Ante la beatificación, el próximo 23 de enero, del que fue párroco de Santa María de Mataró, me parece necesario recordar algunos aspectos de la ejemplaridad cristiana de este sacerdote nuestro. Además de las biografías ya publicadas anteriormente, con ocasión de la próxima beatificación, el mataronense Ramon Reixach i Puig ha publicado una nueva biografía actualizada que sitúa con gran documentación al doctor Samsó en el contexto de la vida y las tensiones que se vivían en la capital del Maresme. Uno de sus capítulos se titula «Un catequista en medio de una época de política convulsa».
«El Dr. Samsó -escribe este biógrafo- nunca participó en ningún acto político, tampoco se significó ni definió explícitamente a favor de ningún partido. O al menos nunca exteriorizó sus ideas en este ámbito». Su inmolación, por tanto, aparece como la de un buen pastor del pueblo de Dios que tenía encomendado. Mencionaré algunos hechos que nos lo presentan como testimonio y como mártir de Jesucristo.
La mañana del 6 de octubre de 1934, un grupo de hombres armados entró en la rectoría de Santa María. Con amenazas obligaron al párroco a ir a la nave central de la basílica, a amontonar sillas en ella y le mandaron que las encendiera. El Dr. Samsó se negó, a pesar de las amenazas.
Aquellos hombres incendiaron un altar y otros objetos de culto, pero al llegar algunos feligreses, el fuego pudo ser apagado. El doctor Samsó perdonó a aquellos hombres y no quiso revelar su identidad cuando fue invitado a hacerlo por la autoridad judicial, precisamente a causa de su condición de sacerdote.
Desde los hechos de 1934 y hasta los del 1936 hallamos en la vida de Samsó la previsión y también el deseo del martirio. El día 19 de julio de 1936, a las tres de la madrugada, unos policías registraron la rectoría de Santa María con la excusa de descubrir armas. El párroco Samsó les dijo que lo podían hacer, ya que él había defendido siempre a la Iglesia con todos los medios, pero nunca con las armas, ya que Jesucristo defendió a su Iglesia muriendo y no matando. En una ocasión, dijo a su madre: «Pido a Nuestro Señor que si me ha destinado al martirio que me dé las fuerzas para afrontarlo».
Detenido la mañana del 30 de julio de 1936, cuando le pidieron identificarse, les dijo: «Soy yo a quien buscáis». Conducido por hombres armados, fue llevado hasta la cárcel de Mataró. Allí permaneció un mes. El primero de septiembre, a las once de la mañana, los guardas lo llamaron. Él se despidió de sus compañeros de prisión con su «Dios sobretodo» y, con las manos atadas, fue trasladado al cementerio de Mataró.
Al llegar allí, pidió a sus ejecutores que respetaran a su madre y a su hermana. Le contestaron que nada les pasaría. Él les aseguró que los perdonaba como Jesús había hecho con los que le clavaron en la cruz. Cuando intentaron taparle los ojos, dijo con serenidad: «Yo no soy un criminal, quiero morir de cara a Mataró y a las Santas que tanto he amado». Intentó abrazar a los miembros del pelotón de ejecución, cosa que logró con algunos, pero otros se negaron. Uno de los del pelotón le hizo callar con un «¡Basta, que acabará convenciéndonos!»
Samsó puso los brazos en cruz y dijo: «Ya podéis disparar». Ya en el suelo, recibió el tiro de gracia. Tan sólo con una gran emoción y respeto nos podemos acercar a este mártir de Cristo. Y, en ocasión de su beatificación, debemos celebrarla procurando tener el mismo espíritu de perdón y de reconciliación que él testimonió a lo largo de toda su vida y, de forma especial, en el momento de morir. Que él, desde el cielo, nos ayude a vivirlo así, ahora y aquí, a fin de que aquella tragedia entre hermanos nunca se vuelva a repetir.
«El Dr. Samsó -escribe este biógrafo- nunca participó en ningún acto político, tampoco se significó ni definió explícitamente a favor de ningún partido. O al menos nunca exteriorizó sus ideas en este ámbito». Su inmolación, por tanto, aparece como la de un buen pastor del pueblo de Dios que tenía encomendado. Mencionaré algunos hechos que nos lo presentan como testimonio y como mártir de Jesucristo.
La mañana del 6 de octubre de 1934, un grupo de hombres armados entró en la rectoría de Santa María. Con amenazas obligaron al párroco a ir a la nave central de la basílica, a amontonar sillas en ella y le mandaron que las encendiera. El Dr. Samsó se negó, a pesar de las amenazas.
Aquellos hombres incendiaron un altar y otros objetos de culto, pero al llegar algunos feligreses, el fuego pudo ser apagado. El doctor Samsó perdonó a aquellos hombres y no quiso revelar su identidad cuando fue invitado a hacerlo por la autoridad judicial, precisamente a causa de su condición de sacerdote.
Desde los hechos de 1934 y hasta los del 1936 hallamos en la vida de Samsó la previsión y también el deseo del martirio. El día 19 de julio de 1936, a las tres de la madrugada, unos policías registraron la rectoría de Santa María con la excusa de descubrir armas. El párroco Samsó les dijo que lo podían hacer, ya que él había defendido siempre a la Iglesia con todos los medios, pero nunca con las armas, ya que Jesucristo defendió a su Iglesia muriendo y no matando. En una ocasión, dijo a su madre: «Pido a Nuestro Señor que si me ha destinado al martirio que me dé las fuerzas para afrontarlo».
Detenido la mañana del 30 de julio de 1936, cuando le pidieron identificarse, les dijo: «Soy yo a quien buscáis». Conducido por hombres armados, fue llevado hasta la cárcel de Mataró. Allí permaneció un mes. El primero de septiembre, a las once de la mañana, los guardas lo llamaron. Él se despidió de sus compañeros de prisión con su «Dios sobretodo» y, con las manos atadas, fue trasladado al cementerio de Mataró.
Al llegar allí, pidió a sus ejecutores que respetaran a su madre y a su hermana. Le contestaron que nada les pasaría. Él les aseguró que los perdonaba como Jesús había hecho con los que le clavaron en la cruz. Cuando intentaron taparle los ojos, dijo con serenidad: «Yo no soy un criminal, quiero morir de cara a Mataró y a las Santas que tanto he amado». Intentó abrazar a los miembros del pelotón de ejecución, cosa que logró con algunos, pero otros se negaron. Uno de los del pelotón le hizo callar con un «¡Basta, que acabará convenciéndonos!»
Samsó puso los brazos en cruz y dijo: «Ya podéis disparar». Ya en el suelo, recibió el tiro de gracia. Tan sólo con una gran emoción y respeto nos podemos acercar a este mártir de Cristo. Y, en ocasión de su beatificación, debemos celebrarla procurando tener el mismo espíritu de perdón y de reconciliación que él testimonió a lo largo de toda su vida y, de forma especial, en el momento de morir. Que él, desde el cielo, nos ayude a vivirlo así, ahora y aquí, a fin de que aquella tragedia entre hermanos nunca se vuelva a repetir.
Lluís Martínez Sistach - Cardenal arzobispo de Barcelona
www.larazon.es
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