quinta-feira, 10 de janeiro de 2008

Bush, el tiempo perdido

Que el presidente de Estados Unidos viaje por primera vez a Israel cuando le quedan menos de nueve meses de sus ocho años de mandato es un dato que dice mucho sobre sus malentendidos acerca de las prioridades. Israel no es sólo el principal aliado de las democracias occidentales en la región más explosiva del mundo, sino también el símbolo de la capacidad y voluntad de resistencia de nuestros valores como sociedad abierta en un ambiente hostil y en primera línea del frente abierto por los enemigos de nuestra civilización.

Monsergas sobre alianzas de civilizaciones o amor eterno «New Wave» aparte -aptas exclusivamente para magos y necios-, sólo quienes en el mundo árabe e islámico han renunciado a la destrucción de este diminuto Estado debieran contar con el reconocimiento de un Occidente que no tiene en aquel entorno ni un solo Estado más que quiera realmente homologarse con las democracias occidentales. Teocracias aliadas o enemigas, Arabia Saudí o Irán, satrapías varias en el Golfo, en Siria y en Marruecos, dictaduras en reciclaje o contumacia como Egipto, Libia, Argelia o Túnez, países en peligro de desaparición como el jovial y trágico Líbano o los dramas monstruosos del Cuerno de África, la calidad de estos Estados puede medirse ante todo -además del trato a sus ciudadanos- por el baremo de su disposición a vivir en paz con esa diminuta cabeza de playa que la civilización occidental mantiene en la costa palestina del Mediterráneo oriental.

No hay espacio en estas líneas para enumerar los errores de la administración Bush en sus ocho años de mandato. Como no los habría para contar los fracasos de sus antecesores, especialmente en esta trágica región. Las obsesiones del presidente republicano con sus enemigos reales y fabricados le han llevado a la dejación de la defensa activa de muchos intereses vitales para EE.UU., pero también para Europa.

La arrogancia, la ignorancia, la prepotencia, la precipitación y las improvisaciones han causado gran daño al prestigio de EE.UU. y a la democracia en general. No sólo en Oriente Medio y Lejano, desde el Magreb a Afganistán pasando por Gaza. Latinoamérica es otro caso sangrante donde el desprestigio de la causa de la libertad tiene mucho que ver con la forma de gobernar de un presidente de la máxima superpotencia que -ese es el balance definitivo- ha generado más problemas de los que ha resuelto.

Capítulo efímero

George Bush va a Oriente Medio con voluntad de dar un impulso a un proceso que él mismo ha considerado un hierro candente y en el que por desgracia no ha utilizado el poder que ha tenido para obligar a las partes a una hoja de ruta que no fuera una mala broma. Ha sido un grave error del presidente no haber abordado el conflicto palestino desde un primer momento, por comprensible que sea que no quisiera quemarse al principio de su primer mandato con un hierro candente con el que estropeó el final de su propia presidencia su antecesor Bill Clinton.

Ahora, con su gira, Bush quiere dejar constancia de un esfuerzo que, muchos creemos, llega tarde. Los tres protagonistas, Bush, Abbas y Olmert son ya todos «lame ducks» (patos cojos paralíticos) que pertenecen a un pasado de oportunidades perdidas, reales o imaginarias. De ahí que la conferencia de Annápolis haya sido un mero intento de buscar una fórmula de recuperar al pueblo palestino para una solución compatible con la paz aunque sea armada que frene una escalada hacia la guerra que alimentan Irán, Hizbollah y Hamás.

En el mundo islámico, movilizado por el islamismo ideológico, cunde la idea de que ante la indecisión de Occidente ha llegado el momento del asalto final sobre ese supuesto capítulo efímero en la historia del Estado de Israel. Bush, a quien la historia tratará mucho mejor que los periódicos actuales al juzgar su apuesta en Irak, puede hacer todavía un favor a la región. El primero es dejar claro que Israel es una barricada contra la barbarie. El segundo es forzar a los gobernantes de Israel a demostrar que entienden que los tiempos han cambiado y que su renuncia a la colonización de los territorios ocupados es imprescindible e innegociable. Son tiempos duros de sacrificios, y quien no lo entienda ya va perdiendo.

Hermann Tersch
www.abc.es

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