Últimamente Rodríguez Zapatero anda por el mundo mostrando su sorpresa. Consideró insólito que una periodista española le preguntara cómo pensaba liderar la salida de la crisis de la Unión Europea cuando lidera en su país la creación de paro, y ahora se muestra sorprendido por que le pregunten acerca de su participación en un acto de oración convocado por un grupo evangélico. Se deduce de todo ello que a Rodríguez Zapatero le molestan las preguntas incómodas, algo que ya sabíamos, que no sabe cómo contestarlas y, probablemente, que ni él se imaginaba ni nadie en la presidencia le había avisado de lo que se le podía venir encima cuando se supiera quién patrocina el famoso desayuno de oración.
Rodríguez Zapatero y sus centenares de asesores pueden argumentar que el "desayuno" se ha ido convirtiendo con los años en un simple acto de relaciones públicas, donde se invita a gente importante para establecer contactos de modo informal, algo siempre útil en política. Pueden incluso decir que el propio Obama canceló ya su participación en un acto de oración (el National Day of Prayer, oficial desde 1952 y que se venía celebrando en la Casa Blanca, en el mes de mayo, desde tiempos de Reagan). Es posible que nuestros socialistas entiendan el acto como una especie de reunión interconfesional en la que los presentes invocan sus propios dioses, o bien una deidad impersonal, como en una ceremonia entre neopagana y panteísta. Rodríguez Zapatero acudiría bajo la advocación del Viento.
Aun así, no deja de tener gracia que los socialistas españoles, tan profesamente laicos, tan alérgicos a la invocación de cualquier trascendencia, estén dispuestos a pagar el precio del ridículo que implica participar en una reunión de oración con tal de que Rodríguez Zapatero se haga una foto con Obama. La primera democracia del mundo, la más estable, el país que más ha sacrificado por la defensa –en todo el mundo– de la libertad y de los derechos humanos no ha perdido nunca la conciencia de que el ser humano no dispone del todo de su destino, que no es omnipotente, y que gobernar con la autoridad que da la representación del pueblo requiere, para no caer en la tiranía, ser consciente siempre de las limitaciones inherentes a la condición humana.
Ese es el significado de la presencia de la religión en la vida política norteamericana. Probablemente por eso la democracia norteamericana, a pesar de todos los defectos que se le quieran achacar, no ha caído nunca en la tentación totalitaria y ha hecho del respeto a la minoría una de sus banderas. También por eso, además de por ser una tradición cultural anglosajona, los políticos norteamericanos dan tanta importancia a la negociación, al acuerdo y a la formación de consensos. Y también por eso, en parte, los políticos norteamericanos están acostumbrados, como un deber inherente al cargo, a contestar a preguntas incómodas y a estar siempre sometidos al escrutinio de la opinión pública.
José María Marco
http://www.libertaddigital.com
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