“Pioneros por el comunismo: seremos como el Che” era, y es aún, el pan nuestro de cada día en las escuelas del castrismo cubano. No hay otra opción. O eres como el Che, o no eres persona jamás en un sistema que viola todos tus derechos esenciales. Es el adoctrinamiento permanente en el cerebro de cada niño cubano cuando aún, ni siquiera, tienen idea de lo que le están imponiendo.
El Che Guevara, el mito por excelencia de una ideología barata. El guerrillero nada heroico que al ser descubierto no lo pensó dos veces para gritar: “Soy el Che, valgo más vivo que muerto”, y ni siquiera en eso tuvo la razón.
Al Che lo convirtieron en una leyenda para que los tontos útiles, y no tan útiles, siguieran sus ideas marxistas, las que estando vivo intentó diseminar y no pudo. Su injerencia en los asuntos internos de varios países no fue muy fructífera, teniendo en cuenta que, en unos tuvo que salir corriendo, y en el último murió sin el verdadero apoyo de los nativos del lugar.
El verdugo de La Cabaña, una prisión que se jactó de tener la sede principal del paredón de fusilamiento y donde con la mayor felicidad firmaba la muerte de los cubanos que se enfrentaban a la naciente tiranía regida por un grupo de facinerosos que, desde ese entonces, ya tenían a Cuba como rehén.
El mismo Che Guevara que dirigió el Banco Nacional de Cuba (BNC), siglas que se confunden con el Ballet Nacional de Cuba, pero no se confundan ustedes, él no sabía bailar, y que tuvo la insolencia de firmar los billetes con su apodo gaucho de tres letras. Quien no dejó de hacer daño al pueblo cubano con su arrogancia, sus absurdas ideas económicas y su maltrato a quienes intentaban llegar a él para que mediara en un caso de pena de muerte.
Ese es el Che que algunos no quieren reconocer. Prefieren tenerlo con la imagen de Korda en sus gorras, en sus camisetas o en su piel, enfermando su epidermis con la diabólica imagen de un asesino en serie.
Los que tuvimos que sufrir el adoctrinamiento educacional en Cuba lo padecimos leyendo sus anécdotas, sus frases convertidas en consignas y una gran cantidad de mentiras que intentábamos interiorizar sin resultados efectivos, pues preferíamos asimilar las hazañas de “El Conde de Montecristo”, “El Zorro” o al mismísimo “Juan Quin Quin en pueblo Mocho”. El tema del guerrillero argentino solo quedaría para ganar puntuaciones escolares y para la simulación de una generación que ser perdió entre mentiras y simulacros de patriotismo a lo Che Guevara.
Ahora solo ha quedado para incentivar pasiones anti-norteamericanas, expansionismo comunista y hasta para algunos tontos útiles que lo han utilizado en marchas pro-inmigrantes ilegales.
Es para eso que ha quedado la imagen del arrogante Ernesto Guevara de la Serna, más conocido como el “Che”, para impulsar el ímpetu de los pacíficos-violentos que toman las calles destruyéndolo todo, para enardecer a los tontos útiles, y no tan útiles, que creen en doctrinas fracasadas, pero estruendosamente maquilladas de triunfo.
Las gorras y las camisetas con su imagen pueden botarse en la basura, la piel puede ser quemada para borrar el tatuaje, pero las almas de aquellos que lo siguen como doctrina, están perdidas y enfermas de odio por el prójimo, carcomidas por una filosofía perdida en el tiempo y en el espacio.
El Che Guevara no es más que eso, un mito, un cuento para niños, una leyenda para los que todavía quieren alimentar el comunismo y hacerlo ver como la única forma de vida en la tierra. Mientras, seguirán flotando en sus propias ilusiones hasta que se desinfle el globo de la mentira y se den cuenta de la gran estafa en que han vivido todos estos años. Ojalá que para ese entonces no hayan perdido totalmente la dignidad. Sería demasiado.
El Che Guevara, el mito por excelencia de una ideología barata. El guerrillero nada heroico que al ser descubierto no lo pensó dos veces para gritar: “Soy el Che, valgo más vivo que muerto”, y ni siquiera en eso tuvo la razón.
Al Che lo convirtieron en una leyenda para que los tontos útiles, y no tan útiles, siguieran sus ideas marxistas, las que estando vivo intentó diseminar y no pudo. Su injerencia en los asuntos internos de varios países no fue muy fructífera, teniendo en cuenta que, en unos tuvo que salir corriendo, y en el último murió sin el verdadero apoyo de los nativos del lugar.
El verdugo de La Cabaña, una prisión que se jactó de tener la sede principal del paredón de fusilamiento y donde con la mayor felicidad firmaba la muerte de los cubanos que se enfrentaban a la naciente tiranía regida por un grupo de facinerosos que, desde ese entonces, ya tenían a Cuba como rehén.
El mismo Che Guevara que dirigió el Banco Nacional de Cuba (BNC), siglas que se confunden con el Ballet Nacional de Cuba, pero no se confundan ustedes, él no sabía bailar, y que tuvo la insolencia de firmar los billetes con su apodo gaucho de tres letras. Quien no dejó de hacer daño al pueblo cubano con su arrogancia, sus absurdas ideas económicas y su maltrato a quienes intentaban llegar a él para que mediara en un caso de pena de muerte.
Ese es el Che que algunos no quieren reconocer. Prefieren tenerlo con la imagen de Korda en sus gorras, en sus camisetas o en su piel, enfermando su epidermis con la diabólica imagen de un asesino en serie.
Los que tuvimos que sufrir el adoctrinamiento educacional en Cuba lo padecimos leyendo sus anécdotas, sus frases convertidas en consignas y una gran cantidad de mentiras que intentábamos interiorizar sin resultados efectivos, pues preferíamos asimilar las hazañas de “El Conde de Montecristo”, “El Zorro” o al mismísimo “Juan Quin Quin en pueblo Mocho”. El tema del guerrillero argentino solo quedaría para ganar puntuaciones escolares y para la simulación de una generación que ser perdió entre mentiras y simulacros de patriotismo a lo Che Guevara.
Ahora solo ha quedado para incentivar pasiones anti-norteamericanas, expansionismo comunista y hasta para algunos tontos útiles que lo han utilizado en marchas pro-inmigrantes ilegales.
Es para eso que ha quedado la imagen del arrogante Ernesto Guevara de la Serna, más conocido como el “Che”, para impulsar el ímpetu de los pacíficos-violentos que toman las calles destruyéndolo todo, para enardecer a los tontos útiles, y no tan útiles, que creen en doctrinas fracasadas, pero estruendosamente maquilladas de triunfo.
Las gorras y las camisetas con su imagen pueden botarse en la basura, la piel puede ser quemada para borrar el tatuaje, pero las almas de aquellos que lo siguen como doctrina, están perdidas y enfermas de odio por el prójimo, carcomidas por una filosofía perdida en el tiempo y en el espacio.
El Che Guevara no es más que eso, un mito, un cuento para niños, una leyenda para los que todavía quieren alimentar el comunismo y hacerlo ver como la única forma de vida en la tierra. Mientras, seguirán flotando en sus propias ilusiones hasta que se desinfle el globo de la mentira y se den cuenta de la gran estafa en que han vivido todos estos años. Ojalá que para ese entonces no hayan perdido totalmente la dignidad. Sería demasiado.
Iliana Curra
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