sábado, 30 de maio de 2009

Patriotas por pelotas

El miércoles pasado dijeron en la tele que el Barcelona del triplete es un equipo tan catalán como español, de ahí que la piel de toro (o acaso la «pell de brau», que cada cual se ponga en su pellejo) vibrara de entusiasmo con la gesta futbolera. Gracias a que la luminosa observación fue repetida hasta el hastío a lo largo de hora y media, incluso los más lerdos caímos en la cuenta de que quizás el Rey estaba en el Olímpico de Roma justamente por eso. O que esa era la razón por la que Zapatero, que es un «culé» de mal asiento, había ido al partido en avión oficial en lugar de «fer pinya» con la peña del pueblo. Tan catalán como español y se acabó el problema, por mucho que les pese a los catastrofistas y a los agoreros. Sólo es de lamentar que el extasiado presidente no acabe de llevarse con las lenguas (ya sean las vernáculas o las extranjeras) y dejara pasar una ocasión pintiparada para entonar un himno nacional al que no es necesario poner letra: «Tot el camp és un clam, som la gent blaugrana, tant se val d´on venim, si del Sud o del Nord...». La España eterna.

Que el Barça «es més que un club» lo sabe todo el mundo y todos, en general, lo asumen y lo aceptan (salvo los periquitos, claro, a los que, por no ser «més», les suelen hacer de menos). La excepción, sin embargo, confirma el sacramento. El Barcelona es un equipo carismático, una metamorfosis laica de la comunión de los creyentes. Valga, a modo de ejemplo, el que Yayá Touré, centrocampista marfileño, se encuentre a un paso, el hombre, de ingresar en Esquerra y encasquetarle un pleito a Alejo Vidal-Quadras a costa de que su tatarabuelo traficara con músculos de ébano. Linda cosa sería, desde luego. Y le haría justicia (poética, se entiende) a la célebre copla, añeja y habanera, que el padre Miquel Batllori recogió en sus recuerdos: «Para distraer su afán, / cantaba un negro en su banco / ¡Dios mío quién fuera blanco, / aunque fuera catalán!».

Pero volvamos al asunto; o sea, a sacar de centro. Si el Barça «es més que un club» -y pregúntenselo a Ferguson-, ¿Cataluña va a ser «meyns que una nació» a despecho del tripartito y del triplete? En buena ley es lo que cabe deducir de la obsesiva cantinela que corre a ras de hierba. A falta de que los «cagadubtes» del Constitucional decidan si son galgos o podencos, el infalible locutor Matías Prats -que les supera en crédito- se ha pronunciado acerca del Estatut con absoluta contundencia. Las reglas del territorio «Champions» exigen que seamos patriotas «per collons» y por huevos. O sea, que, en principio, no debiera existir ninguna diferencia entre los goles de Zidane y los de Leo Messi. El principio es el «share» y el resto importa un bledo. Que lo que las divinidades balompédicas anudan no lo desate el Parlamento.

Aún siendo chabacana, falaz y torticera, la conjura mediática ha surtido efecto. Es obvio que el equipo de Guardiola escribe poesía en un pergamino verde. Que unos dan patadas a las milongas épicas, mientras ellos apuestan por la lírica y bordan los sonetos. Admirar la excelencia, sin embargo, no conlleva mudar de sentimientos. A un «tifosso» del Inter se la trae al fresco que el Milán sea italiano, luxemburgués o serbio. Lo que quiere es que pierda. Y si es una final, miel sobre hojuelas. Mas, llegada la hora en que a la «scuadra azzurra» (lo que llaman «la roja» en nuestras parameras) le toca batirse el cuero, las rivalidades se disuelven. Aquí, en estos momentos, o jaleas al Barça por lo requetebien que españolea o te enseñan tarjeta de ultra impenitente. ¡Qué cruz, Señor, qué cruz! Siempre en fuera de juego.

Tomás Cuesta
www.abc.es

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