quinta-feira, 14 de maio de 2009

Ángeles y Demonios: Ridículamente entretenida


El gran pecado de Ángeles y demonios es, en efecto, el volver a utilizar el legado histórico de la iconografía cristiana, doctrina historica y necesario trasfondo cultural colectivo, como una mera herramienta narrativa a disposición de un convencional, pero veloz, thriller de acción y suspense que, no obstante, vuelve a tirar la piedra y esconder la mano en lo que a críticas a la Iglesia se refiere. Y si bien lo hace de manera más atemperada y circunstancial que la anterior, la nefasta El Código DaVinci, el film lo hace manifestando una pasmosa falta de verosimilitud. Que cada uno valore aquí si eso vale el precio de la entrada.

Pero justo es reconocer, a un nivel cinematográfico, que tanto el material original de Dan Brown, -sin duda un mal escritor-, y el guión -de David Koepp y Akiva Goldsman mejora algo el texto original y dulcifica algunas de las más graves lagunas de la exitosa El Código DaVinci.

Qué quieren que les diga, prefiero los fuegos de artificio que recubren la trepidante superficie de Ángeles y demonios –film que, digámoslo ya, es todo superficie-, al tono mesiánico y falsamente trascendente del otro inadmisible disparate de Brown, el anterior de la serie, y que aquí sólo aparece en el inverosímil, forzadísimo acto final del relato.

El motivo de que la experiencia sea más satisfactoria se debe precisamente a su director Ron Howard, que oprime esta vez el botón del turbo y utiliza la trascendente pátina religiosa para dar peso y contundencia a lo que no es más que una improbable película espectáculo, un thriller que apuesta desde el principio por la acción y que no argumenta su escalada de tensión en la supuesta desmitificación religiosa sino en la pura y dura velocidad, y que además se apoya en la rica mitología artística de una ciudad, Roma, aprovechada en pantalla como se merece.

Y aquí es donde Ángeles y Demonios funciona. Aprovechando esta vez los recursos fílmicos que Howard es capaz de explotar como director experimentado que es, dirige la acción con contundencia, explota las numerosas inversosimilitudes con convicción (vistiéndolas de oscuridad y artificio), y factura un compacto thriller que mezcla Seven con Jungla de Cristal, aceptablemente actuado y que entretiene como film destinado a arrasar las taquillas, pese a estar condenado al posterior e inmediato olvido.

Con un trabajo de cámara ágil y una excelente banda sonora de Hans Zimmer –ambas dedicadas a potenciar lo alocado de la persecución-, Ron Howard se volverá a ganar la animadversión de cinéfilos de pro y partidarios de la certeza ideológica. Pero un realizador que en un solo año es capaz de presentar la espléndida Frost contra Nixon y un blockbuster de verano como Ángeles y Demonios quizá debería merecerse una mínima consideración.

Juanma González

www.libertaddigital.com

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