quinta-feira, 14 de maio de 2009

¿Hablamos de algo o hay que callarse?

El Papa viaja por distintos países. Seguramente quisiera hacerlo más; pero, como dijo al comienzo de su pontificado, su edad ya no se lo permite. En esta ocasión, ha ido a lugares donde el catolicismo tiene una presencia mínima. En distintos contextos, ha dado su palabra. Muchos de los que lo hayan escuchado no estarán de acuerdo con lo que hayan oído, pero dudo que, como resaca del viaje, algún órgano legislativo del Próximo Oriente pretenda su reprobación.

En una entrevista muy interesante, el socialista y profesor de filosofía Santesmases decía hace unos días, en referencia a la iniciativa en el Congreso español, que le parecía bien que le pidiera rectificar al Papa sobre lo dicho sobre el preservativo en el anterior viaje a África. Y luego, entre preguntas y respuestas, se van dejando caer algunas de las claves de lo religioso en nuestra vida pública. Merece la pena leerla para situarse; en ella se puede encontrar explícito mucho de lo implícito en el decir político.

Como el espacio de un artículo es limitado, me centraré solamente en una afirmación: "La tesis de Rouco es que hay un elemento previo a la política, prepolítico, que en el fondo remite a una forma de 'iusnaturalismo' y a que alguien sea depositario de la interpretación de lo que es la verdad y el bien. Esto es lo que se quiere arrogar la Iglesia: que existe una moral objetiva que responde a la naturaleza humana, que es la que ellos están en condiciones de definir, de propagar y, a ser posible, de imponer frente a la soberanía de los parlamentos". Hay dos afirmaciones mezcladas en una: la tesis central sobre moral que sostiene, entre otros, la Iglesia y una presunta intención de ésta. Evidentemente es reprobable que alguien quiera imponer sus convicciones a otro y máxime mediante una especie de golpe de Estado contra el parlamento. ¿Pretende hacerlo la Iglesia? Si así fuera se estaría negando a sí misma. Mas aquí tenemos uno de los axiomas de nuestra vida social que no admite prueba en contrario: la Iglesia es mala. Sobre este supuesto, hablamos en las cafeterías de temas religiosos o morales. Aunque, como no es tan evidente, toda la maquinaria propagandística se encarga de mantener encendida la llama. La película, Ángeles y demonios, que se estrena hoy en Cannes, es sólo otra gota cayendo en el mismo punto.

Pero es que además sobre este asunto la Iglesia no detenta un monopolio; está en una tradición de pensamiento que hunde sus raíces en la antigua Grecia y que hoy comparten muchos que no son católicos. ¿Debatimos sobre el postulado central, con independencia de quien lo sostenga o, como está demonizado uno de los sustentadores y se ha identificado con él lo afirmado, no hace falta discutir en el espacio público sobre cuestión tan central? Seguramente ésta sea una de las maneras inquisitoriales y de censura más usuales. Pero eso sí, sin ningún tribunal ni procedimiento.

Lo que nos dice Santesmases, lo que nos dicen en el fondo, es que la moral no tiene que ver con lo que sea de suyo el hombre, tanto mujeres como varones, con anterioridad a cualquier teoría moral o decisión política. Ciertamente será problemático llegar a conocer lo bueno y lo malo, se podrá discutir sobre los métodos para averiguarlo... pero que de entrada renunciemos a que el bien y el mal estén vinculados a lo que somos, a que lo que el hombre sea esté por encima de la ley, es algo sumamente grave. Claro que se puede aducir que la única ley moral natural es que el hombre decide, crea, inventa la moral sin más límite que la concurrencia de las otras voluntades. Lo que, en realidad, nos lleva a la ley del más fuerte, lo sea por mayoría de votos, de armas o de teas.

Sí, es verdad lo que ha dicho el Nuncio, no han leído lo que ha dicho el Papa. Alguno lo habrá hecho, pero en general no. La Iglesia hace muy bien en ofrecer diálogo y no simplemente como fórmula retórica; así es como también nos hemos de situar los católicos todos. Pero sin ingenuidad, sabiendo que hay gente a la que no le interesa, que hay quien parece tenernos prejuzgados, que a algún poderoso le serviremos como malos de oficio para que las miradas no se fijen en él, etc. Todo lo cual no es excusa para el victimismo.

Alfonso García Nuño

http://iglesia.libertaddigital.com

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