quinta-feira, 10 de janeiro de 2008

Zapatero y los obispos

En la gran manifestación a favor de la familia cristiana que los lectores saben, obispos (y arzobispos y hasta cardenales) arremetieron directamente: esa legislación (aborto, matrimonio homosexual, «divorcio exprés», etc.) va no sólo contra la doctrina cristiana, también contra los «derechos humanos». Y el 6 de enero, en un lugar que, ciertamente, no venía muy a pelo, el presidente Zapatero replicó que se trataba simplemente de «la ley», de la «democracia consolidada» y «los derechos humanos».

Aparte de anécdotas, este es un gran debate filosófico, sobre el que escribí ya en ABC a propósito del Papa Ratzinger. En suma: ¿es válido todo lo que se vota en elecciones (o votan los representantes elegidos), o hay ciertos límites, algo general humano que es intocable? Nótese que hasta Zapatero habla de «derechos humanos». Pero los subordina a las elecciones. O identifica lo uno y lo otro.

Porque véase, esto va más allá del Cristianismo o de la Democracia, lleva a tiempos en que no se habían inventado todavía. Porque los «derechos humanos» son algo previo a la democracia, también insertos, más o menos, en la democracia y en su precursora moderna (aunque grandes reparos habría que poner), la Revolución francesa. Y algo previo a la religión cristiana. Porque se trata de las famosas «leyes no escritas», que, en Sófocles, justificaban a Antígona cuando quería enterrar a su hermano frente a los edictos del tirano. El Cristianismo, a veces, no hizo otra cosa que elevar a doctrina religiosa lo que era pura humanidad, leyes no escritas. Las tomaron, también, por suyas, los demócratas y las asimilaron al voto de las mayorías, lo que no siempre es exacto. Ya lo decía el Papa. Esta es la difícil cuestión. Porque, la verdad, los derechos humanos (es decir, las «leyes no escritas») son más antiguos que la democracia. Y más antiguos, la verdad, que el Cristianismo. Por ejemplo: no sólo el derecho a la sepultura, que decía Antígona, también el derecho a la vida.

Porque el derecho a la vida, en principio, todos lo reconocen. Pero sólo en principio, las diversas culturas reconocen excepciones, «legalizaciones» de la muerte. El aborto es o sería una de esas excepciones, por decisión de la democracia o del gobierno. Y, en cuanto al matrimonio, ¿es otro «derecho humano», «ley no escrita» o no? Este es otro problema.

Vayamos por partes. Desde la fecha más antigua las más diversas sociedades han aceptado excepciones al «no matarás» que Dios dictó a Moisés. Excepciones como la militar: los vencidos en guerra eran pasados a cuchillo hasta que llegaron las no siempre cumplidas leyes de guerra, la convención de Ginebra; la mujeres pasaban al lecho de los vencedores. Había la excepción judicial: la pena de muerte, en tantos lugares. La excepción religiosa: las víctimas sacrificadas, parece que en Grecia y otros lugares en la edad más arcaica, sin duda en el Méjico y el Perú prehispánicos, toda la comunidad recogía frutos y prosperidad de aquellas víctimas engalanadas (entre ellas los españoles precipitados, tras arrancarles el corazón, por las gradas del templo mayor de México).

En fin, no insistamos en la Inquisición (católica y protestante) y sus hogueras.

Y había la excepción de los niños deformes en Esparta, precipitados desde el Taigeto; y la de las niñas en China; y la de los viejos ya inútiles en tantos lugares. Hay el cuento circasiano del joven que había llevado al padre al pie de un árbol, para abandonarlo a la muerte, como era costumbre. Y el padre rió. «¿De qué te ríes?». -«Me acuerdo de cuando yo llevé a mi padre para hacerle esto mismo». El hijo tuvo piedad. Pero ahora la eutanasia es, parece, progresiva.

El aborto es otra excepción más o menos consentida a lo largo de los tiempos.

