La gestapillo

Ya es curioso que, con ciento cincuenta mil parados nuevos y otro soldado muerto en la guerra zapateril de Afganistán, nadie hable de política. Con Aznar en La Moncloa, en un día tan nefasto la chusma habría tomado la calle. Pero eso quiere decir Zapatero cuando se presenta como hombre de paz: aquí no se mueve ni la bandera municipal que Gallardón ha clavado a lo Iwo Jima en el puente de Juan Bravo. Así que, una vez agotado lo del tacón de Guti, se habla de la «gestapillo», otro grano de esa politiquilla que nos corroe. Anacletos que siguen a Cobo, y Cobo que declara que teme por su vida, como Calderón, aquel senador de Massachutsetts de Palencia, que dice que no van a parar hasta que lo maten. Pero, de momento, aquí sólo han matado a otro soldado en la guerra de Afganistán, más las ciento cincuenta mil familias de los parados nuevos, que son ya como muertos conejeando por este cementerio de aceras flamantes para que circulen, sonrientes, todos los tontos de bici y moto. Ayer, paseando por la escombrera de Serrano, noté que un tipo me marcaba como marcan los defensas centrales cuando marcan al hombre. «¿Desea algo, gestapillo?», le pregunté. «Sólo intentaba verle la hora», contestó. Gallardón sustituyó los funcionales relojes callejeros que informaban de la hora y la temperatura por unos absurdos cachivaches incrustados en misteriosas paradas de bus. Algún negocio habría, claro. El caso es que, para saber la hora, unos transeúntes se ven obligados a acosar a los demás transeúntes, lo cual los convierte en «gestapillos» para los paranoicos, y con esto no llamo paranoico a nadie; después de todo, el hecho de ser paranoico no significa que no te persigan. ¿Quién persigue a Cobo? Pues cualquier peatón arrojado de la acera por los moteros que él defiende o cualquier anacleto a sueldo de algún gilipollas de la lucha por la cucaña pepera, donde más grave que lo de Cobo es lo de Pizarro. ¿Qué clase de partido es ése que rechaza a un tipo como Pizarro?

Ignacio Ruiz Quintano

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