sábado, 17 de maio de 2008

La fe católica, proscrita

El Coliseo romano está hoy en ruinas, y desde sus gradas hace siglos que no se jalea al rugir de los leones. Sin embargo, veintiún siglos después, cristianos de todo el orbe siguen padeciendo la persecución a causa de su fe. Y en no pocos casos, hasta la muerte. En la aldea global, se multiplican los nerones que acosan y hostigan a los creyentes en Cristo: islamistas, fanáticos y narcotraficantes, políticos laicistas, hinduístas exaltados, comunistas, líderes tribales, traficantes de madera... El anuncio del Evangelio y el testimonio de vida de quienes creen en Cristo están proscritos en un creciente número de países.
«El verdadero enemigo del Islam es el Papa, Alá lo maldiga, y el líder de la campaña cruzada, Bush». Con estas incendiarias palabras comienza un video de diez minutos colgado, hace unas semanas, en una web vinculada a la red terrorista Al Qaeda. No es un hecho aislado: los yihadistas islámicos de Bin Laden han puesto precio a la cabeza del Santo Padre en múltiples ocasiones. Incluso el sanguinario magnate saudí apuntó hacia Benedicto XVI, tras la llamada guerra de las viñetas, y lo acusó de estar implicado en una suerte de cruzada anti-Islam por Europa. «Los cristianos y judíos son los terroristas, y su pasado y su presente son testigos de esto», brama una voz en off durante un momento del último video anticristiano colgado en Internet por los extremistas musulmanes. Sin embargo, por más que quienes desean imponer el Corán a golpe de cimitarra y dinamita se empeñen en señalar a los cristianos como perseguidores, la realidad es otra. Por todo el mundo se multiplican los ataques y las persecuciones contra los creyentes en Cristo, y cada vez son más los miembros de la Iglesia que viven como proscritos a causa de su fe.

Del laicismo europeo a la pena de muerte saudí

Las amenazas que se ciernen sobre los cristianos están revestidas de múltiples barnices. En Europa, la violencia no se manifiesta desde la extorsión o el terrorismo, sino desde las políticas abiertamente contrarias al Magisterio eclesial y la intención -más o menos explícita, más o menos tácita- de expulsar a los católicos de la esfera pública. Sirvan como ejemplo la omisión del cristianismo en la Constitución europea, las exposiciones culturales blasfemas o las medidas beligerantemente laicistas adoptadas por el Gobierno español en los últimos años.
En otras latitudes, el acoso a los católicos es todavía mucho más severo. Benedicto XVI recordó, en 2006, a «aquellos católicos que mantienen su fidelidad a la Sede de Pedro sin ceder a compromisos, a veces incluso a precio de graves sufrimientos». Así vive, por ejemplo, la Iglesia en Arabia Saudí: derramando la sangre e incluso perdiendo la vida. El Gobierno de Riad prohíbe cualquier expresión de fe no musulmana, y castiga con la cárcel a quienes porten símbolos cristianos. Cruces, Biblias, rosarios o estampas son pruebas suficientes para pasar una temporada en prisión, o sufrir vejaciones y torturas. No son palabras vacías: Mohamed Saleh, un joven saúd de 23 años, fue encarcelado y ejecutado, el pasado 18 de marzo, en la Meca, por haberse convertido del Islam al cristianismo. Según relató el misionero Federico Bertuzzi a la agencia de noticias ACPress, cuando las autoridades supieron de su conversión, fue inmediatamente detenido en régimen de aislamiento y condenado a muerte, en un juicio en el que no tuvo posibilidad de defensa.
La sangre de este joven árabe se suma a la de tantos mártires que entregan la vida a causa de su fe. Según los últimos datos de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), organización dependiente de la Santa Sede, en 2006 fueron asesinados 24 católicos por todo el mundo. Su Secretario General, el francés Pierre Morel, aseguró hace unos días que «allí donde la Iglesia es perseguida, su sufrimiento es grande, pero uno de los frutos de este sufrimiento es que gana en fuerza, en tamaño y en santidad». Y así es, pues, de otro modo, no se comprende la perseverancia de aquellos que viven su fe en países que cuentan por cientos las iglesias que han sido pasto de las llamas radicales, los conventos saqueados por el odio a Cristo, las viviendas de fieles arrasadas en nombre de cualquier credo intransigente, y que son hostigados, en pleno siglo XXI, como lo fueron los cristianos de la Roma imperial. A todos ellos, el Papa Benedicto XVI, sucesor de aquel pescador crucificado cabeza abajo por ser fiel al Evangelio, lanzó hace dos años el siguiente mensaje: «A algunos se les pide a veces el testimonio supremo de la sangre... No cabe duda de que seguir a Cristo es difícil, pero -como Él dice- sólo quien pierde la vida por causa suya y del Evangelio la salvará, dando pleno sentido a su existencia. No existe otro camino para ser discípulos suyos; no hay otro camino para testimoniar su amor».