La cuestión es esta. Lo que llaman el avance de la civilización o el progreso o la democracia, como quieran, ha tendido a borrar muchas de estas excepciones. También entre los cristianos, a partir de un momento. Se ven con horror los sacrificios y condenas de tipo religioso, los de niños y niñas y viejos deformes. Se condena la pena de muerte. Se abomina de las guerras (aunque resurgen por doquier). Parece que todo eso va contra la religión y contra el progreso. En esto, al menos, estamos de acuerdo.

Y, sin embargo, hay campañas que no cesan a favor de la eutanasia y del aborto. ¿Es esto progresista? Parece que, para algunos, sí. Los demás nos quedamos estupefactos. No podemos ni creerlo. Ni que entre en las leyes, más o menos, ni que algunos obtengan beneficios económicos. Pero así es.

El aborto, salvo en casos realmente clínicos, es algo inhumano. Puede haber a su favor, en algún caso, semijustificaciones económicas, sociales (no muchas, ya no hay aquel estigma social). Normalmente, no las hay. La vida debe tener prioridad. Esto es lo moral: en moral religiosa, en moral laica. Las segundas víctimas, que son las madres, son las que más sufren. ¿Es esto progresista?

Y socialmente hablando, 100.000 españoles menos al año, más los que se evitan de mil otras maneras, dejan un hueco que sólo los emigrantes llenan. Nuestra nación decae. Vean Vds., esta que hago es una proclama que puede titularse religiosa pero, también, simplemente humana. Simplemente social. No vale la pena arrostrar todo esto por un puñado de votos. Esto es lo que intento: hacer ver que el Cristianismo y sus portavoces no hacen otra cosa, en este caso, que seguir a una moralidad simplemente humana. Que ellos contribuyen a defender, sacralizándola. Y que está más allá de los votos, los votos no pueden abrogarla. No pueden negar el día o la noche.

Hay otros temas de discrepancia, el matrimonio entre ellos. Los obispos -y los más- no aceptan el llamado matrimonio homosexual. No cabe en la definición del matrimonio en el Diccionario, léanlo. Se puede tener en consideración a los contrayentes de ese especial matrimonio, no regatearles derechos, pero la palabra «matrimonio» no encaja. Lo saben todos.

Ahora bien, el matrimonio que es, hoy, cristiano (al tiempo que un hecho social), me gustaría puntualizar que no sólo es cristiano. No voy a englobarlo, como en los casos anteriores, entre los «derechos del hombre», las «leyes no escritas». Pero es, en todo caso, anterior al cristianismo. Propio de diversas sociedades patriarcales, de los griegos a los musulmanes, con diferencias, cierto. Los griegos se lo atribuían al mítico rey Codro, que habría intentado, con ello, poner coto a la también mítica anarquía sexual. Se intentaba, también, saber de qué padre era hijo cada cual. Esta es la cuestión. Si no les gusta, atribuyan mis palabras a Codro.

Los cristianos (y los griegos desde cierto momento) introdujeron una humanización del matrimonio, también el tema del amor, además del tema de la generación y la familia. Es un tema complejo y no voy aquí a desarrollarlo.

El matrimonio implica amor, ayuda, pérdida de libertad también. Esfuerzo, ponerse a uno por detrás de las cosas comunes. Todo esto es cristiano y fue, desde antes, humano. Merece un respeto. Es un bien social para el país.

En suma: lo cristiano es continuación, culminación, de algo que es simplemente humano o desarrollo humano. Demolerlo en nombre de una ley o de un Gobierno o de unos votos que son transitorios (y que, sin duda, no se pidieron para esto) no parece razonable. La vida de una sociedad, la de una nación, son largas. No las tronchemos por conseguir el favor de pequeños grupos. Los votos no abren una veda para todo.

Esto es lo que quería comentar. Detrás de un episodio electoral y un episodio religioso hay un episodio filosófico. Los votos no pueden decidirlo todo.

Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia.

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