¿Qué queda de la Alianza de Civilizaciones que el presidente Rodríguez Zapatero presentó en Naciones Unidas al poco de llegar a la Moncloa? Sobre todo, una cuenta más a pagar.
Lo planteó como la alternativa a la tesis de Huntington sobre la inminencia de una colisión entre culturas. ¿Están hoy más próximas? No. Huntington tenía razón. No es que él lo deseara, como en ocasiones ha dado a entender nuestro presidente, es que observaba la deriva y acertó al advertir de la inminencia del choque. La Alianza no ha servido para acercar posiciones, sino para facilitar la defensa de las tesis islamistas, eso sí a cargo del contribuyente español.
Las simpatías despertadas en Occidente han sido mínimas, de ahí el limitado relieve de sus actos. Los europeos tienen suficientes foros de diálogo con el islam. Lo que quieren encontrar es voluntad de avanzar en la defensa de los derechos humanos, la educación, la igualdad, el respeto a la mujer, la sanidad, los mercados abiertos... en sus estados y la integración de las comunidades musulmanas en los nuestros. Y ambos objetivos están lejos de cumplirse. Tras el referéndum suizo sobre los minaretes se han realizado encuestas en diferentes países europeos con resultados preocupantes. En Francia el 46% de la población está en contra de la construcción de minaretes y más del 40 se opone a que se inauguren nuevas mezquitas. En Alemania tres de cada cuatro personas reconoce temer la expansión del islam y en Berlín el 40% rechaza la erección de nuevos minaretes.
El diálogo con el islam es uno de los temas claves de la agenda política y diplomática de nuestro tiempo, pero debe hacerse desde fundamentos bien distintos. No se trata de ceder desde el relativismo y el sentimiento de culpa, sino de buscar el entendimiento desde el respeto a los derechos humanos y la obediencia a la ley.
Florentino Portero
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