Ah, Franco, Franco...Tantos años contándonos a nosotros mismos lo estúpido y dañino tiranuelo que fue, que no hacía una a derechas –con perdón–, apestado de todo el mundo, una miseria de hombre... Hasta inventándonos historias de oposición al dictador... Tantos años sintiéndonos virtuosamente indignados, sintiéndonos demócratas, europeos, modernos, cosmopolitas, gente refinada y homologable... ¡Tan a gusto con nosotros mismos, en suma, tan satisfechos! ¡Y ahora viene alguien por ahí demostrándonos que todo eso son bobaditas propias de snobs y parlanchines, o cosa peor! ¡Sin el menor respeto por nuestros sentimientos! ¡Haciendo que nos sintamos mal!... ¿Hay derecho? Gente así no hace más que fastidiar, no debiera permitírsele abrir la boca en una democracia mínimamente avanzada".
**** De "Años de hierro". (Por cierto, los franceses se sintieron traicionados por los ingleses, que se retiraron de Dunquerque sin consultarles, y no volcaron su potencial aéreo en la batalla de Francia prefiriendo reservarlo para la isla. Probablemente tenían razón en lo segundo los ingleses, pero para sus aliados fue, por lo menos, una gran decepción. Y otra vez se sintieron traicionados en Mazalquivir).
"Otros tres días después Churchill viajaba a París para reanimar a los franceses, con efectos contrarios: "Dijo a Reynaud que aunque Francia fuera invadida y vencida, Inglaterra continuaría la lucha (...) Hasta la una de la madrugada les estuvo presentando una apocalíptica visión (...) Se veía a sí mismo en el corazón del Canadá dirigiendo la campaña sobre una Inglaterra arrasada y sobre una Francia cuyas ruinas se habían ya enfriado. La guerra aérea del Nuevo Mundo contra el viejo dominado por los alemanes entraría en pleno vigor".
A los reveses aliados se agregaba el riesgo de un ataque italiano por la retaguardia. El día 16, un ex jefe de gobierno francés y el ex ministro también francés Ybarnegaray, pedían a Lequerica la presión de Franco para disuadir a Mussolini de tal paso. Dos días después, Ybarnegaray sugirió viajar a Madrid para dar forma a un arreglo con Italia. Pero Franco, habiendo sido desestimadas sus anteriores gestiones en pro de un acuerdo, consideró tardía la propuesta. Además, el viaje del político francés sugeriría un intento de aislar a Hitler, inaceptable para este y para Mussolini. Por tanto, Franco solo accedió a alguna gestión discreta. Y al día siguiente tuvo confirmación oficiosa de que el Duce había resuelto entrar en acción. Como ocurriría el 10 de julio, veintidós días después.
La mala posición gala nacía tanto de los aciertos alemanes como de la escasa moral de combate mostrada, salvo algunos casos, por los franceses. Esa flaqueza reflejaba, probablemente, las acres divisiones políticas del país, que en años anteriores lo habían llevado muy cerca de la guerra civil. Los socialistas y la izquierda en general habían sostenido un pacifismo que no facilitaba una reacción enérgica de la población y las tropas, y, a partir del Pacto germano-soviético, el partido comunista hacía sabotajes y propaganda derrotista. El general Gamelin, menospreciado por los políticos, mostró escasa iniciativa, pero señaló: "Los hombres movilizados hoy no han recibido durante el período entre las dos guerras la educación patriótica y moral que les hubiese preparado para el drama que resolvería el destino de la nación".
El día 19, con el desastre ya encima, el gobierno sustituyó a Gamelin por Weygand y Pétain, embajador en Madrid. Franco quiso disuadirle: "Que los que perdieron la guerra la liquiden y firmen el armisticio. Usted es el vencedor de Verdún, la máxima gloria viva de Francia. Usted es el símbolo de la Francia victoriosa y poderosa. No vaya, mariscal. No una su nombre a lo que otros perdieron". Pétain, con 84 años, acudió a la llamada.
