En la Plaza de la Concordia de París no ha aparecido ningún carro transportando a condenados a la guillotina, pero puede que en Francia haya de todas maneras una revolución en marcha. En las últimas semanas hemos presenciado el juicio del ex primer ministro Dominique de Villepin y la condena del ex ministro de Defensa Charles Pasqua. Ahora hasta el ex presidente Jacques Chirac sabe que no es inmune al procesamiento. ¿Está la «monarquía republicana» de Francia, tomando prestada una frase de Jean-François Revel, a punto de ser derrocada?
La Revolución Francesa nunca terminó realmente con los privilegios de la élite dirigente de Francia. Es verdad que rodaron algunas cabezas aristocráticas, pero la nobleza terminó por volver. Cuando la república sustituyó a la monarquía definitivamente, en 1875, los votos sustituyeron a los derechos de nacimiento, pero la nueva élite gobernante se creía en posesión de los mismos derechos y privilegios que los antiguos aristócratas. Como explicaba Alexis de Tocqueville en su influyente libro sobre el antiguo régimen y la Revolución, el propósito de las revoluciones francesas no es democratizar la sociedad, sino sustituir a una élite dirigente por otra casta más eficiente.
El concepto de «monarquía republicana» acuñado por Jean-François Revel, que se refiere principalmente a las costumbres de los presidentes franceses y sus séquitos, no arraigó realmente hasta la Quinta República. Una vez elegido, el presidente francés y su corte tienen acceso a privilegios financieros que no siempre son legales. Además, viven tras un velo de secretismo: el modo en que usan los aviones oficiales, los trabajadores civiles que emplean para su servicio personal, por no hablar ya de las amantes, siempre se han considerado más o menos coto privado. Los periodistas evitaban hacer comentarios sobre estos asuntos. Los ciudadanos, o bien no eran conscientes de ningún exceso, o consideraban que la élite dirigente era corrupta por definición.
El momento cumbre de la república aristocrática se alcanzó durante el mandato del presidente socialista François Mitterrand, que gobernó de 1981 a 1995. A espaldas de los ciudadanos, un avión oficial solía trasladarle a Egipto para que pasara los fines de semana con su amante y su hija ilegítima. Sólo la élite de los medios de comunicación estaba al tanto, y nunca lo mencionó. Chirac, que sucedió a Mitterrand como presidente, era sólo ligeramente más prudente. No obstante, usó su cargo para pagarse sus privilegios personales y financiar su campaña política con fondos estatales.
Todo esto ha cambiado. En menos de una semana, Pasqua ha sido condenado a tres años de prisión por comercio ilegal de armas con Angola y Villepin, que fue primer ministro con Chirac, está a la espera de juicio, acusado de haber organizado una campaña difamatoria contra su rival por la presidencia, Nicolás Sarkozy. El procesamiento de Chirac llama la atención por lo muy modesto que es su supuesto delito: es sospechoso de haber pedido a los burócratas de la ciudad que trabajasen para su partido político y organizasen sus campañas electorales cuando era alcalde de París. Esto ha sido una costumbre habitual entre la élite política gobernante tanto de la derecha como de la izquierda.
Y pasando a otro asunto menos serio, el ministro de Cultura de Sarkozy, Frédéric Mitterrand, sobrino del ex presidente, está siendo censurado por los medios de comunicación por apoyar a Roman Polanski frente a los intentos de Estados Unidos de extraditarle para que haga frente a su condena por la violación de una menor hace tres décadas. Resulta que este Mitterrand comparte con Polanski la afición por los adolescentes (del mismo sexo en el caso de Mitterrand). A los franceses ya no les divierte esta clase de comportamiento de las altas esferas.
Así que puede que algo parecido a una revolución democrática esté en marcha en Francia. Los defensores del ancien régime, los políticos afectados y sus colegas de los medios de comunicación, lo llaman una revolución "populista". Pero es una revolución surgida en los tribunales, no en las calles.
Los jueces franceses se han vuelto más independientes de lo que solían ser. Siguiendo el ejemplo de los magistrados investigadores de Italia que han puesto la mira en los jefes de la mafia y de esos jueces españoles que se comportan como redentores sociales, algunos jueces franceses están decididos a democratizar la república francesa y erradicar la corrupción.
Internet es un factor muy influyente en este proceso. Hoy en día, la amante y la hija del presidente Mitterrand no podrían beneficiarse de la complicidad de los medios de comunicación: ningún secreto de Estado, y ningún exceso aristocrático, pueden escapar de los blogs actuales.
¿También va a verse expuesta ahora la vida privada de la élite de Francia? Este derecho a una vida privada, que incluye las relaciones extraconyugales, siempre ha sido una vaca sagrada de la política francesa. Los periodistas que sabían lo de la segunda mujer de Mitterrand sostenían que era un asunto privado. Y lo habría sido si no hubiese usado fondos estatales para proporcionarle a su otra familia alojamientos, chóferes y aviones para sus fines de semana egipcios.
Hoy en día, muchos periodistas franceses siguen resistiéndose a la tentación de sacar a la luz las vidas privadas de la élite política. Pero es una batalla perdida: los blogueros no comparten la ética de los periodistas, suponiendo que ética sea la palabra correcta. Sarkozy comprende las nuevas reglas del juego. En cuanto se supo que tenía una relación íntima con una ex modelo de moda y cantante, decidió casarse con ella, para evitar cualquier posible situación embarazosa.
Pero estos hábitos aristocráticos no mueren fácilmente, ni siquiera en el régimen de Sarkozy, tan expuesto a las miradas de los demás. El hijo de Sarkozy, Jean, ya ha sido elegido para ocupar una importante concejalía a la tierna edad de 22 años. Jean Sarkozy, tan ambicioso como su padre, ha estado tratando últimamente de que le nombraran presidente de una poderosa empresa pública. Los blogueros, seguidos por los periodistas tradicionales, se han levantado en armas contra tan flagrante nepotismo. El joven Sarkozy ha desistido. Parece que Francia todavía no comparte la cultura democrática real de, por ejemplo, Escandinavia. A los ministros franceses aún no se les ve cogiendo el autobús o el metro para ir al trabajo. Los ministerios franceses todavía ocupan los antiguos palacios dieciochescos del Rey y sus nobles.
Mientras la élite gobernante trabaje en medio de este esplendor, no se puede esperar que lleguen a comportarse como corrientes mortales. Como Bossuet, el confesor de Luis XIV, declaraba ante el Rey Sol: "Morirás, pero eres inmortal". Los presidentes franceses y su nobleza elegida todavía disfrutan de esta aura decadente. Pero, como sucede con la arrogancia francesa en los asuntos internacionales, el final de una era podría estar a la vuelta de la esquina.
Guy Sorman
www.abc.es
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