sexta-feira, 27 de novembro de 2009

Por qué la evolución es verdadera

Es posible que en la Europa de hoy en día no sea muy necesario pertrecharse de una batería de argumentos para defender los postulados de la Teoría de la Evolución. Al fin y al cabo, en el Viejo Continente el creacionismo y sus ramificaciones (ideologías defensoras del origen no natural de las especies y contrarias a las tesis de Darwin) no pasan de ser un exotismo. No ocurre aquí como en Estados Unidos, donde las creencias antievolucionistas han llegado a poner en jaque la enseñanza de la biología en las aulas.

Sí, es cierto que el legado de Darwin, avalado incluso por la Academia Pontificia de las Ciencias, está a salvo de ataques creacionistas en nuestros lares. Pero, en el caso concreto de España, la amenaza es otra. El inexorable deterioro de la enseñanza de las ciencias y el desdén con el que éstas suelen tratarse en los programas de instrucción pública terminan por relegar el vasto repertorio intelectual del darwinismo a un mero eslogan (erróneo para más inri): "El hombre desciende del mono".

He tenido oportunidad de ver docenas de veces cómo los viejos tópicos sobre la evolución se repiten de manera automática en las nuevas generaciones de estudiantes de secundaria, bachillerato y universidad. Se sigue pensando que la evolución es una especie de correa de transmisión de caracteres que se heredan, que la función hace al órgano, que existen eslabones perdidos, que el hilo que nos une con nuestros antepasados primates es lineal. Apenas se introducen conceptos como azar, selección natural y genética evolutiva.

No en vano, la ciencia evolucionista suele llamarse darwinismo, lo que constituye una injusta metonimia: Darwin no sabía nada de genética de poblaciones, de biología molecular ni de la mayor parte del registro fósil humano, descubierto tras su muerte. El evolucionismo es al darwinismo lo que la cosmología contemporánea al newtonismo.

Así las cosas, apetece que triunfe un libro como éste, en el que Jerry A. Coyne desgrana con solvencia lo que hoy deberíamos explicar a nuestros jóvenes sobre la teoría de la evolución. Él lo hace, es cierto, desde la trinchera anti-creacionista, y por ello algunas de sus ideas no se entenderán como justificadas en nuestro entorno intelectual. Pero, salvada la distancia de contextos, el libro sirve un excelente menú de argumentos para entender por qué somos como somos: tan distintos a las mariposas, las lechugas y los leones marinos, pero tan íntimamente unidos por una historia común y un ancestro compartido hace 3.800 millones de años.

Coyne se adentra en las maravillas del registro fósil más reciente (no le da tiempo a recoger, por motivos obvios, los últimos hallazgos de Ardipithecus), explora la huella que la evolución de las especies ha depositado en el ADN de la mano de la genética de poblaciones, busca en los organismos vivos restos vestigiales de antepasados extintos (el apéndice o los músculos piloerectores humanos, sin ir más lejos) y nos sorprende con alguna provocadora idea de por qué el sexo ha triunfado como estrategia evolutiva en la mayoría de las especies vivas (entre otras cosas, porque las que eligieron reproducirse de otro modo están mayoritariamente muertas).

Es posible que libros como éste no sean suficientes para afrontar el gran reto que la educación de la ciencia tiene por delante: el de –como ha escrito Ian McEwan– encontrar una historia de interés general con el poder, la simplicidad y el atractivo precisos para competir con las viejas historias que siguen dando sentido a las vidas de la gente. La selección natural, la lucha por la supervivencia, la adaptación de todos los organismos que en el mundo han sido a entornos hostiles, la transmisión genética de los valores de más dotados, el pasado común de las especies... puede que sea esa historia capaz de desafiar al poder de ilusión que generan los sistemas de pensamiento basados en los sobrenatural. Si es así, este libro es un excelente comienzo

Jorge Alcalde

JERRY A. COYNE: POR QUÉ LA EVOLUCIÓN ES VERDADERA. Crítica (Barcelona), 2009, 368 páginas.

http://libros.libertaddigital.com

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