De la célebre entrevista de Franco con Vernon Walters en 1972 ha quedado la frase del primero, convencido de que España seguiría un rumbo básicamente tranquilo debido a la existencia de una clase media que no existía antes del franquismo. |
La idea contiene dos errores, uno relativo y menor. Y es que –he aquí el error menor– España sí tenía una clase media considerable, que se venía formando desde la Restauración. Lo que hizo el franquismo fue extenderla y, en cierto modo, prácticamente universalizarla: los obreros se convirtieron, hasta cierto punto, en pequeños burgueses: poseían su propia casa, aparte de –muchos de ellos– automóvil, televisor, electrodomésticos, etc.
El error mayor, que ha terminado contagiando a casi toda la derecha, era la creencia de que la clase media impediría una vuelta a la guerra civil o a graves disturbios. La historia enseña otra cosa. Durante los primeros 36 años del siglo XX, la región más rica, esto es, con una clase media más numerosa, fue Cataluña, y también resultó la más convulsa, como epicentro del pistolerismo, de varias huelgas salvajes y de las provocaciones desestabilizadoras del nacionalismo: solo del de izquierdas, sino, en las dos primeras décadas, del entonces muy poco razonable de Cambó, etc. Durante la Guerra Civil, las zonas que registraron mayores y más brutales violencias fueron Cataluña, Madrid y Valencia: en estas dos últimas existían igualmente unas clases medias muy considerables. En los últimos años de Franco, las tres provincias más ricas de España fueron las Vascongadas, y también eran estas, casualmente, las más convulsas, y asiento preferente del terrorismo. Casi siempre se olvida en la historiografía el enorme impacto político que ha tenido el terrorismo en España, muy superior al registrado en cualquier otro país europeo.
La misma conclusión podemos extraer del resto de Europa Occidental: desde mediados del siglo XIX se desarrollaron en Inglaterra, Francia y Alemania clases medias muy potentes (aparte de una fuerte relación económica, comercial y financiera entre los tres países), lo cual no impidió una guerra franco-prusiana y dos guerras europeas y mundiales extremadamente sangrientas. Francia sufrió la Comuna y, a principios de los años 30 del siglo XX, tensiones que la llevaron al borde de la guerra civil; Alemania pasó por verdaderas convulsiones, una guerra civil larvada, que desembocaron en el triunfo del nacionalsocialismo; también fue el muy desarrollado norte de Italia el escenario principal del fascismo, así como de movimientos comunistas o socialistas radicales. Y todavía en los años 60 del pasado siglo la paz social se vio gravemente alterada en varios países europeos por movimientos que culminaron en el mayo francés. En cuanto a las contiendas intereuropeas, su ausencia desde 1945 se ha debido mucho más a la división del continente en dos bloques, a la sombra del arma atómica, y en la parte occidental a la protección useña, que a cualquier otra cosa. Hemos tenido, además, las guerras civiles en territorio europeo causadas por la desintegración de Yugoslavia.
Por lo tanto, la existencia de amplias clases medias no constituye una vacuna contra la agitación o la demagogia, como parecía creer Franco, creencia que se abría paso en el interior del régimen desde hacía años, cuando se expresaba la idea de que la democracia solo es posible, o deja de ser peligrosa, una vez alcanzado cierto nivel de renta.
Esta es la idea subyacente en el abandono, por la derecha, de la lucha por las ideas una vez conseguida la victoria de la reforma democrática frente a la ruptura. El pensamiento subyacente era que la lucha ideológica no era necesaria, puesto que la gente había alcanzado un grado de bienestar que, por su sola inercia, impediría que los extremismos fueran muy lejos. Es más, la derecha podía renegar de sus orígenes, contribuir con el silencio, o activamente, a falsificar la historia: todo quedaría absorbido por la economía, la diversión y el tittytainment o tetanimiento, que debe entenderse en su sentido sexual más claro, la cultura de la pornografía. Con todo eso, nada grave pasaría.
El proceso, sin embargo, ha llevado a la deslegitimación del gobierno y de la oposición actuales, al pisoteo de la Constitución, a tendencias balcanizantes o disgregadoras del país, ante las que solo los muy necios pueden encogerse de hombros.
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