No se trata de poner en duda la oposición del Gobierno a esta medida municipal, porque sobre este asunto concreto se pronunció incluso en la tramitación de la Ley de Extranjería, sino de llamar la atención sobre el modo en que ahora lo hace el señor Rodríguez Zapatero como símbolo de una falta de aliento sorprendente. Lo mismo se podría decir de la reacción a las muestras independentistas en algunas poblaciones catalanas que se han venido disfrazando como simulacros de referéndums.
Si el debate político puede ser considerado como un asunto sustancial -ideas, programas, principios, algunos añaden entre nosotros «valores»-, siempre la política tiene un carácter circunstancial, es decir, se hace y se manifiesta en un determinado contexto. El presidente, en este sentido, parece fuera de contexto y si las maniobras para quitarle el protagonismo, el ruido sobre si debe ser o no candidato en las próximas elecciones, parecen por ahora destinadas al fracaso en el casting socialista, no acaba de encontrar el guión adecuado para desempeñarlo en el escenario de los retos de fondo y de estrategia que tiene por delante.
En su comparecencia del 31 de diciembre reconoció como error haber negado en el pasado la crisis económica, pero, en economía y en política, parece todavía alejado del contexto real o inclinado a modificarlo de modo fantástico para convertir el desconcierto y la parálisis en un papel coherente. Sobre Vic, ahí tienen la ley y los mandatos de la solidaridad; sobre las consultas, no tienen consecuencias; sobre la economía, esperen que todo irá mejor; sobre la decadencia institucional, fíjense en lo mal que estuvimos antaño; sobre Afganistán, no es una guerra; etc. Si no está pasando lo que ustedes contemplan no me pidan que haga lo que por eso me reclaman.
Y cuando se obliga a buscar algo nuevo y original, como las sanciones a los países de la Unión que no cumplan con los compromisos pactados, le vuelve a fallar el contexto: lo anuncia donde no debe, sin explicarlo y negociarlo con sus socios y hasta se diría que sin reparar en que España volvería a estar en el grupo de cabeza de algo, en este caso en las sanciones.
El caso es que, se piense lo que se piense sobre las ideas del presidente y sobre las decisiones de su primera legislatura, todo lo apuntado revela que el incansable corredor se ha detenido y hay marchas, sin duda en la política, que la velocidad excesivamente ralentizada y la negativa a reconocer las condiciones del terreno implica tropezones y caídas.
El presidente ha perdido su aura, la conexión con los votantes, la iniciativa, hasta el «optimismo antropológico» parece una triquiñuela de actor en dificultades. Es la sombra de lo que fue.
Todo ello, aunque el PSOE lo quiera negar, con consecuencias: el tripartito catalán, en el torbellino del Estatuto, peor valorado que nunca; el Gobierno por los suelos (peor considerado incluso que el partido, aunque este no tenga recursos ni ánimo para modificar el rumbo) y el propio presidente cada día por debajo de más ministros; las elecciones autonómicas de 2011 vistas como una amenaza (peligro para la izquierda, más o menos inminente, en Castilla La Mancha, Andalucía, Aragón...); la presidencia europea convertida de pronto en escaparate de nuestras deficiencias.
El zapaterismo, desde la campaña que le llevó a la presidencia hasta ahora mismo, ha sido un fenómeno psicológico. O el efecto psicológico de un eficaz juego de luces y espejos en el que los juegos de prestidigitación resultaban tan intensos que hasta las propuestas más radicales se convertían en marketing. Todo estaba pensado para que la decoración, la iluminación y el sonido obligaran a mirar al protagonista. No es que la función haya terminado sino que, de pronto, la crisis estropea algunos focos y derrumba algunos espejos y seguimos contemplando al ilusionista -constantemente, sin poder apartar los ojos- actuando sin guión, rodeado de trampas y efectos especiales demasiado a la vista.
Germán Yanke
www.abc.es
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