En una cena cargada de anécdotas y categorías, Gabriel García Márquez me contaba los primeros días de la triunfante revolución cubana. El Consejo de Comandantes debatía la necesidad de proceder a un control de natalidad y la práctica del sexo seguro. Habían pedido ayuda a China y éstos les enviaron un mercante cargado con el acreditado producto del doctor Condón. Ya se sabe que Fidel Castro trabajaba de noche, y a las tantas de la madrugada llegó el recado de que el susodicho buque estaba surto en el puerto de La Habana. Curiosos, enviaron a un motorista para que recogiera una de las cajas como muestra. Fidel abrió religiosamente la cajita, extrajo un pingajo de plástico y a duras penas lo introdujo en uno de sus meñiques, exhibiéndolo ante los demás, que poco a poco desataron las olas de la risa. Evidentemente, la anatomía china difiere bastante de la afrocubana. Con el barco lleno de condones, los inflaron haciendo globitos para los niños cubanos.
Se ignora qué hace el ínclito ministro de Exteriores Moratinos financiando una correcta sexualidad en Cuba. Es el embajador de la «dinastía Castro» en la Unión Europea; no quiere saber nada de la disidencia cubana, los presos políticos ni los del exilio. Se olvida en los aviones sus notas manuscritas sobre conversaciones con la gerontocracia, y ahora aporta cuatrocientos mil euros para que los cubanos follen mejor, como si no supieran hacerlo sin la ayuda de quien, al no poder ser ministro con Aznar, lo es con Rodríguez Zapatero. Si fuera maledicente, que no lo soy, diría que este hombre viaja tanto a Cuba porque allí tiene una mulata.
Se ignora qué hace el ínclito ministro de Exteriores Moratinos financiando una correcta sexualidad en Cuba. Es el embajador de la «dinastía Castro» en la Unión Europea; no quiere saber nada de la disidencia cubana, los presos políticos ni los del exilio. Se olvida en los aviones sus notas manuscritas sobre conversaciones con la gerontocracia, y ahora aporta cuatrocientos mil euros para que los cubanos follen mejor, como si no supieran hacerlo sin la ayuda de quien, al no poder ser ministro con Aznar, lo es con Rodríguez Zapatero. Si fuera maledicente, que no lo soy, diría que este hombre viaja tanto a Cuba porque allí tiene una mulata.
Martín Prieto
www.larazon.es
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