Cuando, a mediados de los 60, fue a Nueva York a presentar su película «La caza», Carlos Saura no chanelaba el inglés, y pidió a Martín Chirino, que andaba por allá de invitado artístico de Rockefeller, al que conociera en San Sebastián de los Reyes, que lo acompañara como intérprete a la rueda de prensa.
-¿Y por qué el cazador escupe en el hocico al hurón?
Era lo único que intrigaba de la película a los yanquis.
-Diles -dijo Saura a Chirino- que se trata de una metáfora de nuestra lucha contra la Dictadura, y que el hurón es Franco.
El periodismo yanqui prorrumpió en aplausos.
Quiero decir que el español siempre se siente en lucha contra un pez gordo.
Hoy ese pez gordo es la Iglesia Católica, y el último grito, arrancarle a Munilla, el obispo, la piel a tiras. No hay rufián que no se apunte al despelleje. Incluso un hombre aficionado a la santidad como Bono no resistió a la tentación de tirarle un cantazo:
-Es muy de derechas y contrario a cualquier planteamiento progresista.
Este Bono salió corriendo de Iraq, pero ahora se ha venido arriba de tal manera que, después de votar la barra libre del aborto, se va a comulgar, no dice si con una oblea de convento o con un rebojo de hogaza, rosca o mollete en Entrevías. Él pasa de jerarquías y va directamente a Cristo, que fue el primer revolucionario.
-Es cierto -contestó Donoso Cortés a un socialista que le fue con la misma monserga-. Pero Jesucristo no derramó más sangre que la suya.
Escandalizado ante la coherencia, el español en lucha reprocha a la Iglesia que su «inmovilismo antiaborto» date de la época romana, pues los romanos -lo dijo Carmen Calvo, el mármol egabrense- eran unos fascistas.
-La función de la Iglesia -anota Gómez Dávila- no es la de adaptar el cristianismo al mundo, ni siquiera de adaptar el mundo al cristianismo; su función es la de mantener un contramundo en el mundo.
Pero la Iglesia, piensa el español, está en crisis, y es el momento de aprovecharlo.
Enumeradas por Ratzinger en conversación con Peter Seewald, las tres grandes crisis de la Iglesia fueron la «gnosis», el arrianismo y la Reforma. Mas a ver cómo entiende esto ese epígono de Pepe Nakens, Gala, aunque su tono suene más a «El Cencerro» que a «El Motín». O ese epígono del barón de Rotschild -el que pagó la «Vida de Jesús» de Renán el apóstata-, el alcalde de Logroño, que ha diseñado un calendario jacobino, pero con muchas lunas mahometanas. O esos epígonos de fray Gerundio, los académicos de la Española que escriben, por encogerlo, el nombre de Dios en minúscula, mientras Zapatero, siguiendo la senda de Hernández Mancha y de Silva Muñoz, prepara su Desayuno de Oración en Washington, no sabemos si con sus góticas chiquillas. Se ve que éste, como su pueblo, no se siente libre sino cuando se siente autorizado a no respetar nada.
Ignacio Ruiz Quintano
www.abc.es
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