domingo, 29 de novembro de 2009

Vida y otros milagros

Ayer mismo supimos que un equipo de científicos liderado por el español Luis Serrano, del Centro de Regulación Genómica de Barcelona, anda buscándole las cosquillas a un microorganismo llamado Mycoplasma pneumoniae con una doble y sana intención: indagar en los mecanismos que dieron origen a la creación y evolución de la vida en la Tierra y encontrar estrategias que permitan diseñar organismos programados artificialmente para curar enfermedades.

La noticia me trajo a la memoria la difícil relación que el mítico Carl Sagan tuvo con la Encyclopedia Britannica. El astrónomo de Ithaca recibió en 1970 el encargo de la magna institución de escribir la entrada correspondiente al término vida. Sagan trató de abordar la tarea desde todas las perspectivas científicamente posibles. Así, por ejemplo, se adentró en la definición fisiológica del asunto y realizó una exhaustiva lista de las funciones típicas que un organismo vivo ha de ejercer, tales como comer, excretar, metabolizar los alimentos, respirar, crecer, moverse, reproducirse, morir... Sin embargo –añadía–, "muchas de estas propiedades están presentes en máquinas que nadie querría reconocer como vivas y ausentes en organismos que, a todas luces, son seres animados". Algunas bacterias, por ejemplo, no respiran, sino que sobreviven mediante la catalización química de procesos oxidativos. Por otro lado, las inertes piedras se mueven por la acción de los terremotos.

Descartada la aproximación fisiológica, Sagan trató de reducir la definición a aspectos meramente metabólicos. La vida sería así un proceso por el cual una fuente de energía cualquiera se transforma químicamente en otra que permite que se desarrollen algunas de las funciones antes citadas. Dicho de otro modo: no somos vida porque nos movamos, sino porque comemos alimentos para poder movernos (algo que, evidentemente, las rocas no hacen).

Pero el genio de la divulgación también encontró pegas a su propia definición. "Hay semillas que sabemos permanecen latentes durante siglos y quizás milenios sin cumplir funciones metabólicas de ningún tipo, hasta que encuentran las condiciones ambientales para despertar y reproducirse". En esos casos, deberíamos decir que las semillas no son vida, o, lo que es peor, que mueren durante su letargo para resucitar en determinados momentos. Ambas posibilidades resultan manifiestamente anticientíficas.

Carl Sagan.
Una tras otra, todas las definiciones que Sagan iba proponiendo en su artículo (bioquímicas, genéticas, termodinámicas...) iban encontrando su obstáculo para ser propuestas como definitivas. A pesar de ello, la 14ª edición de la Encyclopedia decidió incluir el texto del astrónomo estadounidense, que pasó a convertirse en un clásico de la divulgación contemporánea por dos motivos. Primero, por su aproximación termodinámica al asunto: "La vida es un sistema que produce orden desde el desorden"; es decir, que regula el caos. Segundo, por la modestia de su argumento principal (modestia que sólo puede permitirse un genio): "A pesar de la enorme cantidad de información que los científicos han proporcionado sobre el tema, es un hecho sorprendente que no haya un acuerdo general sobre qué es lo que se está estudiando. No hay una definición aceptada de la vida".

Años después, su hijo Dorion y su ex mujer Lynn Margulis acuñaron una expresión de gran éxito para resumir las mismas tribulaciones:
La vida se autotrasciende: cualquier definición se escabulle.
Esta especie de desesperanza científica en torno a la definición del fenómeno vital llega al paroxismo en la obra de Edouard Machery, filósofo de la ciencia en Pittsburgh que en 2006 tiró la toalla con un contundente:
El proyecto de definir la vida o es imposible o no lleva a ningún sitio.
Es en este contexto en el que mejor se entiende la importancia de aproximaciones como la de Luis Serrano. Porque si bien la definición se hace imposible desde la interpretación de la vida que conocemos (y más aún desde la interpretación de la no-vida o la muerte), parece más sencilla si tratamos de llegar a ella desde el mínimo común denominador de la biología: preguntándonos cuál sería la categoría mínima de un ente para que sea considerado un organismo vivo. ¿Cuáles son los sistemas de soporte vital más pequeños (en términos genéticos) necesarios para que se mantenga la vida?

El estudio de estos microorganismos nos adentra en este fascinante mundo de la vida en su expresión más depurada. Pero no sólo eso: al conocer el soporte imprescindible para vivir, también se pone al alcance de la ciencia la posibilidad de replicarlo y confeccionar células sintéticas que se comporten como células vivas sin serlo. ¿O, en ese caso, por el mero hecho de actuar como vivas podríamos decir que ya son vida? La definición, como ven, volverá a escapar a nuestro modesto intelecto.

Jorge Alcalde
http://findesemana.libertaddigital.com

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