segunda-feira, 21 de janeiro de 2008

Cámaras


De los campos de exterminio nazis quedan para la historia dos tipos de imágenes: las obtenidas por corresponsales y soldados aliados tras la liberación, y las que guardias y funcionarios civiles tomaron mientras la industria de la muerte trabajaba a destajo. El «álbum de Lili Jacob» recoge fotografías de este segundo tipo: instantáneas de la llegada a Auschwitz de un transporte con judíos de Rutenia, en mayo de 1944.

En contraste con las imágenes del primer tipo, éstas parecen extrañamente cotidianas, tranquilizadoras incluso. Nada que ver con las pilas de cadáveres desnudos empujadas por excavadoras hacia grandes fosas comunes, los esqueletos vivientes, los niños mostrando sus bracitos con números tatuados. Los rostros no denotan angustia. No hay en ellos gestos de desesperación, de terror. No lloran, no gritan. Tampoco sonríen: los semblantes denotan preocupación; quizá, en algunos casos, esperanza. Los sujetos van decentemente vestidos, tanto como en las calles de sus aldeas, por lo menos. Hay, como es obvio, diferencias notables en la indumentaria y aspecto de campesinos y burgueses, de pobres y ricos, de judíos hasídicos y judíos asimilados. El único elemento común a todos ellos es la estrella de David cosida en sus ropas.

Estos judíos no vienen de los ghettos polacos. No acusan la extenuación, el hambre, las enfermedades adquiridas en el espantoso hacinamiento de Varsovia. Incluso, ya rapados y vestidos con el uniforme a rayas, ellos; ellas, con el pañuelo y la bata gris, tienen aspecto saludable. No se desprende de estas imágenes ningún indicio de tragedia. Si no supiéramos lo que pasó después (a muchos de ellos, minutos después) hablaríamos sólo de expectación, aburrimiento masivo como en las largas colas ante las ventanillas.

No han perdido todavía, estas imágenes, el aire de lo que es narrable y descriptible, familiar. Si acaso, se advierte un contexto general de dominación totalitaria, de obsesión por el orden (vigilantes armados, separación de sexos, apilamiento y clasificación de objetos personales, formación de filas y encuadramiento en grupos) pero eso está en el espíritu de la época. Puestos a percibir contrastes con otras situaciones habituales en esos años -las de los trabajadores «voluntarios» en las fábricas de armamento de Alemania, por ejemplo-, sólo encontraríamos pequeñas intensificaciones en el control de masas.

Para una mirada actual, sin embargo, lo familiar se ha deslizado irreversiblemente a lo siniestro, y, si quien mira es un judío, se precipita en la gradación de lo infernal. Nuestra memoria abunda en imágenes de multitudes judías ante la orilla. Los hebreos de Egipto al borde del mar Rojo, los judíos portugueses en el puerto de Lisboa, los sabtaístas en el Cuerno de Oro. Estos judíos de los Cárpatos también están ante otra orilla, pero más allá de los muros que no vemos sólo espera la aniquilación y el silencio de Dios. Toda la fría ceremonia burocrática de la muerte transcurre en el interior de dos de los mayores inventos del siglo XX: la cámara fotográfica portátil y la cámara de gas. Entre una y otra, cuerpos que ascendieron hechos ceniza por las chimeneas de Auschwitz.

Jon Juaristi

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