La reciente publicación por parte de la mayor y más prestigiosa revista semanal brasileña --la revista VEJA-- de un largo artículo sobre Che Guevara, profuso de fotos, entrevistas y referencias, teniendo como motivo el 40 aniversario de su muerte violenta en las selvas bolivianas, termina decontruyendo un símbolo de la izquierda comunista latinoamericana y mundial, pacientemente fabricado en los laboratorios cubanos de desinformación. Ya era hora.
El mencionado artículo enfoca a Che Guevara en su verdadera magnitud de matador, y resalta su personalidad aventurera, enferma de ego y contradicciones, en busca siempre de hechos de sangre, cual vampiro justiciero contra “el enemigo capitalista”. Se comienza así a hacer justicia.
Para el gran público sudamericano, Che es un símbolo asociado a causas justas, a rebeldías juveniles y a la incesante busca por la libertad. Nada tan lejos del verdadero sentimiento ideológico del Che. Los cubanos --todos-- lo sabemos. Los comunistas, justifican a su matador justiciero por “necesario a la causa del proletariado”. Los demócratas opositores, lo desprecian.
Pero esta nueva visión que surge de las páginas de VEJA desde Brasil, nos lleva a analizar los factores que lanzaron a una revista seria e importante en el contexto latinoamericano, a procurar la verdad sobre un mito intocable, calificado por la revista ahora como una “farsa”.
Para los jóvenes que visten camiseta con la conocida imagen guerrillera, el factor simbólico que quieren representar no está asociado directamente a Cuba y su fracasada revolución. Sin embargo, cada camiseta con la imagen del “guerrillero matador”, es un triunfo socialista cubano en medio de su fracaso. El aspecto simbólico de Che suplanta la cruda realidad que vive la isla.
Pero, ¿qué ha llevado a un grupo de periodistas brasileños honestos y a una prestigiosa editora sudamericana a hurgar en lo que suponían como “verdades no dichas” sobre el Che? Sin dudas la semiótica tiene respuestas: No es posible imaginar un contrate mayor entre la figura radiante y eternamente joven de Che, y la imagen actual de un anciano decrépito en traje deportivo, que aparece de cuando en cuando balbuciente ante la cámaras de la televisión estatal cubana, representando a un país en ruinas, detenido en los años 50 del siglo pasado.
Los problemas cubanos han sido objeto de incesantes análisis externos, aduciendo siempre una complejidad que comienza ahora a despejarse. Casi siempre ha querido justificarse lo injustificable a partir de los aspectos básicamente simbólicos que la “revolución cubana” emanaba profusamente. Eso acabó. A Fidel Castro y su sucesor designado le restan símbolos envejecidos por la vileza de su oficio contra el pueblo cubano. No es sólo el aspecto geriátrico. Al Papa Juan Pablo II se le recuerda viejo y enfermo, pero con cariño. Castro es otra cosa.
La revolución que ofreció al mundo un mar de justicia para su pueblo, lo ha convertido en un mendigo africano dentro de América, que escapa de un verdadero museo del jurásico político mundial. El desastre político cubano ya es una realidad que nadie discute y esa revisión ahora de sus símbolos intocables dice mucho de la reevaluación que el mundo hace sobre la isla.
Sin embargo, nadie se llame a engaño. El mundo no liberará a Cuba de su yugo por el sólo hecho de comprender que el sistema comunista cubano es un fraude. Ejemplos sobran. En estos días, manifestaciones de monjes budistas en la antigua Birmania han hecho tambalear a la dictadura militar que oprime ese país. Ha habido reacciones y enviados especiales. Nada más; a pesar de que el pueblo se ha involucrado con 200 muertos y miles de presos. La solución tendrá que darla Birmania. ¿Existen monjes cubanos dispuestos al martirio por su pueblo? La contesta es dolorosa, colaboracionismo disfrazado de doctrina.
Pero los ejemplos no se detienen en Birmania. España, el país que más pudiera hacer –después de EUA-- por la libertad de Cuba, se deshace en justificativas por donar nada menos que 20 millones de euros a las arcas ávidas de la dictadura. Simplemente despreciable.
Irán en otro contexto, se da el lujo de dar punto final a sus discusiones nucleares con occidente desde la mismísima tribuna de la ONU, sin que exista el necesario consenso para persuadir a los persas en su carrera atómica contra occidente. Si Israel, repetidamente amenazado por Irán de desaparecer, no usa la fuerza, nadie lo hará. ¿Que podemos hacer entonces los cubanos?
No se trata de incentivar la lucha desde lejos. La lucha vendrá cuando los cubanos de la isla decidan que deben hacerla. Todos merecen respeto. Pero no habrá comunidad internacional que fuerce a Raúl a hacer lo que no quiere hacer. Leemos a diario quejas venezolanas ante la comunidad mundial de hechos que los cubanos ya conocimos en carne propia antes. Escuchamos apelos al mundo desde Bolivia, amenazada por la misma ola comunista que Ecuador. La comunidad internacional es un ente al que apelamos cuando no podemos con la carga. Nadie que no sea doliente va a resolver un problema foráneo si no hay intereses de por medio y en Cuba no hay petróleo, ni riquezas que merezcan el sacrificio de sangre ajena.