Bombas, atentados, asesinatos y leyes extremistas para expulsar a los cristianos de Oriente Medio

Las noticias sobre atentados contra templos y fieles cristianos en Oriente Medio son tan frecuentes que varios países de la Unión Europea, como Francia y Alemania, ya han propuesto medidas especiales para acoger a los refugiados que tengan que huir de aquella región por su fe en Cristo. Iraq, Irán, Palestina, Siria..., incluso Argelia, al norte de África, parecen empeñados en imponer un éxodo religioso para quien no sea musulmán. En Argelia, las últimas leyes anticonversión llevarán a la cárcel a todo aquel que evangelice, como le ocurrió en febrero al sacerdote católico Pierre Wallez, que fue condenado por celebrar la Eucaristía con unos inmigrantes de Camerún que esperaban para cruzar a Europa. En Iraq, los ataques contra la Iglesia hicieron arder, en los primeros días de 2008, hasta seis templos. Y eso no es lo peor: los coches bomba contra objetivos católicos han costado la vida a varias decenas de personas. Acaso el suceso más impactante fue el secuestro y asesinato del arzobispo de Mosul, a finales de febrero. Monseñor Rahho fue secuestrado a la salida de una iglesia, torturado y asesinado a tiros. Sus tres acompañantes también fueron acribillados, en el momento del secuestro, por los radicales islamistas. Y los ataques se recrudecen semana tras semana, a través de amenazas, expulsiones de sus hogares, extorsión económica, violaciones, matrimonios forzados con guerrilleros de la Jihad... Ante este panorama, muchos cristianos iraquíes han optado por huir. Dado que los cristianos son sólo el 3% de la población, este éxodo ha llevado al obispo auxiliar de Bagdad a alertar de que «existe el riesgo de que en el país deje de haber cristianos si no se trabaja para garantizarles la seguridad y la estabilidad». Al parecer, las milicias iraquíes de Al Qaeda siguen el modelo que los islamistas llevan años imponiendo en Tierra Santa: la presión en Palestina es tal que, si hace 50 años los cristianos árabes eran el 10% de la población, hoy son menos del 2%.

