de Levi-Strauss radica en haberse centrado desde el principio en un gran tema que afecta al comportamiento humano universal, y en haber girado sobre ese foco toda su reflexión, pero de manera fecunda y fértil, en una libre variación -a través de sus mitologiques, especialmente- de este tema universal: el que convoca en unidad a la humanidad al posibilitar el salto de la naturaleza a la cultura, o de la endogamia incestuosa a la vida en comunicación según el principio prescriptivo de la exogamia.

Mis primeros libros rindieron tributo a este gran pensador. Sus teorías fueron reseñadas y en parte asumidas en libros míos como La filosofía y su sombra, Metodología del pensamiento mágico o Teoría de las ideologías. En ellos la presencia de Levi-Strauss fue decisiva.

Tengo una deuda contraída con este gran pensador francés, renovador de las ciencias humanas, de la antropología, y también por derecho propio de la auténtica filosofía.

Eugenio Trías
www.abc.es

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