El silencio y la discreción que pide el Gobierno en el secuestro de Al Qaeda me hacen recordar aquellos días posteriores al atentado del 11-M cuando el ruido de la oposición socialista fue de los mayores de la historia democrática.
Ruido en forma de una acusación, la culpa del Gobierno en el atentado por su apoyo a la guerra de Irak. Hay una hemeroteca salvaje sobre el asunto cuyo contenido muchos protagonistas preferirían olvidar y que en su día recogí en mi libro «Terrorismo y democracia tras el 11-M». Y había algo más en aquel ruido, menos verbalizado, que era la idea de que el terrorismo de Al Qaeda no es el nuestro, no nos concierne, no nos obliga, a diferencia de ETA, a ningún compromiso, la idea de que fue el Gobierno popular el que lo trajo por meterse donde no debía, en Irak.
De ahí que el Gobierno esté ahora tan interesado en el silencio. Para no dar ideas a los terroristas, dice Moratinos, cuando más bien quiere decir que para no dar ideas a los ciudadanos. Ideas sobre la culpabilidad, ¿dónde nos metimos esta vez?, e ideas sobre lo que nos concierne o no nos concierne el terrorismo islamista, lo mismo que se discutió tras el 11-M. Y que se volverá a plantear con más fuerza cuando haya un nuevo ataque en territorio nacional.
Y que ahora será inevitable si hay reivindicaciones políticas, y las «reivindicaciones legítimas de nuestros muyadines» lo sugieren. El secuestro obliga a tomar posición en lo que nos concierne o no nos concierne este terrorismo, y es que no habrá otra manera de justificar la respuesta del Gobierno, sea la que sea, ni tampoco la de la oposición.
El PSOE tendrá que aclarar si asume nuevamente los argumentos de los terroristas, si Al Andalus, presente en casi todos los comunicados de AQMI, es el culpable. O si asume que Al Qaeda es un enemigo de la democracia, y no un producto de la provocación de la derecha.
Edurne Uriarte - Catedrática de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco
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