domingo, 24 de janeiro de 2010

El valor del sufrimiento

El problema es olvidar. El problema es girar la cara cuando ante ti se presenta un panorama desolador para el que no hay respuestas a las preguntas más básicas. El problema es que probablemente dentro de unas semanas para muchos de nosotros el drama de Haití se convierta en un recuerdo doloroso ante el cual ya nada más podamos hacer. El problema es que no escuchamos a los profetas, que sin ser siervos de ninguna ideología y sin ningún interés personal llevan demasiados años anunciando las injusticias y las desigualdades que padece la humanidad.

Juan Pablo II habló de una «estructura de pecado» que impide que las sociedades más ricas puedan terminar definitivamente con la pobreza y la desigualdad entre los pueblos. Son palabras que a muchos les suenan a utopía y se excusan en que no es tan fácil cambiar el mundo. Pero no nos podemos rendir. Una cosa es aceptar con dolor los misterios inexplicables de la historia de la humanidad y otra es desentenderse de la obligación que todos tenemos de cambiar el rumbo de la misma con nuestra implicación personal. No podemos dejar que las cosas sigan siendo así. Por lo menos la Iglesia ni ha callado ni callará frente a todas las situaciones injustas que siguen asolando a gran parte de la humanidad. Nosotros rezamos y trabajamos por la construcción de un mundo un poco más justo.

Tragedias como la de Haití no hacen que nos cuestionemos la bondad de Dios, pues Él ha estado también debajo de los escombros compartiendo sufrimiento con las victimas y sus familiares. No debemos cuestionarnos a Dios sino al hombre, que no quiere oír la voz de un Dios que, a través de la Iglesia, nos dice que todos somos hermanos, que existe un destino universal de los bienes materiales y nos sigue pidiendo que hagamos nuestro el destino de los más pobres, pues en éstos se encuentra el mismo Cristo.

Jesús Higueras

www.abc.es

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