Los últimos bastiones del comunismo siguen acosando a los cristianos

Desde aquel famoso ¿Cuántas divisiones tiene el Papa?, que pronunció Stalin, hasta hoy, no ha pasado ni tan siquiera un siglo. Hoy, el comunismo que alentó el líder soviético se ha extinguido casi por completo. Casi. China y Cuba se mantienen ancladas en la ideología que más muertos provocó durante el siglo XX, y ahora, como entonces, la Iglesia padece grandes restricciones en ambos países. En China las autoridades intentan sembrar la división a través de la llamada Iglesia patriótica, dependiente de Pekín. A través de esta asociación, el Gobierno controla que la ordenación de sacerdotes y obispos, las prédicas de los clérigos y las actividades pastorales no cuestionen la legitimidad de su régimen político-militar. Por el contrario, los católicos que se mantienen fieles al Papa necesitan permiso para cualquier reunión, tienen vetadas las Eucaristías y toda actividad evangelizadora es castigada con penas de cárcel, persecuciones y torturas.
En la Cuba castrista, la situación no es mucho mejor para quienes profesan la fe en Cristo. A pesar de la retirada oficial del dictador Fidel Castro, los católicos encuentran numerosos problemas en su ejercicio apostólico: espías en los consejos pastorales, micrófonos ocultos en despachos de obispos, policía política que registra a los misioneros para requisar Biblias, libros, rosarios... J. D., un estudiante chileno, relata en la web de AIN su visita a una iglesia clandestina regentada por jóvenes cubanos: «En Cuba hay internados mixtos obligatorios. Entre los 12 y los 14, los jóvenes tienen que inscribirse y pasar tres años lejos de su familia. El adoctrinamiento es constante. La promiscuidad no es sólo permitida, sino inducida. Cualquier muestra de religiosidad es castigada, y la única manera de acceder a una carrera es pasar por ellos. Una noche, cuando todos bailaban en el gimnasio, salí de Camagüey con un seminarista y llegamos hasta uno de estos centros. En otro edificio nos esperaban, escondidos, 15 jóvenes. Subimos las escaleras hasta llegar a un techo. Nos sentamos en el suelo, nos persignamos y leímos la Biblia. Terminamos y nos despedimos rápido, porque no podía notarse que habían ido. Hace poco sorprendieron a dos de ellos con material religioso, y los expulsaron».

Hispanoamérica, o la incómoda voz de la Iglesia

Acaso el mayor de los males que azota América del Sur no sea ni la pobreza, ni las carencias educativas, sino la talla de sus representantes políticos. Al menos, de buena parte de ellos. Durante los últimos años, el populismo se ha aliado con el movimiento indigenista para resucitar prácticas chamánicas y mitos ancestrales, con los que distraer a una población mal alimentada y más adoctrinada que formada. El expolio de los recursos naturales y las políticas sectarias que están a la orden del día en países como Brasil, Venezuela o Bolivia, chocan con la voz de la Iglesia católica que no ceja en su empeño por reclamar libertad e igualdad social. El mensaje cristiano incomoda a los políticos más dogmáticos, y a los líderes del narcotráfico y las mafias madereras, que no dudan en amenazar a misioneros, sacerdotes u obispos para acallar sus denuncias.
La situación ha llegado a tal extremo que, por ejemplo, tres obispos brasileños se han visto obligados a contratar una escolta privada, tras las amenazas de muerte que les ha valido su trabajo pastoral en defensa de la vida y de la libertad. Algo que ocurre sólo tres años después del asesinato de la religiosa estadounidense Dorothy Stang, acribillada a tiros por su defensa de los agricultores brasileños frente a las mafias que controlan el mercado de la madera y de la droga. También en la Venezuela de Hugo Chávez, la noche del pasado 27 de febrero, el palacio arzobispal de Caracas fue asaltado por grupos afines al Presidente venezolano, quien ha endurecido su discurso contra la Iglesia y sus prelados tras las críticas que reciben sus políticas por parte de la Conferencia Episcopal del país.

