sexta-feira, 18 de dezembro de 2009

RAE - Franco, los comunistas y el resto del mundo

Uno de los clichés más usados es el de "fascista". Es fácil encontrarlo en cualquier debate de la izquierda, especialmente latinoamericana, al referirse a Estados Unidos, Israel y, por supuesto, a cualquier tipo de derecha liberal, conservadora o humanista, ya sea política, cultural, social o económica; es más, en algunos foros y coloquios el centro y la socialdemocracia no vendrían a ser más que formas enmascaradas del fascismo.

Es evidente que esta consigna es uno de los elementos del estalinismo que ha perdurado hasta la actualidad, y que sirve a muchos izquierdistas para tener un criterio de selección y calificación con el que moverse en el mundo. No tendría más importancia, hasta cierta gracia entrañable, si no fuera por dos razones fundamentales.

La primera razón es que el uso del término "fascista" se desvirtúa totalmente. Por ejemplo: se utiliza para denominar al mundo etarra, cuando en realidad es marxista-leninista. Y no se trata de una tergiversación inocente, sino que hay una intencionalidad política: la de situar al comunismo y derivados en otro nivel, incluso como formas progresistas de democracia. De hecho, estamos acostumbrados a que socialmente se entienda que el ser un joven izquierdista radical, un "antifascista", es algo transitorio, producto de la edad, resultado de tener buen corazón; vamos, un tipo simpático que aplaude la dictadura comunista, la negación de los derechos humanos y la eliminación de la vida libre, pero que ya se le pasará.

La segunda razón de preocupación por el abuso del término "fascista" aplicado a (casi) todo es que sus usuarios tienen cada vez más voz y espacio en los medios. Los ocho años de Gobierno del Partido Popular, especialmente al final de la última legislatura, fueron aprovechados por grupos minoritarios para recuperar las consignas y métodos estalinistas, que finalmente eclosionaron con la victoria electoral del PSOE en 2004. Uno de esos grupos que cobró protagonismo fue la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), nacida en 2005 al calor de las iniciativas gubernamentales de Zapatero.

La ARMH pretende que su relato de la Historia de España, su visión política y conceptos, su forma de actuar incluso, sean asumidas por la sociedad como las únicas válidas. Esto es legítimo. Lo que no se puede asumir es que para que eso sea posible nos tengamos que desprender de todos los conocimientos politológicos, sociológicos e historiográficos de los últimos cincuenta años. Y en esta senda va su pretensión de que el Diccionario de la Lengua Española asuma una nueva definición de "franquismo" que vea el régimen de Franco como "fascista".

Historiadores de todas las tendencias coinciden en señalar que el régimen que hubo en España desde 1939 a 1975 tuvo varias etapas; esto es, que no admite una calificación global más allá que la de régimen personal o caudillista. Es más, se coincide en que el periodo fascista no se prolongó más allá de 1945, entre otras cosas porque el régimen se separó de los derrotados de la Segunda Guerra Mundial y tuvo que adaptarse a la nueva situación internacional. A partir de ahí, ya sea la etapa autárquica o la desarrollista, con los azules al mando o los tecnócratas, no fue más que un régimen autoritario, distinto del totalitario.

Las diferencias entre el régimen de Franco y los totalitarismos fascista y comunista a (casi) ningún historiador se le escapan: pluralismo político limitado, carencia de una ideología elaborada pero con una mentalidad peculiar, descarte de la movilización política intensa, partido único limitado por otras instituciones –como la Iglesia y el Ejército–, y un dictador –execrable, como todos– que ejerce su poder sin límites.

El franquismo, por tanto, sólo tuvo una "tendencia totalitaria", como dice el Diccionario de la RAE, en contraste con otros regímenes, aún vigentes, que asesinan y encarcelan a los que tienen ideas políticas distintas –China o la Cuba de los Castro–, que hacen gala de una ideología clara y elaborada al tiempo que tienen una cosmovisión que exportan –véase el "paraíso" cubano–, con una movilización callejera muy intensa –Chávez y sus camisas rojas–, y en el que el partido lo es todo, después del dictador (y su hermano) claro está.

Jorge Vilches

www.libertaddigital.com

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