sábado, 21 de novembro de 2009

Abstenerse machistas aguerridos, feministas de pelo en pecho

Lawrence Summers.
En enero de 2005 una tormenta, no precisamente de ideas, se abatió sobre Lawrence Summers. No se le había ocurrido otra cosa al presidente de la Universidad de Harvard –uno de los economistas favoritos de Bill Clinton... y de Obama– que escribir un artículo en The New York Times tratando de explicar por qué había tan pocas mujeres en las facultades de ciencias más prestigiosas.

Había muchas médicas o psicólogas pero pocas matemáticas o ingenieras. Según su hipótesis, ello sucedía porque

1) los empleos muy exigentes en tiempo son evitados por la mayoría de las mujeres;

2) la variabilidad en el grupo hombres es mayor que en el grupo mujeres, más homogéneo;

3) la socialización imperante aún es discriminatoria.

Una hipótesis razonable, discutible como todas (¿hay que decirlo?) y basada en datos como los del psicólogo Ian Dary, que había examinado los expedientes relacionados con el coeficiente intelectual de 80.000 niños y niñas de Edimburgo.

¿Por qué se le cayó el pelo mediático a Summers, vapuleado sin piedad por las feministas de guardia? Hasta tuvo que dimitir de la presidencia de Harvard (digamos, de paso, que había pisado otros e igualmente sensibles callos).

Uno de los dogmas progresistas esgrimidos en las guerras culturales que afectan a las mujeres como sexo consiste en presentar su condición social como una consecuencia de la discriminación dentro de una "sociedad patriarcal", reproducida mecánicamente a través de la enculturación en el seno de la familia, los medios de comunicación y la escuela (de donde se sigue que hay que intervenir desde el Estado para reformar la familia, los medios de comunicación y la escuela, a fin de convertirlas en instituciones políticamente correctas). La tesis fue uno de los lugares comunes en el pensamiento del siglo XX: no existe algo así como la naturaleza humana, sino exclusivamente productos culturales construidos socialmente. Aplicada específicamente a su sexo, Simone de Beauvoir escribió: "No se nace mujer, se llega a serlo".

Susan Pinker.
La psicológa cognitiva Susan Pinker demuestra en su libro La paradoja sexual que la Beauvoir se equivocaba y que no había motivos racionales para lapidar a Summers. Contra la máxima del marido de la filósofa francesa, Jean-Paul Sartre, que enunció que en el ser humano "la existencia precede a la esencia", Pinker investiga en los condicionantes biológicos, genéticos y fisiológicos que condicionan la construcción de cualquier identidad humana, sea masculina o femenina, en diversos tiempos y lugares. A través de capítulos provocativamente titulados "¿Son los hombres el sexo débil?", "La revancha de los empollones", "¿La competitividad es cosa de hombres?" o "¡Abandonen el barco! Mujeres triunfadoras que abandonan los ámbitos de las ciencias o de la ingeniería", en última instancia el paradójico propósito del libro de la hermana del también psicólogo cognitivo Steven Pinker es liberar a las mujeres de la liberación feminista de los años 60 y 70.

Huyendo del paradigma de la mujer débil, sumisa, obediente, delicada que una conspiración masculina habría estado fraguando desde las catacumbas de la Historia, las féminas se habrían identificado tanto con el sexo dominante, con el primer sexo, con el sexo masculino, que se habrían olvidado de ser ellas mismas. Metamorfoseadas en varones con faldas y rímel en las pestañas, habrían apostado por la esquizofrénica propuesta de Simone de Beauvoir: olvidar, ocultar, obliterar vergonzosamente todo lo que oliera a lo que se identificara como mujer-mujer. Por ejemplo, au revoir al instinto maternal.

En el eterno debate entre naturaleza y cultura, la posición de la psicóloga Pinker es tener en cuenta todos los matices que infinitesimalmente diferencian a las mujeres y a los hombres para dotar a la igualdad de oportunidades de una concreción efectiva. Sin llegar a confundir, como suelen hacer las feministas de pelo en pecho, esta igualdad de oportunidades con la igualdad de resultados: que todos y todas tengan la oportunidad de ganar idéntico dinero no quiere decir que todos y todas terminen haciéndolo, dado que pueden tener preferencias diferentes, igualmente respetables y racionales.
Las convenciones sociales nos afectan, pero las presiones sociales no pueden explicar por sí solas la mayor empatía que se observa en niñas y en mujeres ya desde los primeros días de vida y en culturas, edades y clases sociales diferentes. En todas las sociedades muestran más interés por el prójimo, presentan más conductas de cuidados a los demás y suelen valorar más la relaciones que la competitividad. Estas diferencias biológicas pueden explicar algunos aspectos de las elecciones laborales de las mujeres, el tipo de trabajo que las atrae y cuántas horas están dispuestas a dedicarle.
La paradoja sexual es el último compendio, en formato divulgativo, de datos en neurología, economía y psicología sobre cómo las diferencias sexuales influyen en las diferencias de género a través de la interacción con los procesos sociales. Mejor que la metáfora que explica la diferencia entre hombres y mujeres aduciendo un origen marciano para los primeros y venusiano para ellas, habría que comprender que, mientras los hombres están construidos en software propietario, ellas están diseñadas en software libre. O, como dibujaron los de Pixar en Wall-e: ellos se asemejan a un esforzado, utilitario y chapucero PC, mientras que ellas son como un bonito, redondeado y sobrevalorado Apple.

Pero sobre todo el libro de Pinker es un buen ejemplo de cómo una orientación científica presupone una serie de valores. En un país como España,en el que orwellianamente hay un denominado Ministerio de Igualdad dedicado a promover la discriminación, Susan Pinker nos advierte:
El Estado [soviético] alcanzó prácticamente la paridad de género en las ciencias físicas y en ingeniería, pero anuló la libertad de elección. Por lo tanto, puede que parezca que una sociedad que consigue alcanzar una división de género laboral del 50% en un ámbito concreto ha erradicado la discriminación. Sin embargo, si se mira más de cerca, quizás uno se encuentre con que lo que se ha abolido son las libertades individuales.
Es muy importante, desde el punto de vista mediático, que científicas como Susan Pinker o Louann Brizendine sean capaces de mantener la objetividad frente a los puntos de vista interesados de la agenda política feminista de género. Y que tengan la valentía de defenderla públicamente, cuando la censura y la inquisición te pueden hacer perder financiación y dificultarte el ascenso académico; y hasta tentarte a abandonar las concepciones profundas y globales del individuo.


SUSAN PINKER: LA PARADOJA SEXUAL. DE MUJERES, HOMBRES Y LA VERDADERA FRONTERA DEL GÉNERO. Paidós (Barcelona), 2009, 408 páginas. Traducido por Montserrat Asensio Fernández.

Santiago Navajas

Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.

http://libros.libertaddigital.com

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