domingo, 11 de maio de 2008

Aniversarios: 14 de abril y 11 de Mayo

Hace un mes el Gobierno de Zapatero y varios sectores de las izquierdas en España prestaron bastante atención al catorce de abril, la fecha de la proclamación de la Segunda República en 1931, como «aniversario de la democracia». Esto es superficialmente plausible, en un sentido técnico, porque la República nació en gran parte como una fórmula para buscar la democracia. Las limitaciones, no de la fórmula, sino más bien de la orientación y los valores de los líderes de la República, se pusieron de manifiesto en tan sólo cuatro semanas, el once de mayo, fecha de la tristemente famosa «quema de conventos». Es dudoso que el Gobierno marque este aniversario, pues su «memoria histórica» es notoriamente corta. Muchos historiadores han señalado que fue el once de mayo, no el catorce de abril, el día que iba a simbolizar el contenido político del nuevo régimen a largo plazo. Puesto que los medios oficiales no van a llamar la atención de la supuesta «memoria histórica» a este aniversario, será útil primero resumir exactamente qué pasó en España los días 11 y 12 de mayo de 1931.

La «quema de conventos», alardeado como amenaza casi desde el comienzo de la República, empezó en Madrid en la mañana del once de mayo, con el incendio de varias iglesias, y rápidamente se extendió a muchas ciudades del sur y del este, especialmente a Sevilla, Granada, Málaga, Cádiz, Valencia y Alicante. En total más de cien iglesias y edificios religiosos fueron incendiados o saqueados, o ambas cosas. Al comienzo, el Gobierno adoptó la actitud cínica de que «el pueblo» estaba divirtiéndose, y rehusó llamar a la Guardia Civil. Más tarde, cuando las dimensiones monstruosas del asunto eran más que claras, pasó al otro extremo, declarando la ley marcial con la intervención del ejército para restaurar el orden. Esto pasaría a ser la práctica normal de los gobiernos de izquierda durante toda la historia de la República: primero ignorar la aplicación de la ley y la Constitución si lo que se estaba dañando no eran más que los intereses de la derecha, y luego, una vez que la situación había sobrepasado todos los límites, empezar a dar palos de ciego con fuerza mayor, potencialmente indiscriminada. A largo plazo, esta política de orden, totalmente irresponsable, resultaría en el colapso constitucional y el fracaso de la República.

Para la sociedad actual, en gran medida secularizada y relativamente indiferente -aunque no necesariamente hostil- a la religión, la religiofobia y el anticatolicismo violento de las izquierdas españolas en la primera mitad del siglo veinte será difícil imaginar o comprender. Fue el producto de una fase intermedia de la secularización, cuando las nuevas ideologías radicales habían ganado fuerza por primera vez, mientras las creencias tradicionales mantenían algo más de vigor del que las izquierdas creían.

Todas las ideologías radicales -anarquismo, socialismo, comunismo, jacobinismo republicano, fascismo- exhibían una cierta tendencia a funcionar como sustitutos ideológicos de la religión, como lo que con alguna exageración varios analistas han denominado «religiones políticas». Los movimientos ideológicos de izquierda en España fomentaron un odio especial hacia el catolicismo y la Iglesia como la base espiritual del orden antiguo que pensaron destruir, como el enemigo por excelencia que tendría que suprimir o hasta exterminar. Aún más, los movimientos revolucionarios incitaron un clima especial de odio, de odio intenso, a través de la propaganda y el activismo para contagiar a sus adeptos y motivarles a consumar la revolución. Sin esta estrategia del odio realmente no es posible entender la práctica del anticatolicismo violento.

El odio se justificaba por una serie de argumentos que se creían muy fuertes, aunque de verdad bastante extraños e ingenuos, resumidos muy acertadamente por Moa hace poco tiempo. Una frase famosa de Madariaga, comentando esto, fue que «los revolucionarios han destruido las iglesias, pero el clero había destruido primero a la Iglesia». ¿De veras? ¿Esto se cree en serio? ¿Y si fuera así, por qué no alentar al clero en su afán de destrucción, en vez de asesinarlos? Otra vez, las víctimas como los culpables.

Otro bulo bastante popular fue que el clero utilizaba las iglesias y conventos como fortalezas armadas de las derechas. Nunca hubo la menor evidencia de tal cosa, pero si fuera así, ¿por qué era siempre tan fácil entrar para quemarlas? Esto era equivalente al bulo decimonónico del envenenamiento de las fuentes, o el conocido «bulo de los caramelos» de Madrid en 1936. Se decía también que los curas eran todos hipócritas y rutinarios, sin calor o calidad espiritual. Extraño motivo para torturar y asesinarlos, como si los nazis liquidaran a los judíos porque éstos no habían practicado bien el judaísmo. ¿Por qué los anti-católicos habían de exigir a los curas de ser campeones de la fe?

En contra de tales nociones, encontramos que en 1936 las provincias más católicas tenían las tasas más altas de alfabetización, que podría indicar que precisamente en estas provincias había mayor conciencia y reflexión en cuanto a lo que se creía y hacía, mientras había mayor reacción rutinaria y ausencia de reflexión crítica en los distritos revolucionarios analfabetos. Igualmente se decía que el clero se alineaba con los ricos, no los pobres, pero durante las persecuciones resultó que los activistas del terror buscaban especialmente a los curas y religiosos dedicados a la obras sociales y caritativas entre los pobres para detener y asesinar, como si buscaran eliminar a competidores especiales.

Y siempre se insistía que la Iglesia y el clero habían combatido a la República desde el comienzo, y eso tampoco es cierto. Claro que el clero no apoyaba políticamente a sus persecutores -¿quién hubiera esperado eso?- pero el Vaticano y la jerarquía eclesiástica dejaron muy claro desde el comienzo que se aceptaba el nuevo régimen, y hasta aceptaba la separación de Iglesia y Estado, insistiendo solamente en los derechos civiles de aquélla, que fueron negados.

Inculpar a las víctimas es una práctica muy común, pero el anti-catolicismo violento se derivaba no de los defectos del clero -que probablemente eran menos que los de un siglo antes- sino del odio ideológico fomentado por las doctrinas radicales de la época. En ellas la guerra religiosa -pro y contra- era fundamental.

Stanley G. Payne
http://history.wisc.edu/people/emeriti/cv/payne_cv.pdf

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