Como el hugonote Enrique de Navarra para conquistar París, Zapatero hace abstracción de sus convicciones en beneficio de sus urgencias políticas. Una foto (más) con el presidente americano bien vale un día de plegarias aunque uno se declare un estadista laico. El presidente español ya tenía cita con el mesías transatlántico para marzo, en la cumbre europeo-norteamericana que se celebrará en España. No es suficiente. Un apretón de manos más con Obama merece tragarse el sapo de participar en el Desayuno Nacional de la Oración, una fiesta religiosa organizada por un muy cristiano grupo conservador norteamericano.
Hace poco más de un año, cuando defendía la reforma de la Ley de Libertad Religiosa, Zapatero desautorizaba a quienes concebían «el laicismo como un riesgo, como una amenaza», y lo equiparaba a la «idea misma de la democracia». Aún hoy andamos a vueltas con la presencia de los crucifijos en las escuelas y las ceremonias religiosas en actos de Estado. Y, sin embargo, el presidente español no se atreve a acometer el que sería el acto más consecuente que podría emprender un laico convencido: denunciar los acuerdos con la Santa Sede, que conceden a la Iglesia Católica en España un trato de privilegio sin parangón en una democracia liberal avanzada, se declare aconfesional o no. Una actitud cínica que evoca algunas máximas pintiparadas para la ocasión: estar en misa y repicando, o con la Iglesia hemos topado, o todo es bueno para el convento. Que cada cual elija.
La fijación con Obama linda con el papanatismo. Ayer, Zapatero apoyaba una medida (una tasa sobre transacciones financieras) que el presidente americano no había propuesto (se trataba de un impuesto sobre activos bancarios). Y Blanco se contradecía sobre los escáneres de los aeropuertos después de entrevistarse con su homólogo de Estados Unidos. Ay, Bush, qué daño les has hecho.
Eduardo San Martín
www.abc.es
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