sábado, 13 de outubro de 2007

Memoria de la vergüenza

STALIN escribía en diciembre de 1936 una extensa carta a Francisco Largo Caballero, a la sazón presidente del Gobierno de la Segunda República Española, en la que le recomendaba... ¡moderación! La deriva revolucionaria del Frente Popular había alcanzado para entonces tales cúspides de crueldad desatada que entre las grandes potencias internacionales existía la convicción de que la Segunda República se había convertido de facto en un régimen comunista al cual no estaban dispuestas a apoyar. En esa carta, firmada por la cúpula del Kremlin -la troika formada por Stalin, Molotov y Voroshilov- leemos perlas como las que siguen: «Es muy posible que la vía parlamentaria resulte en España un procedimiento de desarrollo revolucionario más eficaz de lo que fue en Rusia. (...) Convendría atraer al lado del Gobierno a la burguesía pequeña y mediana de las ciudades o, en todo caso, darle la posibilidad de que adoptase una posición de neutralidad que favoreciese al Gobierno, protegiéndoles contra las tentativas de confiscación y asegurándoles, en la medida de lo posible, la libertad de comercio. (...) Es necesario evitar que los enemigos de España vean en ella una República comunista, previniendo así su intervención declarada, lo cual constituiría el peligro más grave para la España republicana».

Resulta, en verdad, paradójico que el mayor carnicero de la Historia se dirija en estos términos a Largo Caballero, reclamándole que refuerce las instituciones parlamentarias y proteja los intereses de la pequeña burguesía aterrorizada. A Stalin quizá no le pareciesen excesivos los atropellos sistemáticos de vidas y haciendas en la zona republicana, pero el descaro con que eran perpetrados lo soliviantaba. En honor a la verdad, no puede acusarse a Largo Caballero de actuar improvisadamente, ni a impulsos de una calentura. Ya durante la campaña que precedió a las elecciones del 36 había proclamado sin rebozo cuáles serían sus líneas de actuación, en caso de que su partido alcanzase el poder. En un mitin celebrado en el cine Europa de Madrid había declarado sin ambages: «Antes de la República, nuestro deber era traer la república; pero, establecido este régimen, nuestro deber es traer el socialismo. Y, cuando hablamos de socialismo, hay que hablar de socialismo marxista, de socialismo revolucionario con todas sus consecuencias». Y poco después advertirá, en un mitin celebrado en Valencia: «La clase trabajadora tiene que hacer la revolución. Si no nos dejan, iremos a la guerra civil. Cuando nos lancemos por segunda vez a la calle, que no nos hablen de generosidad y que no nos culpen si los excesos de la revolución se extreman hasta el punto de no respetar cosas ni personas».

A este prohombre de la democracia que entregó el Partido Socialista Obrero Español al comunismo soviético, a este luchador por la libertad que tuvo que ser amonestado por el propio Stalin (y posteriormente desalojado del Gobierno de la Segunda República por los agentes soviéticos que mangoneaban la zona republicana), a este apóstol de la paz que presidía el gabinete ministerial de la República mientras miles de personas eran ejecutadas sin juicio previo en Paracuellos del Jarama una estatua lo recuerda en el Paseo de la Castellana de Madrid, a la altura de los Nuevos Ministerios. Por supuesto, tal estatua no será removida cuando entre en vigor la Ley de la Memoria de la Vergüenza; en cambio, cualquier lápida que conmemore a personas que fueron asesinadas sin haber cometido otro delito que hacer profesión de su fe podrá ser apartada por la autoridad administrativa. En una ocasión anterior escribimos que este proyecto legislativo no tenía otro objetivo que trasladar a la parte nada exigua de la sociedad española que no comulga con la ideología izquierdista el oprobio de ser heredera de la dictadura franquista, condenándola al ostracismo. Me quedé corto. Ahora tengo la certeza de que anhela algo más obsceno y brutal: se trata de aniquilar simbólicamente a esa parte de la sociedad, completando así una estremecedora operación de ingeniería social. Si todavía viviese, Stalin reclamaría moderación a Zapatero, leal sucesor de Largo Caballero.

Juan Manuel de Prada
http://www.juanmanueldeprada.com/

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