domingo, 24 de maio de 2009

El Zapatero más «rojo»

Si algunos diputados socialistas han tratado de explicar «sotto voce» los excesos de Trinidad Jiménez y Bibiana Aído a propósito de la píldora postcoital o del aborto con aquello de que a fin de cuentas «no son madres», difícilmente podrán ahora argumentar la deriva de su líder, José Luis Rodríguez Zapatero, más desbocado aún que sus ministras en estas cuestiones delicadas, pese a que es padre de dos hijas en edad de no merecer una ejecutoria tan arriesgada.

Porque el presidente del Gobierno, intempestivo, ha decidido montar en mayo su propia revolución de octubre, una desacomplejada primavera bolchevizada en la que pasar de las palabras (aquella sentida proclama de «¡es que soy rojo!») a los hechos, hasta rebasar por la izquierda a Gaspar Llamazares y a todos y cada uno de los miembros de su gobierno, desbordados por los empecinamientos del jefe. No contaban sus adeptos con que Zapatero se iba a tomar tan a pecho su condición de alumno aventajado del politólogo Philip Pettit, que le puso sobresaliente en «republicanismo cívico» y le ha convencido para catapultar supuestos derechos individuales hasta llevarlos a un grado superlativo y pasado de frenada. Su escoramiento en esta segunda legislatura (aunque en la primera jugó con el fuego de la «memoria histórica») está exacerbando todas las clásicas recetas «progres», ya sean las referidas a su peculiar feminismo (aborto), económicas (recurso a un feroz endeudamiento público) y hasta ecológicas, con el cerril descarte de la energía nuclear.

Orfandad parlamentaria

La patética orfandad parlamentaria del Gobierno es condición necesaria pero no suficiente para explicar que Zapatero recupere en pleno siglo XXI una cantinela orquestada en el XIX y demasiado oída a lo largo del XX en torno a la naturaleza intrínsecamente mala del capital y las cualidades salvíficas de papá estado: «Los que han creado esta crisis son los tiburones norteamericanos amigos de la derecha española», lanzó hace unos días a los tendidos enfervorecidos de Vistalegre, ante los que ensalzó la munífica ubre presupuestaria. Según él, el desempleo se combate «con coherencia basada en la protección social», como si subsidio equivaliera a solución o, cuando menos, a contrato indefinido con el PSOE. Como bien hace notar el sociólogo Víctor Pérez Díaz, esa fórmula viene cosechando éxito político y electoral en Andalucía y Extremadura a lo largo de más de dos décadas, sin generar quiebra social.

Aborto e «interferencias»

Respecto al aborto, una reciente arenga zapateril no entra en matices ni deja resquicio al consenso social, pues estima que se trata de una decisión «libre e íntima de la mujer» y, en consecuencia, no admite la «interferencia determinante» de los padres en lo que hagan las jóvenes de 16 años. Ahora no pocos dirigentes socialistas (José María Barreda, Guillermo Fernández Varra, Ramón Jáuregui e incluso Pepe Blanco, más templado desde que es ministro, y hasta el independiente Ángel Gabilondo) observan con inquietud cómo en vísperas de los comicios europeos el partido se «descentra» en este flanco sensible.

«Nucleares no, gracias»

Entretanto, Zapatero ha sacado a pasear otro señuelo del izquierdismo rancio: el «nucleares, no gracias» de las vetustas chapitas y pegatinas renace ahora en plena campaña europea con las peticiones de cierre inmediato de Garoña, en Burgos, seguido en «dominó» del de las demás centrales. La iniciativa ha partido de la Fundación Ideas en la que «mío cid» Jesús Caldera pena su destierro del Gobierno. Sorprendente el «revival», en todo caso, en momentos en los que urge cumplir el protocolo de Kioto y después de que Caldera fichara para su «panel internacional de sabios» a Nicholas Stern, defensor de este tipo de energía. Hasta ha metido baza en el asunto Felipe González, para quien las nucleares no han de ser descartadas.

González ha optado en estos últimos días por ser más gota malaya que jarrón chino, y no para de fustigar a un Zapatero sin cintura y sin matices. Así, ha calificado como «inconsistente» el diagnóstico del Gobierno sobre la crisis, lo cual, dice, le provoca «impaciencia», porque no le cuadra la ecuación de una solución con más gasto y menos ingresos. Tampoco le va el funambulismo social, aunque evite alzar la voz. En 1998, el ex presidente no asistió al pleno del Congreso en el que su voto habría sido imprescindible para sacar adelante un cuarto supuesto de despenalización del aborto, pues sabe que ciertas fotos no favorecen en el álbum de la Historia.

Blanca Torquemada
www.abc.es

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