La pasión con que los europeos seguimos las elecciones presidenciales en Estados Unidos sólo es comparable con la apatía y el desinterés que despiertan las europeas. Ello es siempre así, pero lo fue más aun durante las últimas elecciones americanas. Obama era el favorito de Europa, la gran esperanza tras el demonio Bush, quien debía arreglar las relaciones transatlánticas para reconducir el mundo por la vía de un multilateralismo eficaz. Y puede que el propio Obama creyera en ese proyecto.
Sin duda lo ha intentado en su primer año de mandato, cargado de agenda internacional, y en el que la palabra más reiterada ha sido reset: con Rusia, con Irán, con los países árabes, con Corea, con China. Si ya venía cargado de legitimidad tras la fulgurante campaña electoral, ese despliegue de buena voluntad no ha hecho sino reforzarla. Pero poco más; los resultados están siendo magros y le fuerzan a resetear también su política exterior para regresar a los fundamentales. Dos ideas que los europeos olvidamos con frecuencia.
La primera: que Obama es presidente de ese país, no de Europa o del mundo, es el taxpayer americano quien le financia y lo elige, de modo que el universalismo wilsoniano acaba rindiéndose al más pragmático aislacionismo demócrata, reforzado hoy por las urgencias de la crisis económica. La segunda: que la política exterior de ese inmenso país, que tiene intereses en todo el mundo, responde a esos intereses más que a ideologías -por fortuna para ellos-, y su senda no es fácil alterarla.
De modo que la ilusión se está frustrando para muchos aceleradamente. «Un viaje a España nunca ha estado en nuestros planes», señalan en la Casa Blanca sin la más mínima consideración hacia las expectativas de sus anfitriones españoles, que ya tenían la fecha fijada. «No es un plantón a Zapatero», dicen en Moncloa. Puede que no solo, pero hace trizas el sueño de la foto «planetaria» así como el de una nueva Agenda Transatlántica para emular la que en su día firmaron Bill Clinton y Felipe González.
Pero no, esta cancelación, la primera de un presidente americano en 17 años, no es un plantón a Zapatero, sino a toda la UE. Probablemente merecido. Y que certifica una sospecha: la de que nos encontramos ante un serio punto de inflexión en las relaciones transatlánticas que vale la pena meditar. Veamos los datos.
Para comenzar, Obama es el presidente menos europeo que ha tenido jamás ese país, el primero en el que Europa no figura en su ADN genético-cultural. Nacido en Honolulú de padre keniata y padrastro indonesio, se educa en Yakarta hasta los diez años para trasladarse por vez primera al continente americano (a Los Ángeles) al acabar el bachillerato. Y por lo que hace a sus ancestros maternos, en el libro autobiográfico Los sueños de mi padre los vincula a supuestos orígenes amerindios. Con 17 años de edad, viajó a Europa por vez primera, tres semanas justas; antes de pasar otras cinco semanas en Kenia. En una entrevista en el 2006 destacó la diversidad de su familia extensa: «Cuando nos reunimos para Navidad o Acción de Gracias, es como las Naciones Unidas en pequeño». Tiene siete hermanos de origen keniata por parte de padre, y una hermanastra indonesia por parte de madre, casada con un chino canadiense. «El hombre de ningún lado», lo llamó el Wall Street Journal en el 2006. No son datos triviales a la hora de penetrar en su compleja personalidad.
Y recordemos -en segundo lugar- que esa identidad cultural extra-europea no es algo trivial sino la razón misma por la que ha salido elegido. Obama, líder del anti-establishment, ha sido apoyado por una gran mayoría de afroamericanos y latinos y es el producto de unos nuevos Estados Unidos donde la mayoría wasp tradicional (blanca, anglo-sajona y protestante) está dejando de serlo. Uno de cada tres americanos es ya «minoría» y se estima que en una generación las hoy minorías serán la mayoría. Y no es casualidad que hace sólo una semana Obama contaba todavía con el apoyo del 48% de los americanos, pero con una distribución singular: le apoyan nada menos que el 92% de los afroamericanos y el 63% de los hispanos, pero sólo el 40% de los blancos. Estados Unidos bascula hacia afuera de la vieja cultura euro-atlántica, y en ese bascular Obama es al tiempo causa y efecto.
