Contaba un hondureño opositor al caído Mel Zelaya -que aunque no se lo crean, sigue parapetado en la embajada brasileña en Tegucigalpa- que tampoco todo lo que ese iluminado populista había hecho en Honduras era malo. «Nunca antes de esta crisis preguntaba el Papa cada día «¿Qué pasa en Honduras?»». Hay ocasiones en que sólo las tragedias hacen que nos demos cuenta, que nos acordemos de la desgracia que se vive a diario -sin necesidad de crisis, huracanes o terremotos- en distintos lugares del mundo.
El caso de Haití es un muy buen ejemplo. Si aquí puede aplicarse mejor que en ningún lugar aquello de que todo son desgracias en casa del pobre, una de las tragedias haitianas que queda especailmente resaltada por la catástrofe de esta semana es la confirmación de la inexistencia de una estructura estatal en ese país.
La UE como en otros casos, se ha precipitado a anunciar el envío de una generosa cantidad de dinero. El problema ahora es a quién se entrega. Porque no hay un gobierno digno de ese nombre en quien se pueda confiar la justa asignación de esos recursos económicos para beneficiar al común. Y cuando analizamos un poco más la situación sobre el terreno descubrimos que allí sólo hay dos instituciones plenamente confiables: la Iglesia Católica y la ONU.
El problema con la segunda es que está mayoritariamente integrada por extranjeros y que buena parte de ellos han muerto bajo los escombros de la sede de su organización en Puerto Príncipe. También el arzobispo de la capital haitiana murió en el derrumbe de la catedral. Pero la iglesia está integrada, esencialmente por ciudadanos locales. El problema es que vivimos en un tiempo en que dar dinero público a la Iglesia Católica, garante de su buen uso, no es políticamente correcto. Así que... que arreen los pobres haitianos.
Ramón Pérez-Maura
www.abc.es
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