La mayor parte de la prensa española y una buena porción de la europea no belga ha pasado de puntillas sobre la figura del nuevo presidente de la UE, lo que implica decir nuestro presidente. Por pura ignorancia. |
Los editorialistas han hecho hincapié en lo poco democrático de su elección, alcanzada a través de representantes de representantes a los que casi nadie conoce, ni siquiera en su propio país; y aquellos que los conocen no saben que están "en Europa", ese lugar remoto, tal vez un no lugar, que sin embargo pisan cada día. La ignorancia general es asombrosa y alcanza, por cierto, a los guionistas de Cuéntame, donde Antonio Alcántara, metido a político en la primera etapa de la Transición, se libra de un burócrata con el que no se lleva bien enviándolo "a Bruselas" a finales de los setenta.
Pues bien: esa ignorancia general asombrosa es lo que ha determinado el carácter de la elección de Herman van Rompuy. He tratado de hacerme una idea de lo que podría ser una campaña europea para la presidencia, las calles llenas de carteles con las caras de candidatos de los que jamás se ha oído hablar y menos se los ha visto: imposible. Si los ciudadanos pasan olímpicamente de las convocatorias a elegir a sus propios representantes directos, más pasarían si les ofrecieran votar a un portugués, a un belga, a un griego o a un inglés, todos con nombres irremediablemente mal pronunciados. ¿Cuánto tiempo llevó imponer el apellido de Juan Pablo II?
Claro, algunos sabemos un poco más. Y más aún saben los que están en el u-topos bruselense. Yo, que no soy un genio ni tengo a mi alcance información privilegiada, aunque gozo de la bendición de internet, como una cuarta parte de mis paisanos –los demás se bajan juegos–, tengo cierta idea de quién es Van Rompuy, el oscuro personaje que en 2006, hace nada, sacó del pantano a un país tan dividido por la cuestión lingüística y los malos manejos de la economía que llegó a no tener gobierno. Arduas fueron las negociaciones para que este antiguo alto empleado del Banco Central de Bélgica reemplazara a su compañero de partido demócrata cristiano Yves Leterme. Es un tipo realista que afirma en su blog que, sin un "proyecto colectivo" de flamencos y valones, el Estado belga está "abocado a morir".
De haber habido elecciones europeas para presidente, yo lo hubiera votado. Y la derecha española debería estar bailando en una pata por esta elección. Tal vez no lo celebre como es debido por miedo a ofender a Montilla, a Arzalluz o a los del BNG, con los que se supone que habrá que contar en un futuro más o menos inmediato. Y es que Van Rompuy reconoce, como punto de partida de toda su acción, la posibilidad de que Bélgica se fraccione, cosa que nosotros sólo vamos a reconocer cuando España se parta en cuatro sin previo aviso.
Naturalmente, existen otras razones para festejar esta presidencia. La primera y más importante es que, además de la vulnerabilidad y la friabilidad de su país, Van Rompuy reconoce el riesgo del Islam en Europa, cosa que nuestros políticos están muy lejos de hacer.
El hombre es un beatón que ni siquiera merece mención en los que quieren arrancar el crucifijo de las escuelas mientras ven alzarse miles de mezquitas en todo el continente: los suizos, en un arranque colectivo de esa hipocresía que los ha hecho célebres a lo largo de la historia, acaban de votar no contra la construcción de templos islámicos, sino contra la posibilidad de que éstos tengan minaretes –o alminares: son sinónimos–; es decir, que estén pero no se hagan notar, como las fortunas expoliadas por los nazis a los judíos.
Van Rompuy hace retiros espirituales en la ya casi milenaria abadía benedictina de Affligem, todo un símbolo de la Cristiandad, y es de los que creen, aunque jamás emplee términos tan llenos de aristas, que Europa sí es un club cristiano, construido a partir del larguísimo enfrentamiento con el Islam, que los musulmanes tienen presente a toda hora. Desde luego, y ésta es una de las razones por la que yo votaría por él, se opone frontalmente al ingreso de Turquía en la UE, una asociación que la desnaturalizaría. Cosa en la que nuestro PP tiene serias dudas, y más desde que a Gustavo de Arístegui se le ocurrió lo de "otra" alianza de civilizaciones, sin despreciar el concepto, contra toda evidencia.
Yo voy un poco más allá: creo que Europa es un club judeocristiano, pero me doy con un canto en los dientes cuando encuentro un político decididamente opuesto a la inclusión de Turquía en Europa, sobre todo porque sé que en realidad se trata de la inclusión de Europa en Turquía, con Al Ándalus, o sea nosotros, en el paquete osamiano (unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces, como decía el ilustre vasco).
Pues eso: espero la celebración que no sucederá, pero al menos esta designación nos da un tiempo para seguir procurando convencer, para seguir haciendo lo posible frente a la ola de propaganda islámica que nos invade, desde La pasión turca hasta Un burka por amor. Y que Dios guarde a Bélgica de sus divisiones internas; y a España; y a ese Canadá que ya tiene casi medio millón de inmigrantes musulmanes y el cáncer quebequés; y a Argentina y Chile, con su falsa etnia mapuche; y a Bolivia con Santa Cruz; etc.
Horacio Vázquez-Rial
http://revista.libertaddigital.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário