Lo hacemos todos, no hay que escandalizarse. A veces nos sentamos ante un velador y contemplamos a los que pasan para distraernos de otras cuitas. Otras veces somos los que paseamos junto a los veladores para que nos vean, una actividad que requiere más vanidad que realismo, sobre todo cuando queremos ser vistos junto a alguien. Eso es lo que ha hecho Rodríguez Zapatero para comenzar la Presidencia europea con cierto efecto y más allá de los fastos, el Teatro Real y las instalaciones en Bruselas. Que ellos fueran lo que estaban sentados es un espejismo; era el presidente el que se paseaba ante los contribuyentes junto a González, Solbes y el incombustible Delors, para dar al paseo un cierto aire internacional. Ya que no está con ellos, había que dar la impresión de que está junto a ellos. ¿No les vemos juntos, interesados en el futuro de Europa? ¿De qué nos quejamos?
Lo malo es que nos quejamos de que el presidente entienda la provisional presidencia europea como una ocasión para pasearse junto a unos y otros, lo que tiene su desgraciada lógica en el contexto en el que Zapatero ha de enfrentarse a la crisis. Del paseo por La Moncloa nada puede sacarse en limpio porque ya sabíamos que González discrepa del modo en que Europa se enfrenta a sus problemas, que Solbes abandonó el Gobierno por sus discrepancias y que Delors anda metido en una batalla intelectual entre el endeudamiento, la socialdemocracia y las nuevas tasas. Y tampoco el paseo disimula el escenario. Sobre el varapalo de «The Financial Times» al programa europeo del semestre ya hemos tenido noticia. Los malvados británicos, ya se sabe. No debe quejarse el Gobierno porque, al menos, este periódico le ha prestado atención, lo que no han hecho otros rotativos europeos más interesados en dar cuenta para los turistas del Año Jacobeo.
Rectifico. Quizá sea mejor que se insista en las rutas del Camino de Santiago porque, cuando los analistas se ocupan de nuestro papel en la Europa de 2010, la peregrinación se vuelve penosa. Dos botones de muestra. Jacques Marseille, en «Le Point», se pregunta cómo se puede coordinar mejor la política económica de los países europeos si, a diferencia del excedente de la balanza corriente de Alemania, España tiene un déficit monumental (y un paro) causado por motivos propios: la burbuja inmobiliaria y el impresionante endeudamiento privado. No sólo Grecia pone a prueba el euro, y la Presidencia española no está en condiciones de proponer reformas adecuadas, ni de exigir el cumplimiento del Plan de Estabilidad. En «The Observer», Peter Oborne subraya que partidos como el PSOE parecen inhibirse, por la propia deriva nacional, de un discurso articulado para Europa. O la coordinación de las políticas económicas europeas se entiende como la transferencia a los países más desfavorecidos o no hay más remedio que establecer reglas comunes (respecto al déficit, los intereses, los estímulos fiscales, etc.) que no estamos en condiciones de compartir con nuestros socios.
Podemos enfadarnos con el mundo, pero las cosas son como son y nuestra debilidad en Europa es una evidencia que supera el entusiasmo con que se ha iniciado la Presidencia española. No es que el débil no pueda impulsar las reformas necesarias y los ajustes precisos. Lo lamentable es que, como ocurre ahora, el débil se limita a resistir la avalancha y a disimular los costes cuando lo que se reclaman son reformas, una expedición en vez de un paseo.
Germán Yanque
www.abc.es
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