quarta-feira, 20 de maio de 2009

Nadie es libre cuando aborta

Para oponerse al aborto libre que quiere legalizar el Gobierno a marchas forzadas no hace falta ir a misa los domingos ni practicar el budismo, que pone mucho énfasis en que no pisemos las hormigas. Se puede estar frontalmente en contra y ser agnóstico, anarquista o buscador de platillos volantes. Basta con ser coherente con la defensa de la vida en toda circunstancia. Pero es verdad que incoherentes los hay en todas partes, incluso entre la clerecía. 

Es extraño y paradójico que gente hondamente indignada contra la pena de muerte, que se estremece por las dificultades del osito panda para criar en cautividad, defienda el aborto libre porque considera que eliminar un feto de cinco meses y medio es un «derecho» de la mujer. Antes de concederle presuntos derechos que no ha pedido, a la embarazada que se ve obligada a abortar habría que darle otros más elementales, como una educación sexual que no tuvo, el apoyo económico, psicológico y médico frente a la adversidad, así como la protección frente a la pareja que la empuja a abortar, que es otra forma criminal de maltrato. 

El aborto es un fracaso individual y colectivo que deteriora la salud social y daña en especial a la mujer, porque ninguna es libre cuando aborta. Por eso, la obligación del poder político es achicar su dimensión y combatir sus causas, no parchear sus efectos. Sin embargo, Aído aplica al aborto la misma filosofía que la ex ministra Cabrera empleó con el fracaso escolar o el Gobierno con el paro: en vez de hacer frente al problema con medidas preventivas y de estímulo, se legaliza el fracaso, ya sea permitiendo pasar de curso con cuatro suspensos, ya decretando que hasta menores de 16 años puedan abortar sin permiso paterno, o subsidiando el paro en vez de combatir la destrucción de empleo. 

El principio es el mismo: cuando no se sabe o no se puede resolver un problema, se le cambia de nombre, se le da rango de derecho y se vende como una conquista de la igualdad y la solidaridad universal. Y facha el que no bote, claro.

J. A. Gundín
www.larazon.es

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