segunda-feira, 14 de dezembro de 2009

El último hombre que abandonó la Luna

Eugene Cernan paseando por la supercie lunar el 19 de diciembre de 1972


«No me había preparado para convertirme en un héroe nacional, pero de pronto me vi envuelto en ello», comentaba el comandante del Apolo 17, Eugene Cernan, en una entrevista concedida a ABC en junio. Dirigió la última misión del hombre a la Luna y fue el último en abandonarla. Cernan y Harrison Schmitt, su compañero, «serán, probablemente, los últimos norteamericanos en lo que queda de siglo que posen sus pies en suelo lunar», predecía ABC en el momento. Acertó: desde entonces, hace justo 37 años, ningún ser humano ha vuelto a pisarla.

La NASA dio por finaliza con la misión del Apolo 17 su programa de exploración lunar. La última nave tripulada con rumbo a nuestro satélite fue lanzada al espacio en medio de una llamarada que «pudo ser observada en 500 millas a la redonda». «Cuando el lector pase los ojos por esta crónica, el último de los “Apolos” norteamericanos habrá salido de la órbita terrestre y se habrá situado en los espacios siderales como una flecha destinada a la Luna».

La tripulación estaba formada por estos dos astronautas profesionales, únicos privilegiados de aquella misión que pasearían sobre la superficie lunar, y Roland Evans, que se quedó en el vehículo principal, el «América», orbitando la Luna en solitario, a setenta kilómetros de su superficie.
A las 2:55 hora española, el «Apolo 17» posó sus cuatro patas en un profundo valle de la esquina del mar de la Serenidad. «Hemos llegado, muchachos, hemos llegado», gritó completamente excitado el comandante Cernan. «Absolutamente increíble», comentó Schmitt, intentando describir el paisaje que observaba desde la escotilla del «Retador» de la nave.

Un alunizaje perfecto, pues se posaron a sólo 100 metros del punto exacto previsto y comunicaron a Houston de que el «Retador» se encontraba en perfecto estado, sin haber sufrido daños en la maniobra de contando con el suelo.

Sin embargo, comunicaron dos novedades: la primera, que «en los últimos metros de su descenso el polvo lunar levantado por el “tubo de escape” del motor del vehículo no les impidió ver el lugar donde se posaban», al contrario de lo que le había ocurrido al primer «Apolo» en 1969, donde iba Neil Armstrong; y la segunda, que «sólo habían consumido la mitad del combustible de que disponían para el descenso», a pesar de que, a 100 metros de la superficie, Cernan comunicó a Houston, «alarmado» y en varias ocasiones, que les quedaba poco combustible.

«Con treinta y cinco minutos de retraso –contaba ABC el 12 de diciembre de 1972–, los astronautas norteamericanos Eugene Cernan y Jack Schmitt abrieron la puerta de su vehículo lunar “Retador” a las 0:58 hora española, y Cernan, comandante de la nave “Apolo 17”, inició el descenso por la escalerilla hasta pisar suelo lunar». Instantes después de despresurizar la nave, se convirtieron en el undécimo y duodécimo ser humano que posan sus pies sobre el satélite terrestre.

«Son como la piel de un anciano de más de cien años. Es, probablemente, lo mejor que puedo decir», exclamó Cernan nada más salir al exterior de la nave y fijarse en unas pequeñas colinas cercanas al lugar donde estaba el «Retador». «Vaya pasos», dijo Schmitt al sentir la gravedad lunar, un sexto inferior a la de la Tierra.

En este primer paseo, los astronautas se dedicaron a estacionar, durante siete horas, un pequeño centro científico alimentado con energía nuclear y a preparar el automóvil lunar, de 25 millones de dólares, para su segunda y tercera salida.

El último paseo por el satélite, también de siete horas de duración, y completando un total de 21, se produjo el 15 de diciembre, dando por concluida la «exploración de la Luna, al menos por el futuro previsible». En total, Cernan y Schmitt recogieron 110 kilos de muestras arrancadas del valle selenita de Taurus-Littrow, que se trajeron a la Tierra, aterrizando en la aguas del Pacífico, a 400 millas de la isla de Samoa.

«Al contemplar muchas veces las diversas fotografías de nuestro planeta, que a cientos de kilómetros de la Tierra han realizado los astronautas, he sentido una profunda impresión de la nada del hombre, de la pequeñez del hombre», comentaba el periodista José M. Benítez en ABC, quien aseguraba: «Ya nos vamos acostumbrando a lo grande, a lo sensacional, y casi, casi, nos parece lo más natural esta gran aventura»… que no hemos vuelto a repetir.

I. V. - Madrid
www.abc.es

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