sábado, 21 de novembro de 2009

Ladran, luego cabalgamos

Se nos iría todo el espacio de este editorial en enumerar las razones de nuestro apoyo -y felicitación- a las declaraciones de Juan Antonio Martínez Camino sobre las consecuencias de la autoría en abortar, de la complicidad activa o del apoyo a una legislación y práctica injusta por homicida. No se arrugue, monseñor. Habló en legítimo uso de su libertad civil y en imprescindible ejercicio de su responsabilidad como obispo y portavoz. Cualquier católico, que lo intenta ser de corazón, se lo agradece, le comprendió muy bien y le apoya. Faltaría más que los ciudadanos católicos no pudiéramos decir lo que pensamos a la sociedad española, cuando somos miembros de ella. Sin embargo, hasta lo innecesario y obvio parece que debe recordarse y justificarse en España entre algunos que se consideran crema y amos de la vida política y la cultura mediática. Ya está bien de que esos lobos quieran pasar por corderos y su intolerancia por amor a la libertad y a la conciencia.

Por ejemplo, la pertenencia a la Iglesia es un acto de libertad, no único, sino constante. A nadie se obliga a ser católico. En consecuencia, que los católicos, fieles y ministros, sean congruentes en su obrar con su fe parece elemental, además de coherencia fruto de la libertad. En cambio, deberíamos aceptar como crítica fundada que se acusara a los católicos de defender la vida en la teoría y de promover los abortos en la práctica. Eso sí sería hipocresía. Pero que se nos critique hasta el insulto -algunos soeces y blasfemos- por estar en contra del aborto, porque estamos a favor de la dignidad y derechos de la vida de toda persona, desde su concepción hasta su muerte natural, y que se acuse a la jerarquía católica de recordar a los católicos -a los que desde su libertad quieren estar en comunión con Jesucristo y su Iglesia- que mantener esa comunión exige la normal congruencia doctrinal y práctica o que actuar a favor del aborto supone quebrar, en diversos grados, esa comunión con el resto de católicos, es un ejercicio de intromisión intolerable y una muestra de la habitual falsedad que acompaña a la hipocresía y al método de amedrentar al pusilánime y tibio.

Es un paradigma de la farsa abortista seguir pretendiendo enjaular la posición pro vida como una manía confesional de católicos fundamentalistas, que pretenden imponer su moral rigorista a toda la ciudadanía. Ya está bien de mentiras. Ya basta de insultar a las gentes engañándoles con la mentira de que defender la vida es cosa, manía e imposición de los curas católicos. Ya está bien de mentir diciendo que hay, dentro de la Iglesia, varias posiciones contradictorias sobre el valor de la vida del concebido y su derecho a nacer. La posición oficial pro vida de la Iglesia católica, mantenida durante 20 siglos, no sólo se basa en el famoso quinto mandamiento de la ley natural, que comprende cualquier recta razón del mundo mundial: el “no matarás”. Se basa igualmente en la evidencia de las ciencias y sus conocimientos actuales sobre el momento de inicio de la vida de cualquier ser humano, que es la concepción por fusión de los dos gametos paterno y materno. El abortismo se escapa de afrontar esas evidencias, hace mil piruetas para ocultarlas, entre otras distraer hablando de otros problemas. Otro ejemplo. Es una calumnia maliciosa que se invoque contra la Iglesia la libertad de conciencia o que las convicciones no se pueden imponer, como si los defensores de la vida fueran por ahí con las armas y la policía, más el dinero público, para imponerse a la ciudadanía. ¡Cielo santo, lo que hay que oír! Levantan estas acusaciones los mismos que niegan la libertad de conciencia a sus adeptos y a sus diputados, diciéndoles que antes está la obediencia al partido que a sus personales convicciones de conciencia y aconsejando a quien no lo ve así y quizá prefiere los dictados de su conciencia con que deje el escaño -que le ha dado el pueblo en elecciones- y se lo devuelva a los fieles a los dogmas de una cúpula humana de un partido político. Y no les basta con negar los derechos de libertad de conciencia a sus adeptos, encima se declaran católicos y pretenden enseñar en qué consiste serlo y la doctrina católica al Papa, obispos y demás fieles. Este es un escándalo de cinismo, intromisión, falsedad e impostura que convendrá atajar de una vez por todas a quien le corresponda.

Otro ejemplo: hay que ser una inculta ignorante, a la par que manipuladora farsante, para proclamar que la legislación civil española no se dicta desde los púlpitos. Menuda obviedad y tontería. No hay ningún ministro católico que sea diputado, ni la jerarquía ostenta representación política y legislativa alguna, ni las desean, ni pueden porque -¡señores!- los introductores en la cultura occidental de la autonomía entre el César y Dios fue el propio Jesucristo, no precisamente la izquierda estatalista -y sus próceres más experimentados, que han sido los partidos comunistas cuando han tenido el poder-, cuyo gremio se ha caracterizado desgraciadamente por interpretar los derechos humanos según les ha convenido a su dictadura y, desde luego, en contra de sus titulares, los ciudadanos, a los que ha encarcelado o liquidado en cantidades que desistimos de enumerar por escandalosas y recientes. ¿Qué les está pasando a los abortistas, que están tan nerviosos, faltones y flojos de argumentos? Pues que la verdad científica y la bondad del corazón de miles de personas va floreciendo y ganando la escena a favor de la vida. Dentro de poco, al abortismo sólo le quedarán las dos armas de toda tiranía para seguir imponiéndose: el abuso del poder político y la utilización del dinero de todos. Nos preguntamos qué harían fuera del poder político y teniendo que pagar de su bolsillo particular los abortos y su cultura de la muerte. Con ese dinero -nuestro y no suyo- que gastan para corromper, comprar y forzar…, con ese poder político justificado en nuestras urnas, no para servir sino para servirse del pueblo, es con lo que imponen, mandan, dictan, insultan, manipulan, amenazan y calumnian. Tienen la batalla perdida contra la verdad…, porque la verdad sí que no necesita ni abusos de poder, ni de dinero público. Se basta a sí misma para conmover lo mejor de la conciencia y del corazón humano.

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