domingo, 31 de janeiro de 2010

Vacunagate

Ahora sí. Ahora los medios de comunicación más progresistas han decidido por fin ejercer de cuarto poder y, ante las sospechas de que la gripe A fue una amenaza inflada por algunos intereses económicos inconfesables, se lanzan al cogote de la víctima doble página en ristre.

La víctima: la Organización Mundial de la Salud, todo hay que decirlo, no es santo de mi devoción. A sus decisiones sobre el DDT, corregidas demasiado tarde, debemos, entre otras cosas, que la malaria siga campando por sus respetos en un tercio del planeta habitable. Aún así, empieza a enternecer el modo en que algunos de sus responsables balbucean excusas presionados por el implacable escrutinio de los medios.

Los hechos son los siguientes. El doctor Wolfgang Wodarg, presidente de la Comisión de Salud del Consejo de Europa, se ha valido de su cargo para impulsar una investigación sin precedentes contra la OMS. En concreto, se acusa al organismo internacional de haberse plegado a las presiones de la industria farmacéutica para declarar el estado de pandemia tras los primeros brotes de la gripe A. De ese modo, y de manera injustificada, según Wodarg, se ha inflado la necesidad de suministro de vacunas a escala global, con el consiguiente beneficio económico para las empresas del sector.

No me negarán ustedes que la película tiene todos los ingredientes para una nueva teoría conspiranoica progre. Una alarma mundial injustificada, millones de ciudadanos sometidos a una vacunación no exenta de riesgos y, sobre todo, un sector tan capitalista y poderoso como la industria farmacéutica como gran enemigo del pueblo. Casi estoy tentado de comprar la mercancía.

Es cierto, sí, que la gripe A ha terminado siendo una epidemia de andar por casa en comparación con los temores que nos metieron en el cuerpo hace unos meses. Por fortuna, ni el número de infectados ni el número de fallecidos ha llegado a acercarse siquiera a la media de las previsiones manejadas por la OMS en sus informes. Y es cierto que en estas mismas páginas hemos criticado con creces el comportamiento alarmista de algunos expertos, tanto como la endémica incapacidad de informar correctamente a la población que tienen nuestros gobiernos.

Pero ¿ha sido ésta realmente una alarma injustificada? A día de hoy, el número de fallecidos por gripe A supera los 14.000 en todo el planeta, una cifra menor que la que se cobra cada año la gripe estacional normal. En España se ha dejado de informar sobre víctimas desde diciembre, pero parece evidente que las cosas no han ido tan mal como muchos pensaban... pensábamos.

Ahora bien, la frialdad de los datos esconde algunos matices importantes. En primer lugar, que todos estos números han de sumarse a los de la gripe estacional: con lo que el balance final es sumatorio. Es cierto que en muchas regiones del planeta la gripe A ha terminado desplazando al virus estacional, pero ello encierra también una pequeña trampa: ¿qué habría pasado de no haber sido así?

Si la gripe A, en esta primera fase, no ha producido la morbilidad y mortalidad esperada, ¿es porque el virus no era tan agresivo, porque las medidas de protección han funcionado o por mero azar? La ciencia sabe que tarde o temprano (el año que viene o dentro de 10.000, quién sabe) una variante del virus de la gripe aunará al mismo tiempo la capacidad de infección de la gripe común y la agresividad de la gripe aviar. Cuando eso ocurra, nos seguiremos encontrando ante una amenaza difícil de afrontar. Si algo nos ha demostrado el fenómeno de la gripe A es que un microorganismo nuevo tiene capacidad de colarse hasta la cocina de nuestro sistema de prevención en cuestión de semanas. Que ese bicho mate a millones de individuos o simplemente los constipe un par de días no es algo que nuestras autoridades puedan controlar. La supuesta inocuidad de la gripe A no ha sido mérito de la OMS, de las alarmas ni de las medidas preventivas; ha sido mérito de la propia naturaleza.

Pero ¿qué debemos hacer entonces? Ante tal certeza, ¿han de mantenerse las autoridades calladas, sofocando cualquier conato de alarma, esperando que sea la naturaleza del virus la que dé el primer golpe? No han de dolernos prendas en reconocer que incluso la OMS puede acertar alguna vez. Ante la llegada de un nuevo virus desconocido, permítanme que elija, de momento, ponerme en lo peor. El AH1N1 ha demostrado una especial capacidad de resistencia, ha mutado al menos una vez en un mismo periodo pandémico, ha arrojado una inusitada mortalidad infantil y ha demostrado atacar con más virulencia que otros anteriores a poblaciones sanas y jóvenes. ¿No son suficientes motivos para activar todos los mecanismos de control posibles?

Wolfgang Wodarg.
Analicemos el origen de la polémica. Al doctor Wodarg le adorna, además de una angelical melena rubia muy eco-fashion, un currículum repleto de grandes causas de la izquierda. Como europarlamentario alemán socialdemócrata y vicepresidente del Grupo Socialista, fue relevante su actuación en contra de las compañías de seguridad privadas como "erosionadoras del monopolio del estado para el uso de la fuerza". Su interés se centró en la presencia de cuerpos de combate privados –por supuesto, de nacionalidad estadounidense– en entornos bélicos.

Un par de años antes, en 2007, este médico y europarlamentario publicó un informe titulado "Controlar las instituciones, el significado de la participación pública" en el marco de un simposium sobre patentes médicas. En él advertía: "El sistema de patentes, lejos de ser un premio para la innovación, es un arma a favor de los monopolios". Su propuesta consistía en permitir a los estados miembro revocar las decisiones tomadas en el seno de la Oficia Europea de Patentes. O sea, en dar a los gobiernos la potestad de decidir quién tiene la propiedad legal de un fármaco. De ese modo, una empresa que haya invertido millones de dólares y decenas de años de investigación en el desarrollo de un nuevo medicamento podría ver expropiada su capacidad de explotación del mismo si un gobierno decide que se trata de un "bien público".

En 2006, Wodarg fue portavoz del Comité para la Agricultura, el Medio Ambiente y Asuntos Regionales dentro de la Asamblea del Consejo de Europa sobre organismos modificados genéticamente. Su informe, decisivo a la hora de fijar la política europea al respecto, defendió la necesidad de aplicar estrictas normas al comercio de estos organismos, basadas en supuestas lagunas científicas sobre su inocuidad y en la "necesidad de separar a Europa de las prácticas comerciales americanas que son contrarias al principio de bienestar que debe regir la política europea".

Ya se ve, pues, que este azote de la OMS tiene sus pequeños demonios: los transgénicos, la propiedad privada, el derecho a la explotación de las marcas, la seguridad privada... y, por supuesto, los USA. No se le conocen declaraciones en contra de la influencia de las ONG ecologistas en los informes científicos del IPCC o alertando de las manipulaciones de datos relacionados con los efectos del cambio climático sobre el planeta, por ejemplo.

Poner en duda la autoridad de la OMS en cualquier materia, lo reconozco, es tentador. Pero, en este caso, la investigación va por otros derroteros: ya que el cambio climático pierde fuelle, ¿qué tal unas dosis de lucha de clases contra la industria farmacéutica, las patentes médicas y las grandes empresas de Estados Unidos? Los efectos secundarios de esta nueva dinámica no deben dejarse de lado. Porque el único armamento con el que contamos para protegernos de las epidemias es la investigación científica, la respuesta inmunológica rápida y la confianza en la estructura de la industria para generar vacunas en tiempo récord. ¿Se atreve Wodarg a dinamitar el mecanismo de defensa sin saber cuándo llegará la próxima pandemia?

Jorge Alcalde

http://findesemana.libertaddigital.com

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