Pero lo más importante es que ese péndulo responde a los intereses reales del país y no sólo a fatiga diplomática. Europa fue prioridad absoluta durante la Guerra Fría, escenario de un eventual campo de batalla, la tercera guerra mundial. La caída de la Unión Soviética implicó un serio desacoplamiento estratégico USA / UE, patente en una nueva distribución de efectivos militares y de bases. Por decirlo de otro modo, los objetivos estratégicos de USA en Europa (fin de la URSS; incorporación de los países del este a la UE y creación de una barrera frente a Rusia) se han conseguido. Europa no es ya un problema.
Pero si Europa no es un problema, tampoco parece ser solución para los problemas de ese país. Es un aliado firme y seguro, ¿qué otra alternativa tenemos? Pero contribuye poco o nada a solucionar los problemas de los Estados Unidos, y no es casualidad que Obama denunciara al fuerte pacifismo europeo haciendo de la guerra justa -un tema tan español, por cierto- el objeto de su discurso de recepción del premio Nobel.
Estados Unidos tiene hoy dos prioridades estratégicas en su política exterior. En el corto/medio plazo su principal problema es el riesgo de nuevo atentado similar al del 11S, una batalla que hoy se libra en Afganistán / Pakistán, de una parte, en el riesgo de proliferación en Estados fallidos (Irán; Corea) de otra, y en medidas de seguridad en puertos y aeropuertos, finalmente. Su segundo problema, a medio /largo plazo, es entenderse en el nuevo mundo de potencias emergentes y, sobre todo, buscar un entendimiento con China que es además su principal banquero.
En ninguno de esos dos frentes la UE aparece como especialmente relevante y en alguno es más un estorbo que una ayuda. Europa se desentendió de Irak de un modo que los americanos todavía no han acabado de perdonar; nuestra contribución en Afganistán es más nominal que real; no contamos gran cosa para presionar a Pakistán, Irán o Corea del Norte. Y por supuesto, el liderazgo de la UE en el marco multilateral no acaba de cuajar, y tanto en el sistema de Naciones Unidas, como en el G8 antes, o en el G20 ahora, hay demasiados europeos pero poca Europa. Si necesitan algo de nosotros, llamarán al Reino Unido o a Francia (ambos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU), pero no a la UE, que no es percibida como un actor con peso internacional. Un sondeo de la Berstelemann Stiftung mostraba que sólo el 26% de los americanos creen que la UE es un «poder mundial» hoy (cifra que desciende al 5% de los indios, el 12% de los brasileños o el 13% de los rusos), una puntuación inferior a la obtenida por Rusia (30%), Japón y, por supuesto, el Reino Unido (40%). La vieja pregunta de Kissinger sigue abierta: ¿quién representa la política exterior de la UE? Tras casi nueve años de espera para un nuevo tratado que resolviera la cuestión el resultado es muy decepcionante y los grandes Estados europeos vuelven a sus tradiciones neo-westfalianas y neo-nacionalistas.
De modo que, si a la llamativa ausencia de Europa añadimos la acelerada presencia de países emergentes como China, India o Brasil, entenderemos que las prioridades de Estados Unidos han cambiado de dirección. Pues cuando alguien no es un problema pero tampoco una solución, lo lógico es un cierto alejamiento. Y algo parecido ocurre con Iberoamérica, que no es hoy para Estados Unidos ni un gran problema ni menos una solución, de modo que ha decidido entenderse con Brasil (que es problema y solución), y con México (que es un serio problema), y desentenderse del resto.
«La relación entre Estados Unidos y China determinará el siglo XXI», afirmó Obama al inaugurar el encuentro bilateral en Washington en julio pasado. «Los intereses de China y Estados Unidos nunca antes estuvieron tan entretejidos», añadió la parte china. El mundo bascula hacia Asia donde reside ya el 60% de la población del mundo (en Europa somos menos del 10%, y descendiendo), y Estados Unidos también lo hace. Caminamos hacia un mundo multipolar, aunque sea una multipolaridad asimétrica. Pero la duda es si la UE será uno de esos polos.
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