segunda-feira, 14 de dezembro de 2009

De la teoría de la paz justa

Sábado 1 de marzo de 2003. En Irak se acerca la hora de la ofensiva sobre Sadam Husein con el fin de acabar con su régimen despótico. En España las calles se llenan de protestas contra el Gobierno que apoya esa misión que Estados Unidos realizará casi en solitario. En el monasterio de Santo Toribio de Liébana, uno de los santos lugares de peregrinación de la cristiandad, una familia se reúne para un bautizo. A los niños se les pide que hagan las preces. Uno de ellos, de sólo cinco años, recibe de su malintencionado padre el subversivo texto «Por una paz justa». El celebrante del sacramento interrumpe la lectura de las preces y abronca a los congregados defendiendo la paz sin matices ni adjetivos. El niño -mi hijo Borja, lo confieso- mira a su padre sin comprender lo que ha hecho mal. El arriba firmante piensa en la paz -sin adjetivos- que se vivía con Stalin, por ejemplo.

La frase de Obama «a veces la guerra no es un acto de cinismo, sino un reconocimiento de la historia, de las imperfecciones del hombre y de los límites de la razón» es una cita que, tomada del discurso de aceptación de un premio Nobel, creo poder afirmar que pasará en letras esculpidas en mármol a la Historia. ¡Qué gran verdad que atormentará a tantísimos buenistas que se rasgan las vestiduras en esta hora! De lo que aquí estamos hablando es de que la paz implica imponer un orden justo.

El Barack Obama del que he discrepado tantas veces en estas páginas dio el jueves una lección de estadista que espero que la progresía española se estudie. Obama tendrá ya descontadas las críticas que le van a caer, así que ruego a quien las albergue que las proclame cuanto antes. Lo contrario es perder el tiempo. Pero el presidente de los Estados Unidos demostró en Oslo que quiere ser un verdadero líder de Occidente. Ha dado el primer paso. Si mantiene el empeño, habrá que ver la que le espera.

Ramón Pérez-Maura
www.abc.es

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