sábado, 12 de dezembro de 2009

"Cementerios bajo la luna"

Así titulaba, en recuerdo de Bernanos, el maestro César Alonso de los Ríos el admirable artículo que ayer publicaba en ABC. Admirable por su probidad intelectual, por su coraje en la denuncia, por su capacidad para desentrañar las razones de fondo sobre las que se sustenta la nueva ley del aborto que el Gobierno se dispone a aprobar. No resulta frecuente en esta época de pensamiento gregario que un intelectual de formación izquierdista llegue, desde el ahondamiento en sus convicciones más hondas, a la crítica de posturas que otorgan salvoconducto en las aduanas del progresismo. Mucho menos frecuente aún resulta que tal crítica se desenvuelva con la lucidez y el brío que César Alonso de los Ríos despliega. En el artículo que ahora glosamos, nuestro autor afirmaba que la nueva ley del aborto «llega a lo demoníaco, esto es, al disfrute del placer que produce el Mal»; y es que, en efecto, sólo el regodeo en el Mal explica que la ley busque comprometer a la sociedad entera en «su insensibilidad ante lo monstruoso», de tal modo que la realidad macabra del aborto se convierta en algo cotidiano y vulgar, aceptado por millones de conciencias embotadas.

El artículo me ha parecido especialmente clarividente porque, procediendo de la pluma de un escritor de tradición laica, se atreve a mencionar lo demoníaco, el Mal con mayúscula, como explicación última de lo que está ocurriendo. Y es que la interpretación cabal de lo que está ocurriendo requiere una lectura sobrenatural; requiere entender la astucia sibilina con la que el Mal obra, para granjearse la complicidad de una sociedad y atraerla a su corrupción. Astucia que, en primer lugar, se muestra halagando a la sociedad que se pretende corromper, brindando satisfacción a sus apetitos más instintivos. Escribía Chesterton que no tardaría en proclamarse una religión erótica que, a la vez que exaltase la lujuria, prohibiera la fecundidad. Tal religión erótica es el caramelo envenenado que la astucia del Mal ofrece para insensibilizarnos ante lo monstruoso. En las escuelas, se introducirá una «educación sexual» obligatoria -conculcando el derecho de los padres a elegir la educación moral que desean para sus hijos- que desvinculará la sexualidad de los afectos, convirtiendo el mero disfrute genital en una nueva idolatría. Esta idolatría de la sexualidad desligada de los afectos acarrea siempre consecuencias anímicas funestas, como cualquier conocedor del alma humana sabe; pero lo que la nueva religión erótica propone es precisamente nuestra deshumanización, de modo que niega con desparpajo tales consecuencias anímicas. Y para negar las otras más estrictamente físicas, la religión erótica promete a sus adeptos píldoras abortivas que podrán comprar como si fuesen gominolas en cualquier farmacia; y, en caso de que las gominolas no se tomen a tiempo, les promete que habrá médicos que extirparán esas «consecuencias funestas» como se extirpa una verruga.

Es una estrategia diabólica, que empieza halagando los instintos hasta convertirlos en pasiones putrescentes y que, una vez conseguido ese primer estadio de esclavitud (pues esclavos son quienes se guían por la mera satisfacción del placer), obliga a la sociedad entera a ser cómplice del mal que el halago de esos instintos ha desatado, enfrentando a padres con hijos, obligando a médicos y farmacéuticos a contrariar sus convicciones morales so pena de condena al ostracismo. Frente a esa estrategia diabólica, cualquier intento de proponer una antropología meramente humana es percibida por los adeptos a la religión erótica como inhumana y torturante, propia de fanáticos que reprimen su placer. Y tal estrategia que se regodea en la corrupción de una sociedad entera y la hace partícipe de su odio desenfrenado a la vida sólo puede entenderse plenamente si se acepta su dimensión sobrenatural: "Pongo eterna enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya".

Juan Manuel de Prada
www.juanmanueldeprada.com

www.abc.es

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