Los nuevos jefes franceses tampoco lograron parar a los alemanes, que una semana después acorralaban a los británicos en Dunquerque. Los ejércitos holandés, belga, francés e inglés quedaban desbaratados con la misma rapidez que el polaco. Era simplemente increíble. El ejército francés, si bien tenía puntos débiles, pasaba por ser el más formidable de Europa, los ingleses comprometieron 300.000 soldados, y los alemanes, si bien superiores en el aire, estaban en igualdad o inferioridad en casi todo lo demás, incluyendo los tanques.
Según unas versiones, Hitler fue incapaz de impedir el reembarque del grueso de ejército inglés en Dunquerque, según otras paralizó el ataque final, por creer que la Luftwaffe se bastaría, o por otra razón: Blumentritt, jefe de operaciones de Rundstedt, citaría una visita del Führer por entonces: "Nos dio a entender que la guerra terminaría en seis semanas. Después haría una paz razonable con Francia y quedaría el camino libre para un acuerdo con Inglaterra. A continuación nos sorprendió al hablar con admiración del Imperio británico, de la necesidad de su existencia y de la civilización que Gran Bretaña había aportado al mundo (...) Concluyó manifestando que aspiraba a hacer la paz con Gran Bretaña sobre una base compatible con su honor".
Por lo que fuere, los británicos lograron trasladar 225.000 compatriotas y 120.000 franceses y otros, dejando atrás todo el material. Londres decidió la retirada sin consultar a sus aliados, y Weygand y Pétain se consideraron traicionados. En Dunquerque se distinguieron unos miles de izquierdistas españoles, resistiendo durante 24 horas a fuerzas alemanas diez veces superiores, gesta celebrada por la prensa franquista. 2.000 de ellos se habían salvado con los ingleses, pero parece que Londres los devolvió a Francia, juzgándolos indeseables por su fama de revolucionarios.
Culminada la retirada, el 4 de junio Churchill pronunciaba otro histórico discurso: "Defenderemos nuestra isla por alto que sea el coste. Lucharemos en las playas, lucharemos donde pongan pie, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas. Nunca nos rendiremos, y aun si esta isla (...) fuera subyugada y reducida al hambre, cosa que no creo, nuestro Imperio, más allá de los mares armados y guardados por la Armada británica, continuaría la lucha hasta que, cuando Dios quiera, el nuevo mundo avance con todo su poderío para rescatar y liberar al viejo".
Aún quedaba a Francia la mayor parte de su territorio y tropas numerosas. Pero, pese a algunas resistencias encarnizadas, los alemanes, ya con total superioridad de medios, arrollaron a sus enemigos. El 14 de junio desfilaban por París, y el gobierno francés marchaba a Burdeos, en medio del éxodo caótico de millones de civiles asustados por los rumores de atrocidades alemanas, por lo demás inexistentes. En los días siguientes los invasores ocuparon la mayor parte del país. Y el día 18, descartada la idea de proseguir la resistencia desde el norte de África, Reynaud dimitió.
Le sustituyó Pétain, una de cuyas primeras medidas fue pedir la mediación de Franco. Madrid le comunicó que Alemania no pensaba en la paz, sino solo en un armisticio, y al día siguiente pudo informar a Berlín de la aceptación francesa. Franco no aprovechó la ocasión para humillar o atacar a los vencidos, como haría Mussolini, pese a habérsele creado una oportunidad excepcional en Marruecos. Lo recordaría en 1947 el ministro francés de Asuntos Exteriores, Georges Bonnet: España había seguido suministrando todo tipo de materias a los franceses, y "el Marruecos francés pudo dejarse enteramente indefenso sin el menor peligro, y los hombres, con su material, fueron enviados al combate donde se les necesitaba de forma acuciante".
