sábado, 3 de maio de 2008

Reivindicar España

La historia no garantiza nada para siempre; más bien lo que garantiza es que nada será para siempre. No existe el determinismo histórico, sino decisiones humanas que hacen que la historia vaya hacia un lado u otro. Los regímenes políticos no son eternos; si no se cuidan, mueren. Y lo mismo puede decirse de las naciones y los países. Hoy podemos celebrar el levantamiento del 2 de mayo de 1808, pero lo realmente importante es pensar el pasado de la nación en vistas a su futuro.

La inercia política e institucional de las últimas décadas en España nos ha llevado a celebrar el Dos de Mayo mientras la democracia constitucional-pluralista se sume en un futuro incierto. Ya nadie duda de que el proceso de cambio de régimen en España es real. Es empujado por el fanatismo del nacionalismo y el desprecio izquierdista hacia todo lo español, y permitido por la desconfianza de la derecha hacia la propia nación. Este cambio de régimen tiene dos características: es antiespañol, puesto que reniega, abomina y desprecia la cultura y la historia de España; y es antiliberal, puesto que sus impulsores en lo que piensan es en superar el régimen constitucional que nos equipara a naciones como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia o Italia.
Hace doscientos años, españoles de todas las regiones morían codo con codo gritando vivas a España. Pero hoy vivimos una progresiva diferenciación y separación de los españoles en comunidades distintas, cada una con su régimen institucional, su economía propia, su cultura erigida frente a la vecina, su casta política cerrada y endogámica. Territorios insolidarios entre sí, enfrentados por recursos naturales o cuestiones económicas. El recorte de libertades en Cataluña –intolerable en cualquier país de nuestro entorno–, se extiende a otras comunidades. Y, salvo en Madrid, la unidad española es cada vez más atacada, precisamente por quienes creen más bien poco en la libertad.

Este diagnóstico es real, pero su desenlace no es inevitable. España no está ni mucho menos abocada a desintegrarse en caciquiles regiones sometidas a la mediocridad, al egoísmo y a la arbitrariedad. Existe, como en 1808, un pueblo español, una nación en sentido estricto que permanece escondida y adormilada ante el esperpéntico espectáculo que les ofrece la vida política e institucional actual, la telebasura o el relativismo militante. Millones y millones de ciudadanos que se sienten unidos entre sí, que no ven en el vecino un extraño y un rival, que no quieren avergonzarse de su historia ni de su país, y que están deseando abrazar un proyecto político que les diga que no tienen que avergonzarse de ser españoles ni de resignarse ante la merma de sus libertades.

Este pueblo español existe, es real y no hay razón para no apelar a él, llamarlo, buscarlo y movilizarlo. Desde 1978, el proceso de desvertebración institucional de España ha sido el de su desmovilización continua, su desilusión y su abandono. Pues bien; no hay motivo para no hacer ahora lo contrario; movilizarlo, rearmarlo moralmente y reivindicarlo. Se hizo en 1996, y no hay motivo para no volver a hacerlo a partir de ahora, con más convicción y fuerza si cabe, pues los tiempos son más difíciles.

Es la hora de la responsabilidad. De medios de comunicación, intelectuales, políticos. Que Zapatero cuente con todas las fuerzas puestas a su disposición en marzo para desarmar España e ir entregando poco a poco la libertad de sus ciudadanos no exime a los demás de cumplir con su deber. Y éste hoy es la reivindicación de una nación, España, y un régimen político, la democracia liberal.

Nunca como hasta ahora, la libertad de los españoles ha ido unida a su nación, y nunca como hasta ahora quienes la desprecian lo hacen desde el desprecio a la propia nación española. Hoy, más aún que en 1808, España es sinónimo de libertad. Así que hoy más que nunca hay motivo para reivindicar la nación, y gritar bien alto en nombre de la libertad: "¡Viva España!"

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

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