África: el ratón de laboratorio del wahabismo saudí

Entraron de noche en su casa, lo asesinaron a sangre fría y saquearon la residencia. Era un grupo armado y sumamente agresivo, contra el que nada pudo hacer el sacerdote nigeriano Michel Gajere. Pocas horas antes de morir, el clérigo había puesto a salvo a los integrantes del grupo juvenil de su parroquia, preocupado por ver cómo una manifestación convocada en la ciudad de Maiduguri, al noreste de Nigeria, había desembocado en una oleada de altercados violentos contra los cristianos. Aquella misma noche, la del 18 de febrero de 2006, otras 15 personas murieron, y cuatro templos, la residencia del obispo, numerosas viviendas de fieles católicos y varios edificios dependientes de la Iglesia fueron pasto de las llamas. Sirva el caso del sacerdote Michael Gajere como botón de muestra para ilustrar la situación que vive África. Según los últimos datos de Ayuda a la Iglesia Necesitada, de 2006, nueve sacerdotes, una religiosa y una voluntaria seglar murieron de forma violenta a causa de su fe. A pesar de no tener aún las cifras oficiales de 2007 y 2008, hace sólo unas semanas, el 14 de abril, las agencias de noticias se hacían eco de la muerte del misionero inglés Brian Thorp, asesinado en Kenia a pocos metros de su parroquia. Estos ataques están enraizados en la misma causa: una combinación de pobreza extrema con las intenciones islamistas de extender la sharia por el Continente negro. La mayoría de los asesinatos son ejecutados por personas sin recursos ni educación -a veces instigados por líderes tribales-, que ven en los religiosos y en los templos blancos fáciles para sus violentísimos saqueos. Al subdesarrollo, se añade otro ingrediente mucho más peligroso: las autoridades islámicas alientan las agresiones, al tiempo que extienden sus redes por el Cuerno de África: Etiopía, Somalia y Kenia. Los wahabitas de Arabia Saudí ven en esta región la brecha por la que inocular sus postulados a todo el continente: acceso al norte por Egipto y al África subsahariana por Sudán. Un dato: Riad ha financiado con más de 2.500 millones de dólares la construcción de mezquitas y escuelas coránicas en Chad, Etiopía, Nigeria, Kenia, Congo, Camerún, Senegal y Malawi.

«Cada vez hay más ataques en Asia y tenemos miedo»

El 11 de marzo no sólo es un día trágico para los madrileños. También en Lahore (Pakistán), habrá quien no pueda olvidar esa fecha. El 11-M de 2008, una bomba hizo saltar por los aires un centro de Cáritas, un colegio católico, una librería de las hermanas Paulinas y parte de la residencia del obispo, además de causar daños en la catedral lahorí. El extremismo islámico, alentado por las leyes anti-conversión aprobadas por el Gobierno de Pakistán, golpea con creciente dureza a los que no profesan la fe de Mahoma. En el atentado de Lahore murieron 14 personas, entre ellas dos alumnas del colegio y un voluntario de Cáritas. La Hermana Minna forma parte de la comunidad de Paulinas que regentan la librería católica de la ciudad. Ella vivió el atentado en primera persona y resume la realidad del continente: «La bomba arrasó la tienda y nosotras nos salvamos de milagro. Nos asustamos al oír la explosión, pero los más perjudicados han sido los de Cáritas. Cada vez hay más ataques en Asia y, aunque a nosotras nos quieren, tenemos miedo». No es para menos. La espiral de violencia contra los cristianos que apunta la religiosa es una realidad en el sur y sudeste asiático: Indonesia, Malasia, Myanmar (Birmania), Sri Lanka... Incluso en Filipinas, el país con mayor número de católicos del continente, el obispo y los sacerdotes de la diócesis de Jolo se han visto obligados a vivir con guardaespaldas, «porque los actos de violencia y las hostilidades que se manifiestan en la vida cotidiana no cesan», explicó el prelado filipino. Él mismo ha sido escupido por las calles de su diócesis. En la India, los nacionalistas hindúes han conseguido imponer multas y hasta la cárcel a quienes se conviertan al cristianismo. Para quienes ya forman parte de la Iglesia, la cruz es otra: conventos saqueados, iglesias calcinadas, fieles apaleados, sacerdotes perseguidos... En este escenario, las palabras de la Hermana Minna resuenan trágicas: «Tenemos miedo».

José Antonio Méndez
Alfa & Omega
http://www.alfayomega.es

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