quarta-feira, 27 de janeiro de 2010

La simultaneidad

Rodrigo Borgia fue elegido Papa el 11 de agosto de 1492, exactamente once días después de que Colón zarpara del puerto de Palos de Moguer en busca de las Indias. Se lo entronizó diez días más tarde, cuando el Almirante navegaba por el Atlántico.

Hubo mucho de casual en la elección de Alejandro VI, que ése fue el nombre que tomó para su pontificado, puesto que los otros candidatos probables, sobre todo el cardenal Della Rovere, se encontraban empeñados en empresas que distrajeron su atención de la batalla por el cargo. Pero la presencia de un español en la Sede de San Pedro –¡cuánto hace que nuestra Iglesia no cuenta con candidatos al papado!– sería decisiva sólo cuatro años más tarde, en 1494, cuando se requiriese su arbitraje entre España y Portugal en la firma del Tratado de Tordesillas, por el que ambos países se repartieron la posesión de las tierras descubiertas y por descubrir al oeste de Finisterre.

No cuento esto, que se puede encontrar en casi todas partes (menos en la Wikipedia, donde toda la información sobre los Borgia es confusa), por afán de cansar a mis lectores con datos, sino para señalar el valor del factor simultaneidad casual en la historia.

Si los alemanes no hubiesen estado al borde del colapso en la Gran Guerra y no hubiesen, por tanto, necesitado desesperadamente el cierre del frente oriental, Lenin no habría sido ayudado por ellos a tomar el poder en Rusia. Que, por una parte, se cociera desde hacía tiempo un caldo magro para los zares y se hicieran a la vez no pocos intentos de desplazarlos del trono y cambiar el régimen, y que, por otra parte, Alemania se sintiera en riesgo de derrota (cosa que finalmente ocurrió) son dos procesos distintos que confluyeron en la revolución de octubre de 1917. Procesos que, cada uno, poseían una causalidad propia, pero que casualmente se simultanearon para dar nada menos que ochenta años de Unión Soviética, con todo lo que ello implicó para el mundo: China, Cuba, Vietnam, países árabes, África, etc., hasta llegar al adefesio de Hugo Chávez. Y sin olvidar lo que representó el fenómeno en los países de Occidente con partidos comunistas y sindicatos ligados a él, como Italia y Francia.

La casualidad no existe en la historia: lo que existe es la simultaneidad de procesos causales. Como en la naturaleza. Siempre tengo presente el ejemplo que daba en sus clases de Introducción a la Filosofía (en realidad, se trataba de una introducción a la lectura de la Fenomenología de Hegel) el ilustre profesor Andrés Mercado Vera, en la Universidad de Buenos Aires: el crecimiento de un cultivo cualquiera obedece a un proceso coherente con su propia causalidad interior, del germen a la planta; por otro lado, el granizo tiene su origen en otro proceso coherente con su propia causalidad interior, en este caso de orden climático. El hecho de que los dos coincidan y se pierda una cosecha parece casual, pero es sólo una cuestión de simultaneidad.

Clío, según Vermeer.
La sobreabundancia de ratas en Asia Central terminó en la extensión, por medio de la pulga de la rata negra, de la peste negra o bubónica por el conjunto de Asia y Europa en el siglo XIV. Los mongoles la llevaron a las colonias genovesas de Ucrania y de allí pasó a Italia. Pero en Europa vino a coincidir con un proceso local de decadencia de los cultivos y, en consecuencia, de malnutrición general, que afectó no sólo a los pobres, también a los señores feudales, que tampoco gozaban de una alimentación completa. Simultaneidad.

En ese sentido, el planeta siempre fue global (¡vaya palabro!). Es decir, que la simultaneidad terminó invariablemente por generar relaciones entre procesos de origen y desarrollo distintos. Trotski llamó a esto "desarrollo desigual y combinado", en la más interesante de sus aportaciones teóricas al estudio de la historia (probablemente la única realmente original de todas las suyas). Y tiene una aplicación directa a la actual cuestión de la expansión islámica. Se suele decir que los musulmanes viven en la Edad Media. Lo cual revela una profunda ignorancia sobre las dos cosas: el Islam y la Edad Media.

Los musulmanes viven en su propia época, con costumbres que de ningún modo son medievales en el sentido europeo del término: ni en el más oscuro de los siglos oscuros la mujer europea vivió el tipo de sumisión que viven las musulmanas de hoy, y la monogamia estaba perfectamente establecida en Occidente muchísimo antes de que naciera Mahoma. Por otra parte, los terroristas islámicos no renuncian al uso de la tecnología actual por ningún principio: se valen de ella a toda hora. Baste pensar que Al Qaeda significa "la base": la base de datos informática. Son bárbaros, no en el sentido antropológico, sino en el peyorativo, pero no son medievales.

Existe –y eso es el desarrollo desigual– una simultaneidad de niveles de desarrollo y de niveles de atraso (respecto de máximos alcanzados en determinadas sociedades). Cuando filmó el material que hoy se conoce, montado por Franco Citti, como Apuntes para una Orestíada africana, Pier Paolo Pasolini apunto que los países africanos inmediatamente posteriores a la descolonización estaban "más o menos en el nivel de desarrollo del Medievo Griego" (1400 a. d. C). Ello no obstaba a que la idea hubiese surgido de sus conversaciones con estudiantes universitarios africanos en Roma: era sólo la referencia a un estadio.

En el momento en que Neil Armstrong pisaba la Luna, en 1969, había tribus en distintas partes de la Tierra que jamás habían tenido relación alguna con gentes de otros lugares. Y sigue habiéndolas hoy, en el corazón del Amazonas, mientras yo escribo en un ordenador, que en 1969 era apenas una idea, aun en la NASA, y usted me lee por el mismo medio.

Horacio Vázquez-Rial

http://historia.libertaddigital.com

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