La transición democrática en España se hizo contra las pretensiones de ruptura con el régimen anterior y por reforma "de la ley a la ley". Lo que significa, lisa y llanamente, que se negó la legitimidad del Frente Popular, se reconoció la del franquismo, traspasando esta a la democracia y a la monarquía. La oposición antifranquista prefería la legalidad del Frente Popular, que, en su mezcla de ignorancia y mala fe, identificaba con "la república", y durante todo 1976 hicieron cuanto estuvo en sus manos para imponer la ruptura, aprovechando las libertades que, no de derecho pero sí de hecho, ya existían. Fracasó (o fracasamos) ¡afortunadamente!, porque la sociedad, de forma muy mayoritaria, no quería saber entonces nada de eso, aun si había olvidado lo que había sido la guerra y sus causas, y apoyó la reforma. Por ello, la democracia viene del franquismo, de lae excelente situación social y económica creada por ese régimen, y de la desaparición de los odios de preguerra.
La oposición tuvo que resignarse sin, en el fondo, olvidar sus viejos tópicos: así, no le importó renunciar al marxismo o al leninismo por pura razón de oportunidad, sin sustituirlo por nada y sin el más mínimo análisis del pasado; siguió basándose en una burda propaganda. Ni siquiera la caída del Muro de Berlín le indujo a la menor reflexión crítica.
En cuanto a la derecha, tan pronto consiguió el éxito histórico de la reforma, que impidió una deriva como la de la transición de 1930-31, renunció a él en el terreno de las ideas, y poco a poco se unió a la corriente que denigraba el franquismo –el origen, repito, de nuestra democracia, una de las poquísimas de Europa que no se deben directamente a la intervención useña--, o callaba ante tal corriente y retrocedía. Muchos, que venían de aquel régimen por familia y fortuna, se ponían muy solemnes diciendo que, claro, el franquismo había sido una dictadura, todas las dictaduras eran iguales de malas, y con eso no tragaban: ni el franquismo ni el comunismo, faltaría más. ¡Que no tragaban con una dictadura, los señoritos, cuando venían de ella, se habían beneficiado al máximo de ella, y si viniera otra se las arreglarían para trepar en ella, como siempre han hecho! Coincidían con la izquierda en que nada les debía a ellos la democracia, pero la explotaban a fondo.
Otra parte de la derecha, muy minoritaria, se dedicó a defender los méritos del anterior régimen, pero, como la izquierda, sin el menor análisis aparte de la habilidad paranoica para descubrir por todas partes la huella de la masonería y cosas por el estilo. Pero difería de la izquierda y los separatismos en que apenas era capaz de otra cosa que de quejas inanes, e incapaz de extraer de sus conclusiones "teóricas" ninguna estrategia a largo plazo, ni aun a corto, fuera de organizar misas y algún terrorismo, por suerte débil y que contribuyó a hundirlos aún más.
La izquierda y el separatismo sí fueron desarrollando una táctica a partir de su fracaso inicial y de sus rupturistas concepciones de base, a las que nunca han renunciado. Concepciones basadas en la falsedad y que, como tales, solo han creado lo que podían crear: la cultura de la trola, el choriceo y el puterío. Ha estado muy en su punto que terminasen reivindicando a Negrín: nada los retrata mejor. Y, por supuesto, la extrema derecha les ayuda: para ella, la trola, el choriceo y el puterío son, precisamente, la marca de la "democracia". Con toda alegría dejan a la izquierda y los separatismos la bandera democrática, proponiendo como alternativa un régimen en que ellos silenciaran cualquier voz contraria (masónica o cosa parecida, por definición). Y se extrañan de que la gente no les siga.
Pero por mucho que la hayan estragado los antifranquistas retrospectivos, la democracia, insisto, viene del franquismo, viene de la propia evolución interna del país, al contrario que casi todas las demás de Europa occidental (por supuesto, si Usa no hubiera vencido en la II Guerra Mundial, nada de ello se habría producido, aquí ni fuera; pero esa deuda está muy bien pagada por la neutralidad española durante aquella guerra, sin la cual los acontecimientos podrían haber seguido otro rumbo). No reconocer este origen, o callarlo, ha sido precisamente lo que ha degenerado el sistema creado en la transición. Ha sido una enfermedad moral e intelectual con las más graves consecuencias. Imaginemos que en Usa la corriente principal de opinión se dedicase a denigrar sistemáticamente a los fundadores y principales figuras de su régimen político, a tacharlos de asesinos, idiotas y ladrones. La descomposición política del país estaría asegurada a plazo no muy largo.
Pues en esa enfermedad de nuestra democracia, en la negativa a reconocer su origen y proponer a cambio la miseria de un Frente Popular legítimo, descansa la justificación moral, ideológica y política del terrorismo, el separatismo, el ataque a Montesquieu, a la unidad de España, a los derechos de las personas. Es una manipulación de la historia que genera de forma espontánea la manipulación sistemática del presente. En la que están inmersos tanto la izquierda y los separatismos como el PP rajoyano.
Pío Moa
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