Ayer 166 localidades catalanas votaron por la independencia. Votaron chavales de 16 años e inmigrantes. Hubo trampa, cartón, fiesta. La pregunta decía: ¿Quiere que la nación catalana se convierta en un Estado de derecho independiente, democrático y social, integrado en la UE? Sí, queremos, han respondido. Las leyes importan poco, las palabras menos: Nación, Democracia, Social, Independiente, Derecho, Estado...palabras sagradas en una pregunta en la que sólo cabe una respuesta. Y dos huevos duros, ¿no?
La vida es lo que hacemos y lo que nos pasa. Ortega lo vio con una claridad tal que ciega los ojos. Hacemos por vivir, mientras lo que nos pasa es el síntoma de nuestra vocación atávica por el desencuentro y la falta de templanza como pueblo. Con permiso de Blas de Otero, hemos perdido la voz en la maleza y sólo nos quedan las palabras. Las que duermen en el diccionario son apretujadas hasta la distorsión por los políticos que se toman con tranquilidad la consulta. Zapatero cree que la gracia no va a ningún sitio. Pero va, y lo sabe. Algo se mueve, y extraña que no lo note él, que dijo eso de que el concepto de nación española es algo discutido y discutible. Ya hay quien está organizando consultas en Baleares, y no faltan los que desde Batasuna están aprendiendo a hacer las cosas con fundamento, o sin el fundamento de la metralla y la pistola.
Leo los discursos de Azaña y Ortega hace 70 años, mayo de 1932, en las Cortes Españolas. El primero habló tres horas sobre España y Cataluña. Sin papeles, sin necesidad de pronunciar la palabra «nación». Ortega -¡ahí va la masa encefálica!, decía Indalecio Prieto- esbozó uno de sus discursos más inteligentes sobre el problema catalán. Dijo que tendríamos que acostumbrarnos a convivir con un problema que es y será perpetuo: lo de Cataluña hay que conllevarlo sin intentar resolverlo. Tantos lustros después en eso estamos: conllevándolo mientras otros, los que hacen las consultas, intentan resolverlo. Son los que dan a Zapatero sus votos en las Cortes, conviene no olvidarlo.
Resulta dramática la afición por preguntarnos qué somos y no la forma de dar trabajo a cuatro millones de parados. Parados, pero independientes. Menos mal que llega Joan Laporta para confirmar la extravagancia. Están matando a Cataluña y hay que reaccionar. Quieren narcotizarnos, asegura. Mientras sean tipos así los que piden la independencia podemos confiar en el buen hacer y pensar del pueblo catalán. Si son Laporta, Carod, Tardá...los que abanderan la independencia, entonces asumamos que el problema catalán es perpetuo. Llevamos 70 años aprendiendo a conllevarlo. De querer ser a creer que se es ya va la distancia de lo trágico a lo cómico. Conviene leer siempre a Ortega. Sobre todo por la tranquilidad que da en días como hoy.
Félix Madero
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