quinta-feira, 12 de novembro de 2009

Robert Scott, el hombre que murió por llegar al Polo Sur… segundo

Tres de los cinco miembros de la expedición al Polo Sur de 1912, de izq. a dcha: E.A Wilson, H.R Bowers, Robert Falcon Scott. Ag. Reuters.


Tal día como hoy de 1912, los cuerpos sin vida del capitán Robert Falcon Scott y sus cuatro compañeros de expedición fueron hallados en la Antártida. Junto al cadáver del explorador inglés, su diario: «Ha sucedido lo peor. Se han desvanecido todos los sueños», dejó escrito con fecha de 19 de marzo de 1912, antes de una última frase, que presagiaba la tragedia: «Es una lástima, pero no creo que pueda escribir más»… y así fue.

Poco antes había comenzado la época heroica de las exploraciones, con sus hazañas y sus tragedias, y entre todas ellas, la que escogió este capitán de la Marina Real Británica, a la Antártida, no tenían paragón: vientos de hasta 300 kilómetros por hora, temperaturas inferiores a 50 grados bajo cero, un océano congelado que se desplazaba y retorcía como si estuviera vivo y una costa sin apenas puertos naturales.

La lucha se establecía entre el hombre y las fuerzas de la naturaleza, y el (único) obstáculo era la propia resistencia del aventurero, que se ponía a prueba a cada segundo. «¡Santo Dios, esto es un lugar espantoso! Y ahora volver a casa, haciendo un esfuerzo desesperado», comentó Scott en su diario cuando, poco después de sufrir durante días principios de congelación con el único objetivo de ser el primer hombre de la historia en llegar al Polo Sur, descubrió que su rival noruego, Roald Amundsen, le había ganado la partida.

Su expedición y la de Amundsen habían emprendido la marcha al mismo tiempo, el 24 de octubre de 1911. Scott, equipado con trineos motorizados, caballos y perros, siguió la huella de otro expedicionario legendario: Ernest Shackleton, otro de los nombres que brilló con luz propia en aquella rivalidad entre ingleses y noruegos.

Al igual que Shackleton, Scott se empeñó en utilizar caballos a pesar de que estaba demostrada su inutilidad sobre tan inhóspito terreno, además de trineos a motor que no funcionaban y perros que nadie sabía guiar.

El 4 de abril de 1912, ABC se hacía eco de la carta que le entregó Scott al teniente Evans, que iba también a bordo del barco «Terranova» en aquella expedición, a 150 millas del Polo:

«Después de bastantes peripecias –escribía el capitán– dejamos Hut-Point para dirigirnos a la estación de invierno. Desde hacía tres semanas no veíamos el sol. La temperatura normal era de 40 grados bajo cero […]. A primeros de noviembre emprendemos la marcha hacía el polo, haciendo jornadas de 15 millas […]. El 3 de enero seguí con cinco hombres hacia el Polo y envié tres hombres, bajo la dirección del teniente Evans. Los que envío al barco van disgustadísimos, porque todos querían venir hasta el fin.

El tiempo es hermoso y el sol no nos abandona un instante. El frío, intensísimo; pero lo soportamos bien, porque estamos perfectamente equipados. Hasta ahora todo va bien. Lo más probable es que en todo este año no haya noticias nuestras, porque forzosamente volveremos tarde. Firmado- Robert Scott, capitán de la Marina Real».

Nada parecía ir mal. Sin embargo, cuando por fin consiguió alcanzar su soñado, hasta la obsesión, destino, lo único que encontró fue la bandera noruega que había dejado, un mes antes, Amundsen y sus compañeros.

Eso no era lo único que perdería el capitán Scott en aquella expedición: también se dejó la vida. Él y sus cuatro compañeros perecieron durante una tormenta cuando realizaban el camino de vuelta, quedando casi como único recuerdo de aquella hazaña que el escritor austriaco Stefan Zweig calificó como «uno de los cinco momentos estelares de la humanidad», su diario y la fotografía que ABC mostró en la portada del 19 de junio de 1910.

Israel Viana - Madrid
www.abc.es



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