terça-feira, 9 de outubro de 2007

Una mirada incisiva sobre Ché

Mario Vargas Llosa, en un artículo sobre Ernesto Guevara de la Serna, dice: "Un ser que de histórico pasa a ser mítico no es juzgado con criterios racionales sino mediante actos de fe y de ilusión. Es el caso de Ché". Me acojo a la máxima del gran escritor, pero sé que el comandante guerrillero fue convertido en icono por intereses políticos. Su santificación aún es financiada por el gobierno cubano y diseñada por los propagandistas del Partido Comunista que rige la isla hace medio siglo. Más que un héroe fabricaron un producto de mercado mediante libros, fotos, coloquios, artículos, filmes y discursos apologéticos.

Pero la distorsión de la biografía y de los hechos que enrolaron a Guevara tropieza ahora con un libro incisivo de Marcos Bravo, nombre de guerra de Pedro Manuel Rodríguez, quien luchó en las filas del Movimiento 26 de julio durante la dictadura de Batista y se opuso después al régimen comunista instaurado por Fidel Castro. La obra de Bravo es resultado de una larga investigación, cotejos y reflexiones. Se titula La otra cara del Che. Ernesto Guevara, un sepulcro blanqueado.
Es un texto polémico y bien escrito de 558 páginas, estructurado en ocho capítulos y un epílogo, lo cual permite al autor analizar cada una de las etapas vitales del personaje, sin magnificar su desempeño como hombre, guerrillero o funcionario político y gubernamental. Fue publicado por la editorial colombiana Solar y apareció en Bogotá en 2004. En Cuba ha sido prohibido pues desmonta las verdades encubiertas por los creadores del mito de Ché, a quien Bravo considera como "el extranjero que más daño ha causado a la nación cubana después del general español Valeriano Weyler".

Al exponer sus datos, el autor sacude la leyenda rosa de Ché y devela el rostro oculto de un embaucador, al que califica de falso economista, falso médico y guerrillero mediocre. Hacer un paralelo con Fidel Castro, no obstante la contradicción psico-social, de "riqueza sin clase en el cubano y de clase sin riqueza del argentino", que deriva en ambos en un conflicto de odio y resentimientos contra todo lo socialmente establecido.

Guevara, nos apunta Marcos, nunca se gradúa de médico, ya que no existe una sola entrevista a ninguno de sus compañeros de curso, ni de sus profesores. Tampoco hay foto alguna, ni el más mínimo testimonio de su graduación. Y mucho menos el expediente académico de la supuesta universidad donde debió cursar estudios.

La otra cara del Che, con precioso detallismo y vigor literario, resalta los aspectos más negativos del biografiado. Entre ellos, el perenne narcisismo, puesto de relieve en el afán por ser fotografiado y que lleva al paroxismo en medio del naufragio del Granma. O de sus condiciones de verdugo desde los primeros momentos de la lucha en la Sierra, al dispararle en la cabeza al traidor Eutimio Guerra, acción que ejecuta sin pedírsela nadie y que le aporta una mayor consideración de Castro; a quien aprendió bien temprano a no contradecir -aunque dijera lo más disparatado- y dejarlo ganar siempre, en cualquier cosa o competencia.

Guevara, resalta el autor, desconocía la historia de Cuba y el complejo entramado político y social del país, por lo cual planeó el asalto a los bancos de Santa Clara antes de tomar la ciudad, en 1958. Adoptó después medidas que afectaron la industria y la economía insulares. Reitera el afán del biografiado por criticar y ofender a quienes le rodeaban; su carácter impenetrable de jefe duro e indiferente, alejado de sus hombres en los campamentos, en los que aseguraba el mate y llenaba las despensas. Destaca el por qué nombran a Guevara al frente de la fortaleza La Cabaña, sede de la mayoría de los fusilamientos.

Aprecia Bravo que, para la realidad cubana, la más desatinada e irresponsable de las aventuras de Che fue su aceptación de la investidura como Presidente del Banco Nacional y, después, Ministro de Industria; cargo del que fue defenestrado por el propio Castro, ante la incompetencia y fracaso de su política económica, que lo hace caer en desgracia; de ahí su designación como delegado de Cuba en la ONU para pronunciar un discurso en la Asamblea General. Acto seguido inicia un extenso recorrido por la Unión Soviética y por algunos países de África, con el fin de explorar las posibilidades de acciones revolucionarias.

El autor valora el periplo de Guevara, su discurso en Argel, donde critica la política de los soviéticos y les exige que paguen el desarrollo de los países en vía de liberación, lo cual puso en guardia a la embajada de la URSS en La Habana, ante cuyas amenazas económicas se acentúa la desgracia del argentino. Valora que al regresar a Cuba no recibe cargos oficiales, hasta que parte, en el más absoluto misterio, al fracaso de la imposición insurreccional en África; otro descalabro como la guerrilla de Masseti, orientada por él en Argentina.

La precipitada salida del Congo lo lleva a Europa, donde es sostenido por el gobierno cubano. De nuevo, bajo las siete llaves del más recóndito secreto regresa a Cuba. Se entrena con subordinados escogidos para la última de sus frustradas aventuras: Bolivia.

La imposición de la guerrilla al país andino desde fuera, sin tener en cuenta las realidades nacionales y autóctonas trajo confrontaciones y dificultades que fueron incrementándose gradualmente hasta que Ché se entrega -para salvar la vida- a los soldados bolivianos que lo seguían, quienes no vacilan en matarlo días después, lo cual favorece su conversión en paradigma revolucionario.

El escritor precisa al respecto, que el fusil M-1 con el que Ché se rinde, no es el suyo, sino el de su compañero, el guerrillero boliviano Willy, con quien lo cambia para justificar su entrega sin combatir, pues el usado por él, como el de los demás jefes, era un M-2 en buen estado. Su pistola de 9 milímetros disponía de todas sus balas al cederla. La herida en la pierna fue un rasguño a sedal que no le impedía caminar. Y al instante de entregarse dijo: "No disparen, soy el Che Guevara". No peleó hasta la última bala, como les exigió a sus subordinados, quienes sí cumplieron el encargo y entregaron sus vidas en pos de una ilusión imposible y extranjerizante.

Al releer este libro que circula a hurtadillas en la Isla, corroboramos algunas certezas. Quienes crecimos bajo consignas y prometimos ser como Ché desde el primer grado, ahora disfrutamos una biografía más humana y veraz sobre el Cid campeador exportado por los pregoneros de nuestro sistema. La otra cara del Che puede sacudir el hechizo de los seguidores de ese caballero andante en otras latitudes. Tal vez los argentinos -partidarios del coronel Juan D. Perón y del comandante Ernesto Guevara- comiencen a cansarse de tantos héroes y molinos de vientos.

Miguel Iturria Savón

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