El discurso pronunciado por Barack Obama en la ceremonia de entrega del premio Nobel de la Paz merece todos los elogios que ha recibido. El presidente norteamericano supo hacer una defensa moral de la guerra cuando la violencia legítima defiende la justicia, en lugar de insistir en las falsas invocaciones a una paz que a veces no existe más que en los sueños de los que prefieren ignorar la realidad. Lo que ha dicho Obama es que la paz es un bien, aunque a veces es necesario renunciar a ella para defender la libertad, porque en la esclavitud no puede haber paz. El mundo que ha descrito es sin duda imperfecto, pero más real que las fantasías que se cobijan bajo lemas tan pomposos y huecos como el de la Alianza de Civilizaciones.
En una ceremonia como la de Oslo, hacía falta mucho más coraje para exponer esos argumentos que para apoyarse en los falsos argumentos de lo políticamente correcto, que era probablemente lo que esperaban escuchar los miembros de la Academia noruega que decidieron otorgarle este galardón, y también buena parte de los dirigentes que asistían a la ceremonia. Es más, la defensa del papel que han jugado las armas de Estados Unidos en la garantía de la estabilidad del mundo y la libertad de muchas naciones a lo largo de casi todo el siglo pasado se puede considerar prácticamente una reprobación simbólica a la decisión de conceder un premio que hasta el propio galardonado reconoce que ha sido inapropiado destinarlo tan frivolamente a alguien que está en los inicios de su gestión como presidente de su país.
Y aunque no se pueda saber todavía si lo merecerá en el futuro, al menos debemos alabar la gran lección de realismo y de grandeza que contiene ese discurso de Oslo. El comandante en jefe que acaba de enviar a la guerra de Afganistán a treinta mil jóvenes -muchos de los cuales, por desgracia, no regresarán jamás a casa- habría traicionado a esos soldados si hubiera preferido justificar el galardón y el dudoso criterio de los que se lo han concedido en lugar de engrandecer el sacrificio de aquellos que tienen que arriesgar su vida para contribuir a proteger nuestra libertad frente a los que intentan aplastarla.
Editorial ABC
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