Cuba continuará con su plaga de comunistas en el poder, repartiéndose y dilapidando la riqueza nacional, pero ya no tendrá más es el símbolo eternamente joven y enigmático del Che, que en adelante lucirá como la propaganda turística de un gulag tropical del siglo pasado.
El mencionado artículo enfoca a Che Guevara en su verdadera magnitud de matador, y resalta su personalidad aventurera, enferma de ego y contradicciones, en busca siempre de hechos de sangre, cual vampiro justiciero contra “el enemigo capitalista”. Se comienza así a hacer justicia.
Para el gran público sudamericano, Che es un símbolo asociado a causas justas, a rebeldías juveniles y a la incesante busca por la libertad. Nada tan lejos del verdadero sentimiento ideológico del Che. Los cubanos --todos-- lo sabemos. Los comunistas, justifican a su matador justiciero por “necesario a la causa del proletariado”. Los demócratas opositores, lo desprecian.
Pero esta nueva visión que surge de las páginas de VEJA desde Brasil, nos lleva a analizar los factores que lanzaron a una revista seria e importante en el contexto latinoamericano, a procurar la verdad sobre un mito intocable, calificado por la revista ahora como una “farsa”.
Para los jóvenes que visten camiseta con la conocida imagen guerrillera, el factor simbólico que quieren representar no está asociado directamente a Cuba y su fracasada revolución. Sin embargo, cada camiseta con la imagen del “guerrillero matador”, es un triunfo socialista cubano en medio de su fracaso. El aspecto simbólico de Che suplanta la cruda realidad que vive la isla.
Pero, ¿qué ha llevado a un grupo de periodistas brasileños honestos y a una prestigiosa editora sudamericana a hurgar en lo que suponían como “verdades no dichas” sobre el Che? Sin dudas la semiótica tiene respuestas: No es posible imaginar un contrate mayor entre la figura radiante y eternamente joven de Che, y la imagen actual de un anciano decrépito en traje deportivo, que aparece de cuando en cuando balbuciente ante la cámaras de la televisión estatal cubana, representando a un país en ruinas, detenido en los años 50 del siglo pasado.
Los problemas cubanos han sido objeto de incesantes análisis externos, aduciendo siempre una complejidad que comienza ahora a despejarse. Casi siempre ha querido justificarse lo injustificable a partir de los aspectos básicamente simbólicos que la “revolución cubana” emanaba profusamente. Eso acabó. A Fidel Castro y su sucesor designado le restan símbolos envejecidos por la vileza de su oficio contra el pueblo cubano. No es sólo el aspecto geriátrico. Al Papa Juan Pablo II se le recuerda viejo y enfermo, pero con cariño. Castro es otra cosa.
La revolución que ofreció al mundo un mar de justicia para su pueblo, lo ha convertido en un mendigo africano dentro de América, que escapa de un verdadero museo del jurásico político mundial. El desastre político cubano ya es una realidad que nadie discute y esa revisión ahora de sus símbolos intocables dice mucho de la reevaluación que el mundo hace sobre la isla.
Sin embargo, nadie se llame a engaño. El mundo no liberará a Cuba de su yugo por el sólo hecho de comprender que el sistema comunista cubano es un fraude. Ejemplos sobran. En estos días, manifestaciones de monjes budistas en la antigua Birmania han hecho tambalear a la dictadura militar que oprime ese país. Ha habido reacciones y enviados especiales. Nada más; a pesar de que el pueblo se ha involucrado con 200 muertos y miles de presos. La solución tendrá que darla Birmania. ¿Existen monjes cubanos dispuestos al martirio por su pueblo? La contesta es dolorosa, colaboracionismo disfrazado de doctrina.
Pero los ejemplos no se detienen en Birmania. España, el país que más pudiera hacer –después de EUA-- por la libertad de Cuba, se deshace en justificativas por donar nada menos que 20 millones de euros a las arcas ávidas de la dictadura. Simplemente despreciable.
Irán en otro contexto, se da el lujo de dar punto final a sus discusiones nucleares con occidente desde la mismísima tribuna de la ONU, sin que exista el necesario consenso para persuadir a los persas en su carrera atómica contra occidente. Si Israel, repetidamente amenazado por Irán de desaparecer, no usa la fuerza, nadie lo hará. ¿Que podemos hacer entonces los cubanos?
No se trata de incentivar la lucha desde lejos. La lucha vendrá cuando los cubanos de la isla decidan que deben hacerla. Todos merecen respeto. Pero no habrá comunidad internacional que fuerce a Raúl a hacer lo que no quiere hacer. Leemos a diario quejas venezolanas ante la comunidad mundial de hechos que los cubanos ya conocimos en carne propia antes. Escuchamos apelos al mundo desde Bolivia, amenazada por la misma ola comunista que Ecuador. La comunidad internacional es un ente al que apelamos cuando no podemos con la carga. Nadie que no sea doliente va a resolver un problema foráneo si no hay intereses de por medio y en Cuba no hay petróleo, ni riquezas que merezcan el sacrificio de sangre ajena.
Cuba continuará con su plaga de comunistas en el poder, repartiéndose y dilapidando la riqueza nacional, pero ya no tendrá más es el símbolo eternamente joven y enigmático del Che, que en adelante lucirá como la propaganda turística de un gulag tropical del siglo pasado.
Jorge Hernández Fonseca
Octubre de 2007
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