Un impresionado Lequerica escribía a Madrid: "Para quien ha conocido a Francia en el apogeo de su poder, el contraste es propicio para meditar sobre lo efímeras que son las grandezas. La primera potencia militar de Europa pide un armisticio a través de una nación [España] en la que ha fomentado guerras civiles para servir su política insensata. Pero no es tiempo de recriminaciones, antes al contrario, es preciso sacar las enseñanzas de tales errores y proceder con generosidad y nobleza a la construcción final de un orden y equilibrio europeos". La palabra equilibrio traslucía prevención ante el tremendo poder germano: una Francia anonadada distaba de ser una bendición para España. El gobierno francés, por su parte, extremó sus muestras de reconocimiento a Franco, también por el cálculo –errado– de que éste ejercía influencia en Berlín.
Y el coronel De Gaulle entraba en la historia huyendo a Londres para formar el Comité de la Francia Libre, tras intentar, en vano, que Churchill lanzase al combate toda su aviación y medios. De Gaulle había defendido tácticas parejas a la blitzkrieg alemana: rápido movimiento, basado en los carros y la aviación. Su doctrina había tenido eco, pero no el favor de sus superiores, apegados a viejas ideas. Ahora se dirigía a sus compatriotas desde Inglaterra: "¡Francia ha perdido una batalla, pero no la guerra! Gobernantes sin peso han capitulado cediendo al pánico, olvidando el honor, librando el país a la esclavitud. ¡Sin embargo, nada está perdido! Nada está perdido porque esta guerra es una guerra mundial. En el universo libre, fuerzas inmensas aún no han entrado en juego. Un día esas fuerzas aplastarán al enemigo. Francia deberá estar presente en la victoria, y entonces recobrará la libertad y la grandeza (...) Invito a todos los franceses, dondequiera se hallen, a unirse a mí en la acción, el sacrificio y la esperanza. Nuestra patria está en peligro de muerte. ¡Luchemos por salvarla!".
Las negociaciones de Pétain empezaron el día 21, en el mismo vagón de tren donde, casi veintidós años antes, se había firmado la rendición de Alemania tras la I Guerra mundial. Estaban presentes Hitler y otros jefes alemanes, y jefes franceses de los tres ejércitos. El general Keitel, máxima autoridad militar de los vencedores, leyó: "Francia ha sido vencida después de una resistencia heroica; por lo tanto, Alemania no tiene intención de dar a las condiciones de armisticio el carácter de un insulto" (El traductor alemán Paul Schmidt describe: "No quería dejar de manifestarle –dijo Keitel al general francés Huntziger– mi profundo pesar, como soldado, por el momento difícil que usted acaba de pasar como francés. Esta situación dolorosa se halla atenuada por la conciencia de que las tropas francesas han luchado con valentía, cosa que yo anhelaba confirmarle expresamente". Los jefes francés y alemán estaban frente a frente. En los ojos de ambos brillaban las lágrimas"). El 22 se firmaba un armisticio relativamente generoso. A la espera del tratado de paz al final del conflicto, permanecería una Francia independiente en el centro-sureste del país, con capital en Vichy y un ejército de cien mil hombres y otros ciento veinticinco mil en las colonias, más la flota, muy poderosa, cuya posible huida a Inglaterra temía Hitler. El norte y oeste del país quedaba en poder de Alemania mientras durase la lucha contra Inglaterra. Solo las provincias de Alsacia y Lorena fueron incorporadas al III Reich.
La Wehrmacht dio prueba de sobresaliente valor, pericia técnica y capacidad del mando. Pequeños grupos de paracaidistas habían asestado golpes decisivos, como la toma de la impresionante fortaleza de Eben Emael, en Bélgica; los bombarderos en picado llamados Stuka colaboraron eficazmente con los carros. También comenzó allí la fulgurante carrera de las Waffen SS en el campo de batalla: "soldados políticos", originados en un cuerpo de protección de los jerarcas nazis y fanatizados en tal ideología. La campaña hizo famosos a muchos jefes alemanes: Guderian, Rommel, Rundstedt, Leeb, Bock, Reinhardt, Student, Hoth, Kleist, etc. Salvo el bombardeo de Rotterdam (1.000 muertos) se portaron civilizadamente, al revés que en Polonia.
Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado
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